¿Por qué nos castigan otra vez?

Por Sonsoles Fernández Day

La noticia de que la ciudad de Guadalajara pasa a estar durante diez días, posiblemente prorrogables, en situación de nivel 3 reforzado debido al imparable incremento de casos de coronavirus ha causado algo más que indignación. Cabreo generalizado sería más apropiado para definirlo. Llueve sobre mojado. Cierre total de la hostelería, dentro y fuera, cierre de centros comerciales, gimnasios, centros de ocio, hogares de jubilados, cines, teatros, bibliotecas, y parques y jardines durante la noche. Volvemos a la vida en gris y la economía local se lleva otro estacazo.

La pregunta inmediata que se plantea el ciudadano es simple: ¿Por qué? Pero la respuesta esperada no es la recopilación de datos a los que nos tienen acostumbrados los informativos. Si nos dicen que Guadalajara capital declaraba la semana pasada 419 casos de Covid-19, casi el doble de la semana anterior, lo que supone una incidencia acumulada en 14 días de 479 casos por cada 100.000 habitantes, a estas alturas de la película se nos pone la cara de ‘estoy hasta las narices de todo esto’ y lo más probable es que dejemos de prestar atención. Seguramente lo habrán leído deprisa al ver que se trataba de cifras y estadísticas. Si la explicación es que la Consejería de Sanidad lo ha decretado porque ‘Guadalajara se encuentra en una situación de transmisión comunitaria con nivel de riesgo muy alto’, nos viene a la cabeza por segunda vez la misma pregunta: ¿Por qué?

Cuesta creer que se haya desmadrado tanto el personal en Semana Santa como para meternos a todos en casa otra vez. Sin embargo, ahí tienen el caso de Horche, que después de estar varias semanas en nivel 3 reforzado, no consigue bajar de una incidencia de 1.500 casos por 100.000 habitantes. Tan grave es la situación que el coordinador del Centro de Salud del pueblo, el médico Juan Carlos García Arés, ha escrito una carta pública al vecindario, un llamamiento desesperado calificando la situación de ‘dramática’ e ‘insostenible’. Se lamenta de los incumplimientos que se producen a diario y recuerda que las normas son obligatorias para todos. ‘Todos sabemos de lo importante que es el que los jóvenes se diviertan o que los mayores puedan relacionarse con otras personas, intentando mantener el estilo de vida anterior. A todos nos molesta llevar la mascarilla o no poder juntarse con los amigos y familiares, o viajar o hacer cosas que hacíamos antes’, escribe el médico en su carta. ’Los profesionales sanitarios, aunque intentamos entender a la gente, no podemos comprender el que algunas personas se salten sistemáticamente las normas y de forma flagrante’. Parece que Horche se ha convertido en una especie de ‘ciudad sin ley’ difícil de controlar.

Si la responsabilidad está en la población, ¿por qué tendría que pagarlo la hostelería? Su situación es crítica. Desde la Federación provincial de Turismo y Hostelería de Guadalajara insisten en que después de más de un año de restricciones, el sector no va a aguantar mucho más. Demasiadas empresas han echado el cierre y se han perdido muchos puestos de trabajo. Se sienten ‘criminalizados’. Comparando con la vecina Madrid, que no ha decretado el cierre de negocios desde la primera ola, y no están peor que nosotros, defienden que ellos no son ‘los culpables del contagio’. No entienden los constantes cambios de criterios con el sector, sin consultarles y, por supuesto, sin consenso alguno. No es fácil mantener un negocio sin saber si al día siguiente vas a poder abrir dentro, solo fuera, solo dos mesas o cierras todo. De esto viven muchas familias como para no tenerles en cuenta.

Más de un año de experiencia en coronavirus debería servir a Emiliano García-Page, como gestor de Castilla-La Mancha, para darse cuenta de lo poco eficaz que resultan sus cierres intermitentes. Después de cada cierre vienen unos días de relativa libertad y como consecuencia del relax ciudadano nos vuelven a cerrar. Es obvio que este sistema no funciona. Las olas no las trae el coronavirus, las mueve el hombre. Desconocimiento o desobediencia, ignorancia o rebeldía, por distintos motivos, el ser humano reacciona y el virus acompaña.

Uno de los efectos secundarios que padecen los que han pasado el coronavirus es la sensación de cansancio crónico. Uno de los síntomas psicológicos que está sufriendo la población con motivo de la incertidumbre que vivimos se ha llamado fatiga pandémica. Comprobar la ineptitud de los gobernantes, aguantar promesas no cumplidas y tener que volver a la vida gris de ver todo cerrado, nos produce agotamiento. Cansancio, fatiga y agotamiento. Vaya panorama.

Si tuviera que recetar un tratamiento, lo tengo claro, justo lo que no nos está permitido, unas cañas o unos vinos y unas risas con los amigos, eso lo cura todo. Con besos y abrazos, cura y resucita. Hasta que sea posible, prueben a correr, andar, pedalear, subir ocejones, saltar como las cabras o bailar como un loco, en definitiva, generar endorfinas y recuperar la sensación de felicidad y bienestar. Con la preceptiva distancia de seguridad, no se olviden.

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