Por Gloria Magro.
A mi madre le gustaba que su vecina, allá en el pueblo, le contara historias de cuando servía en Madrid, en casa de una familia de postín del barrio de Salamanca. Mi madre la escuchaba fascinada. Muchos años después, cuando en televisión pusieron «Lo que escondían sus ojos», la serie sobre los amores ilícitos del todopoderoso cuñado de Franco y la marquesa de Llanzol, ella reconoció en el papel de criada de los Serrano Suñer a su vecina, interpretada por una actriz famosa. La historia era tan increíble, que aquel verano intenté entrevistarla para El Hexágono de Guadalajara pero ya era demasiado tarde: la edad y la demencia la habían sumido en el olvido. Cuantas vidas se pierden así, con sus recuerdos, sus vivencias y su testimonio. Y con ellas se va una época que ya no ha de volver.
Hace algunas semanas, los vecinos de los pueblos de alrededor de Jadraque se acercaban a los arqueólogos que excavaban en el monte del Chaparral para contarles sus recuerdos de la Guerra Civil y la posguerra, ocultos durante más de ochenta años, y por los que nunca nadie antes se había interesado. Los científicos del CSIC escuchaban pacientes y se comprometían a visitar a esa abuela centenaria que les había dicho a sus nietos que quería hablar con ellos, consciente de ser la última de una generación ya perdida. El diario La Razón publicaba esta semana un artículo firmado por el director de esas excavaciones, el arqueólogo Alfredo González Ruibal, donde se da cuenta de que han sido estos testimonios, además de los restos encontrados a pie de campo, los que avalan los documentos encontrados en el Archivo Militar de Ávila y permiten fijar en un monte perdido un campo de concentración de tropas republicanas al finalizar la Guerra Civil. Historias valiosas que se está llevando el paso del tiempo, recuerdos también de una vida que ya no existe.
«Nuestro mundo rural, es una fuente inagotable de costumbres y tradiciones. Muchas de ellas están vinculadas al ciclo de las tareas del campo, otras a la religión y otras a ambas cosas a la vez. Por desgracia, a medida que la despoblación ha ido vaciando nuestros campos, muchas de estas tradiciones han ido también desapareciendo, mermando poco a poco nuestro patrimonio inmaterial. Guadalajara, una provincia de fuerte carácter rural y azotada también por la despoblación, no es una excepción. Son muchas las tradiciones y costumbres que han desaparecido y lo que es peor, que han sido olvidadas por las nuevas generaciones«, se puede leer en la web de la Red de Bibliobuses de Guadalajara.
Con esta premisa, la Red que lleva la lectura y el préstamo de libros por toda la provincia -y también a los Centros Rurales Agrupados- ha lanzado varias campañas de recuperación del patrimonio oral, aprovechando su presencia continua en los pueblos. Bajo el epígrafe «Guadalajara, rescatados del olvido», la última de ellas tiene como objetivo recoger testimonios sobre usos y tradiciones del pasado ya desaparecidos pero que todavía habitan en la memoria de muchos vecinos de edad avanzada. El objetivo final de este proyecto es la publicación de un nuevo libro e incluso, de ser posible, de un documental y como continuación de dos iniciativas anteriores en esta misma línea: «Guadalajara, agua y vida» y «Guadalajara, tierra de miel», que dieron lugar a dos monográficos ya publicados.
Se trata de una operación de rescate prácticamente in extremis, antes de que su pérdida sea irreversible porque no quede nadie que las recuerde, explica el técnico de esta red y responsable de la iniciativa, Rafael Sánchez Grande: «La primera fue sobre el aprovechamiento del agua en los pueblos de la provincia y la segunda sobre el tema de la miel, una industria muy ligada a esta tierra nuestra. La tercera campaña va a ser sobre los usos y tradiciones que ya no se tienen, esas cosas que se hacían en los pueblos, las fiestas, las tradiciones, que se están olvidando con la despoblación».
