Por Gustavo García

Conocíamos por el cuento de los “Tres Cerditos” que las casas no se podían hacer de paja, sino de ladrillo para resistir los envites del viento. Y de igual manera, en otros tiempos hemos visto casas y parideras, sobre todo, en los pueblos, cuyos techados se aislaban con cuartones y pajuzo debajo de la cubierta en busca de un aislamiento que perduraba años y años. Pues, no debían ser nada ingenuos nuestros antepasados cuando ahora se empieza a tender a buscar ese material para emplearlo en las nuevas construcciones. De hecho, se acaba de celebrar en la localidad burgalesa de Covarrubias el VI encuentro de la Red de Construcción con Paja. En él, más de cien arquitectos, constructores, particulares o ingenieros han intercambiado experiencias y opiniones sobre la materia. Además, han comprobado in situ varias construcciones levantadas con paja en dicha zona. La tendencia está clara en estos momentos.
Y es que –¿quién nos lo iba a decir hace unas décadas?–, la construcción de edificios con paja está adquiriendo relevancia en España. El motivo no es otro de que se trata de un producto clásico, utilizado básicamente para alimentar y facilitar el descanso al ganado, pero que surge como un nuevo material revolucionario para conseguir aislar las viviendas térmica y acústicamente como hasta ahora no se había logrado. Cumple con la normativa exigida y eso implica, según los miembros de esta Red, que “no se necesite aire acondicionado ni prácticamente calefacción”.
La paja tiene lo imprescindible para alcanzar un protagonismo relevante en el sector de la construcción durante los próximos años. Así, ya hay en torno al centenar de casas con estas características en nuestro país, la mayoría para viviendas unifamiliares, o bien, en zonas rurales. En obra pública también se acaba de construir un centro de día en Valencia.
Experiencia propia
La avanzadilla llegó, casi por casualidad, como ocurre en otros ámbitos de la vida y de la propia evolución humana. Y fue, con los inicios del siglo XXI cuando la arquitecta Rikki Nitzkin vislumbró las posibilidades de este material para la construcción. Ella fue una de las pioneras de este movimiento, después de interesarse por las características y posibilidades que ofrece la paja, con lo que se decidió a aplicar la técnica en su propia morada. Para ello buscó una ubicación que exigiera lo suyo, nada más y nada menos que en la provincia de Lleida, en plenos Pirineos. La experiencia fue satisfactoria, por lo que se lanzó a dar cursos al respecto, ha publicado un libro –que ya va por su segunda edición–, asegurando que en la edificación esto “poco a poco se está estableciendo como una alternativa real y común”.
Además del aislamiento logrado, la paja es más barata que otros materiales, por lo que los interesados en adentrarse en la técnica pueden participar en levantar su propia vivienda. En invierno el interior mantiene una temperatura de 17 grados, sin poner la calefacción. Y, también a la antigua usanza, en los revestimientos se emplea la madera. Por eso mismo, no todos los materiales acaban reduciendo el precio de una vivienda convencional, sino más bien lo contrario ligeramente. Lo que ocurre es que, ese incremento se amortizaría en cinco años por la reducción de gastos, como los relacionados con la energía, tal y como indican los impulsores de esta iniciativa. Además, en contraposición a lo que se pudiera pensar a primera vista, es resistente al fuego ya que la paja tiene mucha densidad y se incrusta dentro de los muros, paredes, cubiertas o suelos recubiertos con arcilla, cal o aplacados de madera, que igualmente impiden la entrada de oxígeno a la zona en la que se encuentra dicha paja.
Las ventajas aparecen también para el gremio de la agricultura, lo cual le viene al pelo con el fin de no desperdiciarla. No en vano, por ejemplo, Guadalajara es de las provincias en las que, cuando los años son lluviosos en primavera, la mies crece y hay demanda suficiente como para que los productores tengan que añadir un gasto más a su economía picando la paja con las cosechadoras para dejar libre la tierra en otoño. Algo que hace unos años se solucionaba con la quema de rastrojos en otoño. Una práctica prohibida ya por la normativa europea. Nadie suele interesarse por retirar las carreras de paja de las parcelas si hay cantidad por todas partes y, por su puesto, los agricultores no pueden aprovechar dicho recurso, a no ser que la oferta sea menor por mor de la climatología. En el caso de la paja de arroz no sería aprovechable para ningún otro uso.
Por eso, si este auge en la construcción es tal, el sector del campo en cada zona se estima vital para poder aplicar la técnica. La idea es que los interesados les compren el mayor número de pequeños paquetes de paja –o balas, como las conocen en la construcción–, con petición previa y en buena sintonía entre las partes para que cada uno tenga lo que precise y el momento justo. Ahí es muy importante la tarea del agricultor porque debe de tener en cuenta la estacionalidad de este material, algo que, por otro lado, conoce suficientemente aunque sea para otros fines que no tengan que ver con los constructivos. Aquí se pide una buena densidad y, para que no composte, la humedad no debe superar el 20 por ciento.
Otro miembro de la misma Red de Construcción con Paja, Arnau Bujons, indica que “las balas de paja funcionan bien”. Este arquitecto está volcado en la bioconstrucción y vio una potencialidad “brutal”. De ahí que cuente con cinco obras en marcha. La demanda aumenta poco a poco y ya hay más personas interesadas que empresas constructoras especializadas en trabajar este material.
Contra la crisis energética y la inflación, soluciones innovadoras. ¿Estamos ante una nueva-vieja era?