Por Gloria Magro.

Limpieza radical en la orilla del Henares.
Más de una docena de operarios se han empleado a fondo estas últimas semanas para desbrozar radicalmente el entorno de la senda ecológica sobre el río Henares a su paso por el barrio de Los Manantiales, dejándolo como si de un parque urbano se tratara: limpio de polvo y paja. Y también libre de insectos, pequeños roedores y todo rastro de vegetación propia de un espacio natural como es el curso fluvial.
La presión de los vecinos y un concepto intervencionista basado en convertir la naturaleza en un lugar aséptico han acabado temporalmente con este entorno de alto valor ecológico que hasta ahora permanecía virgen, en coexistencia con el camino transitable paralelo al río. Cierto es que la limpieza total de matorrales servirá de protección contra los conatos -provocados- de incendio en la zona, habituales en esta época, pero la consecuencia inmediata del paso de las podadoras es que la ribera dejará de ser un comedero para las muchas especies de aves que contribuyen a combatir la abundancia de mosquitos en los meses estivales.
El paisaje lunar que han dejado tras de sí, la ausencia total de vegetación, también disuade de transitar por la senda en estos días de intenso calor previos a la llegada del verano, cuando la profusión de arbustos y matorrales no solo proporcionaba sombra sino que actuaba como auténtica niveladora de la temperatura ambiente.
Y no solo en el río Henares. Durante toda la primavera los empleados de la contrata municipal que se encarga de los parques y jardines han fumigado cada rincón verde de la ciudad con pesticidas en una lucha sin cuartel contra lo que se consideran malas hierbas. Allí por donde han pasado, pertrechados de equipos EPI, lo que da idea de la toxicidad de los productos utilizados, dejan un rastro de tierra quemada donde desaparecen no solo las plantas, sino también todo rastro de vida.
El concepto de biodiversidad urbana hace referencia a la variedad y variabilidad de organismos vivos que se encuentran en una ciudad y a los sistemas ecológicos existentes en ella, según la definición que hace la Fundación Aquae: «La variedad de vida en un área determinada: el rango de plantas, animales y otros organismos que se pueden encontrar en un ecosistema. En ocasiones, es un término que se asocia con las zonas rurales, pero es importante recordar que también existe en las ciudades, donde animales y plantas viven en un complicado equilibrio con la vida urbana».
La biodiversidad es el valor que indicaría por tanto la calidad de vida en una ciudad. Los beneficios de un diseño urbano basado en este concepto son ampliamente conocidos en relación con la lucha contra la contaminación, pero también ofrece otras muchas ventajas de corte social: «Los espacios verdes ofrecen un entorno más sostenible y saludable para las actividades de recreo y deportivas. También potencian las interacciones sociales, el turismo, la apreciación estética o el sentimiento de pertenencia al lugar«.
Guadalajara presumió durante años de ser una de las ciudades españolas con mayor ratio de espacios verdes por habitante. En la actualidad, la ciudad puede presumir también de ser una de las capitales de provincia en las que más espacios comunitarios se han hormigonado. Y también de no haber completado un cambio de mentalidad hacia la biodiversidad. La contrata municipal de limpieza sigue utilizando pesticidas de amplio espectro no solo en parques y jardines, sino también en cada rincón donde la vida luche por abrirse camino, desde bordillos a solares urbanos. Y eso a pesar de la voluntad manifiesta del actual equipo de gobierno socialista de acabar con el vertido indiscriminado de glifosato, un químico herbicida que ha sido clasificado por la Organización Mundial de la Salud como “probablemente cancerígeno para los seres humanos”, según denuncia Greenpeace. También se sospecha que actúa como un disruptor endocrino y de es tóxico para la reproducción. En provincias como la nuestra, su uso está relacionado con la disminución del número de colmenas. En diciembre de este año caduca la actual concesión de la Unión Europea que permite el uso de glifosato.
«En el mandato anterior, con Ahora Guadalajara, hicimos una propuesta para retirar los fitosanitarios, pero no salió adelante», explica el concejal de Unidas Podemos- IU, José Morales. Los esfuerzos del actual equipo municipal se centran en la actualidad en discutir su uso en las mesas de contrataciones con empresas que gestionan tanto la limpieza de la ciudad como el mantenimiento de los espacios verdes, algo que no está resultando fácil al tratarse de contratos públicos difícilmente modificables durante su ejecución.
No obstante, la intención de la concejalía de Parques y Jardines es avanzar en la retirada de este tipo de pesticidas en esta legislatura, un ritmo que está resultando demasiado lento para los concejales de la coalición de izquierdas. La intención del ayuntamiento socialista sería sacar el glifosato del próximo pliego de adjudicación del mantenimiento de las zonas verdes de la ciudad, en marzo del próximo año. Sin embargo, José Morales, cree que esto no va a ser posible en la contrata actual de vías y basuras, lo que conllevaría que se sigan rociando los arcenes y solares con este tipo de productos hasta el fin de la actual concesión. «Lo mínimo es que se indique cuando se aplica -pide el edil– Si se tiene alta sensibilidad a estos productos o tienes mascota, tienes que saber cuando se fumiga».