La recogida de testimonios orales dará comienzo la próxima semana en Moranchel, la primera localidad en contactarles, después de una primera fase de información a través de las redes sociales y la red de bibliotecas, además de en los pueblos que cuentan con el servicio de Bibliobús. Desde allí y a lo largo de todo el verano, se desplazarán a aquellas localidades donde haya vecinos dispuestos a compartir sus recuerdos del ayer con ellos. Todas las entrevistas serán grabadas y previo permiso de sus interlocutores, transcritas con posterioridad. Rafael Sánchez Grande y su compañera Elia Maldonado, tienen previsto dar forma de libro a estos recuerdos para su publicación a finales del presente año. También les gustaría hacer un cortometraje con los testimonios recogidos, al igual que hicieron en la campaña anterior y que se puede visionar en Youtube, Guadalajara, tierra de miel.
Los responsables de los Bibliobuses de Guadalajara son conscientes de que no son antropólogos ni científicos sociales, pero creen en la necesidad de proyectos como el suyo antes de que sea demasiado tarde. «Tenemos que rescatar esos recuerdos antes de que sea demasiado tarde -explican- Hace unos años hablamos para este mismo proyecto con quien era uno de los últimos gancheros del Alto Tajo, el hombre murió pocos meses después… esos recuerdos se pierden».
La despoblación lleva décadas vaciando de vida y memoria provincias como la nuestra. Las inversiones para revertir esta tendencia tan acusada consiguen fijar población en el territorio pero no por ello se recupera un modo de vida que ya no tiene razón de ser en el mundo actual. La labor etnográfica que desarrollan instituciones como la Diputación Provincial de Guadalajara es intensa y sus huellas se encuentran por toda la provincia, desde el Centro de Cultura Popular de Atienza, en el recinto histórico de la Posada del Cordón, a los Cuadernos de Etnografía que publica la Institución Provincial, o los proyectos de recuperación del patrimonio que financia con recursos propios o facilitando la llegada de fondos europeos.
Desaparecen o están en vías de extinción tanto el lenguaje, como los aperos y los oficios que les daban uso. Hasta la nomenclatura de los parajes de los pueblos está en riesgo de perderse: se pierden las voces… Y sin embargo, en Guadalajara son muchas las iniciativas de recuperación del patrimonio inmaterial que se están llevando a cabo.
Tradiciones como las botargas cuentan desde hace algunas semanas con una ruta propia que recupera su importancia en el folclore provincial. O lugares como las Salinas de Saelices, ligados al uso tradicional de la sal de manera continuada desde la época romana, se benefician de la financiación pública para su rehabilitación y funcionamiento mediante convenios anuales. En otro punto de la provincia, la extinta industria minera en la Sierra Norte, en Hiendelaencina, está pendiente de hacer realidad el proyecto de rehabilitación y explotación turística de la mina Santa Catalina, lo que podría ser un recurso turístico de importancia para la comarca, al mismo tiempo que se reivindica la importancia que tuvo esta industria desde finales del s.XIX. Su centro de interpretación recoge ya los usos mineros y toda la documentación al respecto en una muestra única en Guadalajara. De hecho, aún quedan vecinos que recuerdan el pasado minero de esas tierras, el alcalde de la localidad, sin ir más lejos, Mariano Escribano, trabajó en esas instalaciones y con esa maquinaria que aún se conserva.
En otras localidades se trata de aprovechar el paso de la Historia, como en Gajanegos, Almadrones, Brihuega y demás localidades que vivieron la Batalla de Guadalajara. Un proyecto trataría de recuperar su recuerdo y convertirlo en una ruta de la Guerra Civil en línea con lo que se hace en otros países europeos. Los testimonios orales que se conservan en la zona serán cruciales aunque el tiempo corre en contra, más de ochenta años después de aquellos hechos. Los técnicos de la Red de Bibliobuses de Guadalajara lo saben, y durante todo el verano tratarán de fijar recuerdos de pueblo en pueblo, por toda la provincia.