El camino más recto

Por Gustavo García

Las infraestructuras en los pequeños pueblos de la provincia son las principales carencias que padecen, pero hay muchas otras de organización que intentan paliar.

En el día a día, no lo apreciamos, si bien, en cuanto dejamos algo más de distancia, nos detenemos a pensar en valores que paulatinamente se han ido perdiendo en nuestras vidas, escondidos en rincones que volvemos a descubrir de repente.

Y es que, los que somos de pueblo, como indicaba hace unos semanas en esta misma casa nuestra compañera, Sonia Jodra, tenemos normalmente algo especial, para bien o para mal. O, dicho de otra forma, solemos ser diferentes, que no raros.

Ahí es donde queríamos llegar. Una reunión este fin de semana pasado, de las que ya proliferan poco en los pueblos –al menos en el nuestro–, para abordar aspectos del pasado, pero, sobre todo, del futuro del mismo y buscando soluciones, en este caso a una problemática local, que pudiera ser cualquiera –no hace falta especificar qué–, hace volvernos a la realidad y recordar que estamos en pleno siglo XXI. Decimos esto porque, en lo que conocemos de los pueblos, lo habitual en este tipo de encuentros era echarse los trastos a la cabeza por los asistentes, debido a sus diferencias por otros asuntos generalmente. Es decir, hablar claro en grupo ante los que no se era capaz de hacerlo con diálogo cara a cara. Y, en demasiadas ocasiones, los contertulios se iban por los cerros de Úbeda a las primeras de cambio. El tema a abordar acababa difuminado.

Nunca hay orden del día, no se acaba con ruegos y preguntas, no se levanta la mano para hablar y pocas veces se vota. Eso no cambia. Así han sido y continúan siendo las juntas de este tipo que no sean plenos municipales o asambleas de rango similar, ya mucho más oficiales. No es que ahora, en esta época digital, todo vaya rodado y este tipo de reuniones se desarrollen como la seda. No, no. Eso, todavía no. Lo que ocurre es que esos vaivenes de las conversaciones se van apartando más a un lado, aunque siempre quedan tics de antaño, principalmente si la edad de los protagonistas así lo ratifica. En este ejemplo que estamos escenificando, real como la vida misma, y si sirve de referencia, que pensamos en este caso que sí, la mezcla de temas volvía a ser evidente, aunque ya en mucha menor proporción que en esas reuniones de hace décadas. Y, algo muy significativo, la gente ya no se prodiga tanto en sus desavenencias particulares. Bien, se hace antes o por otros medios, o bien, el grado de educación ha ido ascendiendo según transcurren las décadas.

Sin embargo, fijándonos ya en el aspecto psicológico y de comportamiento de las personas, satisface observar que las nuevas generaciones son más concretas y no pierden tanto el tiempo en todo ese tipo de disquisiciones, que normalmente no llevan a ninguna parte. Los jóvenes ahora centran más los debates y no se acuerdan de viejas rencillas o de ajustar cuentas pendientes. También es cierto que el roce no es tan estrecho, ni en proximidad temporal ni espacial.

El futuro de muchos ‘barrios anexionados’ pasa por que se involucren sus jóvenes generaciones en los asuntos locales.

Con todo ello, es muy satisfactorio encontrarse con un aspecto concreto a abordar, que tiene diferentes aristas por distintas partes, y que se puede pensar que es imposible de consensuar, cuando, de repente, uno se encuentra que las partes dialogan, entienden la postura del contario y, como consecuencia, al final se firma un acuerdo, impensable para casi todos minutos antes. Sorpresa, alegría y una reflexión posterior que hace pensar que vamos por buen camino y que las nuevas generaciones han ido ganando en respeto las posturas de los otros, en diálogo, tolerancia y en cesión de concesiones si son necesarias para el bien de la comunidad. Otra cuestión es que luego esos acuerdos se cumplan como se pactan en grupo y se concreten porque si no, volvemos a los problemas de partida. Sin embargo, al menos las formas van cambiando. De eso no cabe duda. Y aquí es lo que estamos analizando. Es el punto clave. Por encima de un resultado final rápido y satisfactorio para todos, que si no llega, tiene que continuar madurándose con ese picar piedra constante. Ahí ya, de las partes depende (intereses, negociación).

Nuevas maneras

Realmente, parecerá un tanto cursi, pero en nuestro caso el poder ver esos comportamientos tan democráticos y elegantes por parte de casi todos, es emocionante. Sobre todo, recordando tantos y tantos debates carentes de fondo y de forma a lo largo de los años en estos pueblos del mundo. Nuestra provincia es muy proclive a contar con esta idiosincrasia. Generalmente, por el pequeño tamaño de sus poblaciones, que lleva acarreados todos esos aspectos negativos comentados. Curtidos ya con infinidad de batallas perdidas en ese aspecto, creemos que es importante destacar ahora esas nuevas formas de intentar llegar a acuerdos, partiendo de puntos de vista lejanos. Y, cuando se logra –después de los repetidos fracasos o de soluciones agridulces, aunque hubiesen sido positivas, por las malas formas esgrimidas de parte de los presentes– hace pensar que podemos hallarnos ante una nueva manera de enfocar las diferentes problemáticas que surjan en el tiempo. Una filosofía de la vida que pasa siempre, por encima de todo lo demás, por la palabra –aunque siga habiendo alguna más alta que otra de vez en cuando.

La verdad es que conmueve al darse cuenta de que los pequeños pueblos de nuestra provincia quieren seguir luchando por subsistir a su manera –tiempo habrá en otros post de explicar quiénes y cómo también se afanan en poner piedras en el camino– y que asoma con timidez una generación que intenta estar en la brecha. El sentir ese aliento de paisanos más jóvenes que tienen un interés común, es, como venimos repitiendo, muy alentador. Y, ese interés no es otro que la mejora de las condiciones de infraestructuras varias, de servicios, de comunicaciones…En definitiva, el lograr el bienestar de la comunidad y no el individual, como era tónica habitual en esos pueblos de Dios. Los cambios administrativos que proliferaron entre los años 60 y 70 del siglo XX llevaron a que muchos pequeños pueblos se hayan convertido en poco más que un juguete de los ayuntamientos que los absorbieron por mor del ahorro de gastos cuando la emigración a las ciudades fue una sangría para estas poblaciones. Es cierto que hay excepciones y las reconocemos, pero no lo es menos –incluso, entendible a veces– que, bastante tienen ya los gestores de estos municipios principales con gestionar los problemas de sus vecinos, como para hacer frente a los de sus pedanías, que son, en muchos casos, no mucho más pequeños que ellos mismos, pero con dificultades similares o mayores. Y el resultado ha venido siendo en todos estos años más bien negativo para el desarrollo de estos, llamados posteriormente, ‘barrios anexionados’.

Que en este momento aparezca una ligera esperanza en la lejanía que encienda la llama de la lucha y el fuerte deseo por encontrar su propio rumbo, dentro de las circunstancias administrativas existentes, enorgullece, sólo por ese hecho de intentarlo, a los que hemos peleando contra molinos de viento durante tanto tiempo. No hablamos de buscar la independencia, sino de la autonomía que genera el disponer de recursos propios y ser capaces de administrarlos, siendo compatibles con esas formas administrativas presentes. Si los de arriba también colaboran y entienden esa nueva manera de gestionar los pueblos –como se empieza a ver también en determinados casos–, parece que vamos por el camino más recto.

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