
Por Sonia Jodra
El paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga afirma que la evolución no busca, pero encuentra, definiendo así el verbo evolucionar como solucionar problemas que uno se encuentra. Corrían los años 50 y Madrid daba signos de que en breve se colmataría. El éxodo rural con la industrialización de la capital de España cada vez demandaba más terrenos para viviendas, para colegios, para nuevas fábricas. La evolución no buscaba, pero encontró en aquellos Planes de Estabilización y Desarrollo la respuesta al fin de la autarquía.
En 1953 se crea la Comisión Interministerial encargada de designar núcleos de descongestión de Madrid y demás comarcas de inmigración intensiva. Alcázar de San Juan, Aranda de Duero, Manzanares, Toledo y Guadalajara son las cinco localidades elegidas para el papel de “ciudad ventosa”, en palabras del por entonces ministro de la Vivienda, “para atraer un contingente de población que, de lo contrario, congestionaría aún más el volumen de Madrid”. Según el estudio de los años 70 de García Ballesteros, “la elección de estos cinco puntos como polígonos de descongestión estaba basada en el deseo de aprovechar los valles de los grandes ríos meseteños: Tajo, Duero, Guadiana y sus afluentes para proporcionar el agua necesaria para los nuevos núcleos urbanos e industriales”. Se pretende además que estas nuevas zonas de descongestión con un alto índice de emigración pudieran funcionar como “represa natural en el movimiento migratorio entre los campos con excedente de población y Madrid”.
Han pasado más de 60 años desde aquella decisión ministerial que fue el germen del acontecimiento más importante ocurrido en el valle del Henares durante los últimos siglos; el rápido proceso de urbanización protagonizado por Guadalajara capital y algunos municipios del entorno como Azuqueca de Henares en el tránsito del siglo XX al siglo XXI. Seis décadas después continuamos descongestionando Madrid y evolucionando al albur de las oportunidades que nos regala y nos usurpa nuestra cercanía con la capital a partes iguales.
“Ha sonado la hora de Guadalajara, la gran ocasión que todos hemos añorado una y mil veces en el fondo de nuestra amargura o nuestra esperanza está ahí, al alcance de la mano” publicada el periódico Flores y Abejas el 14 de julio de 1959 tras conocerse el anuncio de que Guadalajara era una de las cinco localidades elegidas como “ventosa”. Las palabras del ministro, José Luis Arrese, no pueden ser más elocuentes: “hay que buscar una salida a la noche sin estrellas que cierra el horizonte de tantos españoles. Sí; tú no vengas aquí (Madrid) pero enseñándoles, al mismo tiempo, el camino de luz que desean, ofreciéndoles: tú no vengas aquí porque esta ciudad no tiene cabida para más, pero como es justo tu deseo, te hemos preparado estos sitios donde hemos reunido lo que buscabas, elige entre ellos el que más te agrade. Esta es la orientación del nuevo experimento, esta es la esencia del Plan de Descongestión, defender las grandes ciudades con otras ciudades ventosa, añadir a la fuerza coactiva de la Ley, la fuerza atractiva de una serie de núcleos urbanos que, dotados de un mínimo poder de captación, atraigan voluntariamente sobre ellos a los que hasta ahora sólo tenían el camino de la capital”.
Por tanto, el germen del desarrollo del Corredor del Henares no es otro que “la búsqueda de una salida a la noche sin estrellas”. En 1959 Guadalajara se convierte en el “camino de luz” por partida doble; se designan como polígonos de descongestión El Balconcillo y El Henares. De las cinco localidades agraciadas con el maná de “los planes interministeriales”, Guadalajara puede ser considerada como la experiencia más exitosa. Al finalizar el plan de descongestión, los polígonos de El Henares y el Balconcillo tenían adjudicado el 86,1 por ciento de la superficie enajenable, frente al resto de las localidades afectadas, que apenas adjudicaron el 37,7 por ciento de media.
Sin embargo, como viene repitiéndose en los últimos años con los grandes planes de futuro para nuestra zona, las expectativas hiper optimistas de crecimiento para Guadalajara se quedaron excesivas. Se preveía que en 1975 la capital alcanzaría los 80.000 habitantes. Una cifra que para alcanzarla ha sido necesario cambiar de siglo. Y sólo ocho empresas se acogieron a los incentivos que les ofrecía el Gobierno a las que se trasladasen desde el Área Metropolitana de Madrid a alguna de las “ciudades ventosa”. Pero siguiendo la tesis de Arsuaga, el Corredor del Henares fue capaz de encontrar soluciones para sus propios problemas. Y en uno de esos procesos que podríamos identificar con la serendipia, evolucionó hacia lo que es hoy, una de las zonas de mayor desarrollo económico de toda Europa. El Corredor ha seguido avanzando sin planes ministeriales -en 1969 Guadalajara queda fuera de los incentivos que ofrecía el Gobierno a las designadas como nuevas Zonas de Preferente Localización Industrial, porque “la privilegiada situación de esta ciudad parece no exigir la creación de otros estímulos que por sí misma tiene ya”-. Y lo que parece claro más de medio siglo después es que el valle del Henares es un buen lugar donde evolucionar. Como diría Karl Popper, “all life is problem solving”.