Varios cientos de kilómetros al norte, en Huesca (52 mil hab.) el cambio de mentalidad y la apuesta por entornos verdes bajo premisas ecologistas empezó en 2015. Desde entonces se ha sembrado la ciudad de lo que aquí se considerarían hierbajos, pero que allí se denominan Islas de biodiversidad: más de mil cien metros cuadrados donde se potencia la presencia de enemigos naturales de las plagas. Se trata de pequeñas áreas verdes en estado natural diseminadas por toda la ciudad de Huesca, plantadas de forma controlada con semillas que atraen a insectos específicos. La estrategia es novedosa y contraria a lo que se hace en ciudades como la nuestra, donde las plagas se combaten con químicos. El cambio hacia una mayor biodiversidad propiciado por ese ayuntamiento involucra tanto a los ciudadanos como a los propios operarios municipales. La ciudad tiene previsto seguir por ese camino, «porque creemos que toda Huesca puede estar funcionando como un nodo de biodiversidad y que muchos insectos se estén refugiando en la ciudad, polinizadores sobre todo, huyendo de los químicos», explica la edil responsable, Ana Pérez-Adell.

Hormigón en la plaza del Mercado de Abastos. Foto: La crónica.net
Rotondas libres de plantas, donde reina un césped impoluto y las flores se renuevan cada pocos meses; cunetas y aceras libres de toda vegetación en el convencimiento de que lo contrario supone descuido y falta de mantenimiento. «Queremos vivir en entornos asépticos, a ser posible sin bichos, insectos o malas hierbas. Y también que para ello no se usen productos químicos», cree la experta en formación de productos fitosanitarios María José Ramiro, algo que resulta un tanto esquizofrénico. «Hoy por hoy no hay forma de deshacerse de insectos y plantas no deseables si no es a base de productos químicos. El control biológico y mecánico es una alternativa, pero más lenta, menos eficaz y más cara», señala. Cuanto mayor es la superficie urbana a mantener, afirma esta experta, más probable es que se recurra al uso de productos químicos, tanto por rapidez como por economía.
La gestión de la biodiversidad urbana sigue siendo un desafío para Guadalajara. La mejora del eje verde que conforman los parques de La Concordia y San Roque en 2018, se presentó como un ambicioso proyecto de mejora de estos entornos, pero la realidad es que además de sanear los conductos subterráneos decimonónicos, en aquel momento el ayuntamiento del Partido Popular optó por hormigonar el firme de los parques, una decisión cuanto menos sorprendente. Así, cuando el pasado mes de febrero el actual alcalde, Alberto Rojo, presentó en el renovado kiosco de La Concordia el sello ‘Guadalajara sostenible’ -con diez grandes ejes de actuación en favor de la conservación del medio ambiente-, lo hizo con un fondo heredado de hormigón y de árboles constreñidos por alcorques.
Lo cierto es que solo hay que darse un paseo por la ciudad para constatar que varias legislaturas basadas en el hormigón han dejado un paisaje urbano desolador, con plazas inhóspitas y poco acogedoras donde la vegetación ha desaparecido en la práctica, en un intento tal vez de minimizar su mantenimiento. Entornos tan poco propicios para la vida comunitaria hacen que estos días la concesión de una terraza de verano en el Mercado de Abastos, por poner un ejemplo -a día de hoy un espacio árido, poco más que un aparcamiento hormigonado, sin vegetación ni árboles que den sombra o frescor-, haya quedado desierta.
Y sin embargo, Guadalajara contiene «un entorno de enorme riqueza medioambiental que tiene varias dimensiones: patrimonial, educativa y de servicios ecosistémicos a los ciudadanos, que, como sociedad, estamos obligados a contemplar, conocer y conservar«, explicaba hace apenas unas semanas el actual director del Parque Natural del Alto Tajo, Angel Vela, en un artículo para El Hexágono de Guadalajara. Y citaba como ejemplo el Barranco de las Monjas, que discurre desde Aguas Vivas hasta el Henares, un ecosistema complejo y natural que contiene «una comunidad de aves de espacios abiertos y conejos difícil de encontrar en otros olivares cultivados de la provincia: cogujadas, collalbas, verderones, verdecillos, jilgueros, entre otros son abundantes durante todo el año«, y que sin embargo, como parque urbano es sometido a trabajos periódicos de mantenimiento. Estos días se procedía al desbroce de la senda que lo transita, cuando, según este técnico forestal en referencia al olivar que corona en el barranco en su parte superior, «es un ejemplo, un laboratorio vivo, de cómo se comportan estos ecosistemas si no se trata con productos fitosanitarios y se deja una cubierta de vegetación natural anual o “malas hierbas” que se siegan cada verano: una comunidad de aves de espacios abiertos y conejos difícil de encontrar en otros olivares cultivados de la provincia»·
Los parques de la ciudad son el hábitat de multitud de especies de aves, «como herrerillos, carboneros garrapinos, piquituertos y sus depredadores, los gavilanes que aprovechan las primeras horas del día para alimentarse evitando así nuestra presencia», explicaba Angel Vela en su artículo, donde señalaba que es en el Parque del Zoo donde esta riqueza es mayor. Y sin embargo, hasta su intervención de hace unos meses por la concejalía a su cargo, los ciudadanos veían ahí una zona descuidada, inconscientes de que la naturaleza tiene sus propias reglas. «Las podas, tratamientos, siegas y otras actividades típicas de jardinería, pueden afectar gravemente a toda esta diversidad si no se realiza con técnica y en épocas adecuadas», en palabras de este experto. Y lo mismo puede aplicarse al resto de zonas verdes, ya sean parques, solares, bordillos o la ribera del río Henares a su paso por la ciudad.