Por Sonsoles Fernández Day
El ser humano sorprende por sus logros y también por su actitud irracional. Suenan campanas de que habrá problemas con el abastecimiento del aceite de girasol a causa de la invasión de Ucrania y la gente se pone a llenar las despensas con botellas y garrafas hasta el punto de que no se puede encontrar ni un litro en los supermercados. Igual queda algo en Hipercor, eso sí, al precio de aceite de oliva virgen extra gourmet 100% zumo de aceituna. Hace dos años, como consecuencia de la inminente pandemia y confinamiento, se agotó el papel higiénico. No se trataba de un virus de gastroenteritis, pero daba miedo. Sin embargo, aunque Putin da más miedo, al personal parece que le ha dado por freír pestiños. O torrijas, que estamos ya casi en Semana Santa.
De poco ha servido que la OCU, Organización de Consumidores y Usuarios, haya advertido de que el aceite de girasol que se vende ahora es de la cosecha del verano pasado, por lo que no debería haber déficit, y no es seguro si llegará a producirse. También han avisado de que el aceite de girasol tiene un consumo preferente de aproximadamente un año. A partir de ahí pierde calidad y las rosquillas les van a saber rancias. Según la OCU, no ha favorecido que supermercados como Mercadona limitaran la compra a cinco litros por cliente. Eso ha aumentado la alarma social, el ansia de comprar y, evidentemente, su precio.
Con la que está cayendo, y no me refiero al polvo sahariano, resulta entre inaudito y surrealista que lo que más ansiedad ha producido en la población haya sido el aceite de girasol. Con la inflación que se está preparando o que más bien tenemos ya encima.
La inflación en la economía de un país, en pocas palabras, es la elevación sostenida de los precios suponiendo la disminución del poder adquisitivo de la moneda. Lo estamos viendo cada día cuando pagamos en el supermercado o cuando echamos gasolina, que el billete de 50 euros ya no cunde como hace unos meses. Revisamos el ticket de la compra con lupa, convencidos de que nos han tenido que colar algo para que salga tan caro. Y después de echar gasolina, se sube uno al coche desesperado, apretando los dientes para no soltar improperios en voz alta.
Pablo Hernández de Cos, el gobernador del Banco de España, expresándose con palabras que podemos entender cualquier mortal ha dicho que ‘la guerra de Ucrania generará deterioro de las rentas reales de familias y empresas y un incremento de la incertidumbre’. Propone ‘repartir costes’ entre empresas y trabajadores, que todos asuman una pérdida. ‘Ni los trabajadores podrán mantener su poder adquisitivo en el corto plazo, ni las empresas serán capaces de mantener sus márgenes’. Lo han entendido, ¿verdad? Vienen tiempos chungos.
Mientras algunos sectores, como el de los transportistas, asfixiados por el precio de los carburantes, empiezan a calentar el ambiente con paros y movilizaciones, el Gobierno ha dicho que no tomará ninguna medida, sino que va a esperar. Pedro Sánchez anuncia que el Plan Nacional de Respuesta a las Consecuencias Económicas de la Guerra, deben tener también un experto en títulos de planes gubernamentales, se discutirá en el Consejo de Ministros el próximo 29 de marzo. El señor presidente se va de viaje por Europa a negociar que se separe el precio del gas de la electricidad.
Emiliano García-Page, presidente de Castilla-La Mancha, declaraba después de Conferencia de Presidentes que se celebró en La Palma el pasado domingo, que estaba de acuerdo con los esfuerzos del Gobierno central para conseguir ‘un cambio drástico’ en el sistema de tarificación de la energía en Europa. Ya sabemos del gusto de las metáforas de García-Page que decía que la bajada de impuestos que anuncia Pedro Sánchez será como dar apiretal para bajar la temperatura, pero ‘para combatir la infección, hay que aplicar antibiótico’. Pues muy bien, pero mientras se pasea por Europa buscando una farmacia donde le vendan la amoxicilina, que seguramente no le darán porque no lleva receta, el enfermo cada vez está más grave.
Dos años han pasado del #yomequedoencasa y así estamos otra vez. En casa sin mover el coche, en casa sin encender la luz y con la calefacción en el mínimo, en casa viendo noticias de Ucrania sin parar, porque las fajanas ya son historia y los muertos por Covid parte de una estadística. En casa para no gastar, ni siquiera online, porque si empieza a fallar el transporte, no van a llegar los pedidos a domicilio.
Queda esperar a Sánchez, a ver si vuelve con un ‘cambio drástico‘ para aplicarnos, o es España la que se lo tiene que aplicar a él.