Por Patricia Biosca
Domingo. Son las cinco de la tarde. Una boca un tanto reseca y ganas de hacer nada hacen que mi mano se dirija instintivamente hacia el mando de televisión, buscando saciar mi tedio después de haber devorado dos temporadas de ‘Expediente X’. Durante el zapping automático con cara de pocos amigos buscando algo más allá que pústulas falsas y tensión sexual no resuelta entre Mulder y Scully, me encuentro una tertulia en la que charlan sobre las bondades de Amancio Ortega y su familia. Todos coinciden en que el nacimiento de Amancio, ese señor que empezó su carrera meteórica vendiendo albornoces, es lo mejor que le ha pasado a España, al mundo y al universo en general. Casi dicen que ha curado el cáncer y, como les dejen un rato más, son capaces de atribuirle el descubrimiento de la penicilina. Están a topísimo con Amancio.
Mientras, mi cabeza viaja hacia el pasado. Al momento en el que recibí una llamada del periódico para cubrir una “charla informal” que Inditex iba a dar “a los vecinos del pueblo” a seis meses de la apertura de su nuevo centro logístico. Llegaba el mes de diciembre de 2013 y, en aquella soleada mañana en la que las pandemias nos sonaban precisamente a guion de ciencia ficción, se agolpaban miles de personas en el polideportivo cabanillero. La crisis aún se dejaba notar y muchos llevaban sus currículums en la mano, con la esperanza de salir de allí con un buen trabajo. Al menos un trabajo. Una promesa de entrevista, quizá. “¿Os habéis enterado del número de teléfono al que hay que llamar?”, llegué a escuchar.

Aunque se planeó como algo informal, se emitió un vídeo informativo muy elaborado sobre el “monstruo” logístico que llegaba a aquel pueblo de apenas 10.000 habitantes al que ofrecía entre 400 y 500 empleos. Varias personas, arregladas pero informales (me consta que es marca de la casa) y con acento gallego, contaron todo lo que la multinacional quería hacer sobre aquel suelo. Se necesitaban perfiles de todo tipo y las condiciones sonaban casi fantasiosas, sumiendo aquella algarada en un optimismo colectivo muy intenso. Tanto es así que recuerdo estar tentada de enviar mi CV, salir con ganas de ponerme botas de seguridad, el polo chungo, los pantalones de fábrica poco o nada favorecedores e imbiurme en el ambiente gris sin ventanas del almacén, en el que siempre parecen las 7 de la mañana de un 5 de noviembre.
Después llegó una invasión de gallegos a la provincia y, sobre todo, al pueblo: al principio, tímidos, solo se juntaban entre ellos. Luego empezó la camaradería, la amistad e incluso las parejas, de las que alguna hoy aún resiste. Es imposible no conocer a nadie que no haya trabajado en la fábrica y los perfiles son muy variados, al igual que los puestos. Inditex se ha colado en la vida de la provincia como algo imprescindible; como un ‘must’ de colección; igual que la cazadora amarilla de Zara.
La fiebre llega a tal extremo que hay incluso quien se plantea la muerte de Amancio como una verdadera preocupación en su devenir vital. Porque, sin tener lazos más allá de los empresariales, el leonés -no, no nació en Galicia- ha conseguido formar a golpe de fábrica y buenas condiciones laborales dentro de un sector muy poco llamativo (me refiero al logístico en este caso) un grupo de personas que, de verdad, sienten el polo. Porque, díganme ¿a qué empresario su plantilla le hace diferentes ‘performances’ cada cumpleaños? Y no hay que ser adivino para saber que cuando llegue el (esperamos para dentro de muchos años) deceso vital de Amancio, habrá colas mucho más populosas que los asistentes a la “pequeña charla informativa de Cabanillas”, con gente llorando incluida. Solo hay que ver la devoción de los tertulianos, que a priori no cobran de su bolsillo textil, para darse cuenta de que aquel hombre, del que la mayoría desconoce su tono de voz, rige muchas vidas. Incluso sin quererlo y sin siquiera conocerlas, completando solo tres pasos de la teoría de los seis grados de separación. Incluso como burda excusa.
“Me cuentan que Marta, con 18 años, les decía a sus amigos del instituto al final de cada curso: ‘tened preparados los pasaportes, que nos vamos de viaje dos semanas’”, asevera uno de los tertulianos que es un poco ‘Antoñita, la Fantástica’ y está inmerso en el tsunami de peloteo hacia Amancio Ortega y que anega todo el plató. Está tan ‘proamancio’ que seguramente en este mismo momento le donaría un riñón al señor sin anestesia, solo en trance místico. Por mi parte, yo sigo tirada en el sofá, ahora imaginándome a Marta Ortega en las fiestas de mi pueblo bailando ‘Inditex’, de Francisco Nixon, mientras algún amigo intenta tirarle la caña. Qué pena que ya no pueda ser guionista de ‘Expediente X’. Aunque lo mismo me pillan para ‘Acacias 38’. Si vienen al polideportivo de Cabanillas a dar una charla, me apunto sin pensarlo.