
Por Juan Palomeque Torres.
Los exámenes de febrero en las universidades madrileñas han acabado dejando mal sabor de boca. Si por un lado durante todo el mes de enero, temporal de frío y nevadas mediante, la crispación de los estudiantes con sus autoridades universitarias fue un tema de enfrentamiento cuya tensión iba aumentando progresivamente, la resignación final de los universitarios ante la presencialidad en los exámenes acabó siendo acatada con una indiferencia más o menos indisimulada debido a la ausencia de voluntad de diálogo que han mostrado las autoridades sanitarias y universitarias madrileñas.
Uno, que oficialmente este año ha pasado a engrosar las largas listas de eso que llaman precariado volviendo a estudiar una nueva carrera recién acabada hace escasos meses otra, ha podido comprobar cómo durante los exámenes del primer cuatrimestre ha habido tiempo suficiente para maniobrar tanto con el temporal Filomena como con el largo culebrón de encuentros y desencuentros entre rectores, Ministerio de Universidades y estudiantes. Aunque, apareciera como aliado de los estudiantes a última hora el Ministerio de Universidades, lo cierto es que el enfrentamiento por la presencialidad de los exámenes ha vuelto a poner de manifiesto un choque generacional que empieza a ser un problema social recurrente.
No se trata (como tanto se repitió durante el mes de enero) de que los estudiantes quieran exámenes presenciales porque así es más fácil copiar. Difícilmente un estudiante que no ha tocado un libro durante un cuatrimestre puede aprobar nada por mucha mafia de los exámenes que haya en internet. El debate que en realidad se está pretendiendo invisibilizar cuando se achaca a los estudiantes que quieren realizar exámenes por vía telemática porque quieren aprobar sin esfuerzo es si las universidades, en plena tercera ola, fueron un lugar libre de contagios por coronavirus. A juzgar por algunas imágenes de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) durante el pasado enero, los juicios categóricos están de más. Los reproches quizá también y no debería ser momento de empeñarse en mantener polémicas estériles dado que las autoridades sanitarias y académicas con competencias en la gestión pandémica de las universidades madrileñas mostraron durante todo el mes de enero una posición tan unánime como inflexible. Es evidente que una buena parte de las aulas de las universidades que conozco no están preparadas para guardar distancia social ya que fueron construidas bajo criterios ajenos a los que marca la pandemia. En los casos de las universidades que conozco por haber estudiado o estar estudiando en ellas, adaptar esas aulas a un uso que garantizase distancias sociales supondría una inversión millonaria, y, teniendo en cuenta que las mascarillas no son una solución del todo fiable (ya que si lo fueran no tendríamos tantos contagios), que los estudiantes tengan dudas respecto de las garantías que aportan en materia sanitaria las universidades en el tema del coronavirus parece razonable.
Con respecto a la universidad en la que estudio actualmente, la Universidad de Alcalá de Henares (UAH), he de decir que las medidas de seguridad ofrecidas por esta a los estudiantes que veníamos desde Guadalajara en transporte público a los campus ubicados en Alcalá ciudad fueron insuficientes. Si bien es cierto que se habilitaron autobuses por parte la UAH, los mismos prestaron un servicio limitado y el desplazamiento interurbano en transporte público y sus inevitables riesgos asociados fueron una realidad insoslayable durante la tercera ola para acudir a hacer exámenes desde Guadalajara a Alcalá de Henares.
De cualquier manera, las idas y venidas que ha generado la polémica por los exámenes presenciales de este cuatrimestre en Madrid han dejado un tema de debate que sí es realmente interesante y va de lo coyuntural a lo estructural. En ese debate por suerte los estudiantes y el Ministerio de Universidades, a través de algunas ideas que Manuel Castells lleva esbozando al menos desde que accedió a ese Ministerio, tienen puntos de confluencia. Lo que tanto desde un porcentaje mayoritario de los estudiantes como desde la opinión del ministro Castells se está planteando es que a la educación basada en la memoria se le están empezando a ver las costuras. La memorización como marco de formación académica dominante tiene que ver más con las culturas de la lectura en papel. Teniendo en cuenta que vivimos en una realidad salpicada de imágenes audiovisuales y de construcción de un conocimiento que se elabora a partir del hipertexto, las cúpulas de poder dentro de las universidades tendrán que adaptarse más tarde o más temprano a ese nuevo modelo de aprendizaje que hoy en día ya convive con el de la memorización.