Miserables

Por David Sierra

La Guardia Civil detenía hace unos días a cinco personas por cometer, presuntamente, 26 robos a personas mayores cuando sacaban dinero en efectivo en cajeros automáticos. La banda no sólo se ceñía al territorio alcarreño, y su radio de acción se expandía por las provincias de Toledo, Madrid, Ávila, Albacete, Guadalajara, Cantabria y Murcia. La directora general de la benemérita, María Gámez, explicaba en la rueda de prensa efectuada para informar de los pormenores de la detención, que el ‘modus operandi’ de este grupo criminal se basaba en la distracción de los ancianos cuando se disponían a utilizar el cajero automático, sustrayéndoles todo lo que podían, entre 600 y 1.000 euros por víctima.

Aunque no cabe otra postura que la de congratularse con la desarticulación de esta banda de malhechores, lo cierto es que de un tiempo a esta parte ha habido un incremento importante de la delincuencia en cajeros automáticos relacionado fundamentalmente por el hecho de que durante el tiempo de duración de la pandemia estos mecanismos de extracción de efectivo han sufrido un aumento considerable de su uso a consecuencia de las restricciones para acudir a las oficinas bancarias. No obstante, esta motivación se ha visto reforzada por la decisión de la mayor parte de las entidades bancarias de restringir los horarios de caja y redirigir la mayor parte de las operaciones a los propios cajeros automáticos, para así centrar su atención en la gestión comercial.

Probablemente cualquiera de nuestros lectores ha sufrido en sus propias carnes o ha presenciado en primera persona como dentro de una oficina bancaria le han negado el servicio de atención en caja a un cliente de avanzada edad remitiéndole, de mejores o peores formas, al cajero para llevar a cabo la operación en cuestión. Estas máquinas del demonio ya no sólo se dedican a dar dinero, sino que a través de ellas pueden hacerse un sinfín de gestiones que van desde el pago de recibos a la realización de transferencias. De nada sirven los ruegos o las amenazas ante empleados que esperan como agua de mayo una jubilación anticipada de esas en las que apenas pierden nada.

El caso es que la apuesta decidida por la digitalización en las entidades bancarias está dejando en pañales a nuestros mayores, y especialmente a aquellos con más dificultades para subirse al barco de las nuevas tecnologías, quedando desprotegidos frente a herramientas incapaces de manejar, y teniendo que confiar, en muchas situaciones, al buen hacer, o no, de desconocidos que bien pudieran prestar esa ayuda o beneficiarse de ella. En este sentido, son pocas y excepcionales las entidades financieras que han proyectado medidas para ofrecer ese asesoramiento personalizado hacia los colectivos más vulnerables a los cambios suscitados.

Hace cuatro décadas eran los bancos y las cajas de ahorro las que se afanaban por ofrecer un servicio integral a sus clientes. Las propias entidades enviaban a sus trabajadores a visitar a sus usuarios a los que incluso les acercaban el cheque con la pensión para que lo depositasen en su entidad y evitarles así el viaje. Buscaban su dinero para ganar con él. En la actualidad, es el ciudadano el que, con los recursos públicos, sus propios recursos, ha de buscar fórmulas para disponer de un mínimo servicio bancario; y así han surgido los cajeros automáticos pagados por ayuntamientos y diputaciones, en un medio rural que ya no es rentable para una banca que desdeña a los ahorradores.

En las sucursales bancarias ya no hay ventanillas antirrobos y, si me apuran, ni cajas de seguridad. El efectivo se ha convertido en un gasto con el que no quieren lidiar. Y ya hay otras entidades y empresas dispuestas a tomar el testigo y asumir los riesgos. Correos, por ejemplo, ha anunciado que instalará 1.500 cajeros automáticos por toda España y las propias administraciones de lotería o los supermercados han tomado el pulso para canalizar esos servicios que ya no quieren los bancos.

A falta de una banca pública, las administraciones tratan, como siempre y como pueden, de tapar las vergüenzas a un sector, el financiero, que sigue dando palos de ciego en su propósito de adaptación a las circunstancias de la nueva era digital, la población mayor ha quedado desprotegida y relegada al olvido, quizá hasta, quien sabe, cuando los bancos centrales cierren el grifo o el sistema colapse. Y volverán, volverán a extender la alfombra, los miserables.

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