Guadalajara también tuvo masonería femenina

Por Julio Martínez (*).

Todavía hoy, la palabra Masonería genera escalofríos. Muchos piensan que se trata de una secta que pretende subvertir el orden establecido, a golpe de conspiraciones oscuras y ritos luciferinos. Pero nada más lejos de la realidad. Es una sociabilidad surgida en el siglo XVIII –el 24 de junio de 1717– en la capital inglesa, en el marco de un incipiente pensamiento ilustrado, que comenzaba a extenderse por diferentes puntos del planeta. Fue el momento en el que brotaron las «logias operativas»,todavía existentes en la actualidad.

Es cierto que la transición hasta la aparición de esta variante masónica fue larga. Los procesos, en historia, no se gestan de un día para otro. Pero, por simplificar, la historiografía emplea esa fecha. Aquel día de inicios de verano se fundó la Gran Logia de Londres. Fue el pistoletazo de salida a la «Masonería Especulativa», que estuvo –a su vez– antecedida por la «Operativa», que es la que –de acuerdo a la tradición– se enraizaba en los gremios de constructores de catedrales medievales.

Sin embargo, desde hace 300 años, la «operatividad» de las logias ha desaparecido. Ahora, sus metas son más «filosóficas». “Se trata de una escuela de formación humana que, abandonadas las enseñanzas técnicas de la construcción, se transforma en una asociación cosmopolita que acoge en su seno a hombres de diferente lengua, cultura, religión, raza y convicciones políticas, pero que coinciden en el deseo común de perfeccionarse por medio de una simbología de naturaleza mística o racional, y de prestar ayuda a los demás a través de la filantropía y la educación”, explica José Antonio Ferrer Benimeli, profesor emérito de la Universidad de Zaragoza y uno de los principales expertos a nivel mundial en la materia. 

Por tanto, la entidad se convirtió en una suerte de“sociedad de ideas”, asegura el periodista mexicano José Luis Trueba Lara. Así, los nuevos componentes de la organización “buscaron en estos talleres iniciáticos el lugar de encuentro de hombres de cierta cultura, con inquietudes intelectuales, interesados por el humanismo como fraternidad, por encima de las oposiciones sectariasde la época”confirma Ferrer Benimeli.

Una vez hechas las presentaciones, llega la gran pregunta. ¿Qué relevancia tuvo la Orden en nuestra provincia? ¿Se iniciaron las mujeres en alguna de las agrupaciones arriacenses? Las primeras referencias masónicas en Guadalajara proceden del Trienio Liberal. Según los papeles reservados del rey Fernando VII, hubo –supuestamente– tres logias caracenses entre 1820 y 1823. Una en Jadraque, otra en Sigüenza y una más en la capital. Sin embargo, no se ha hallado documentación adicionalque certifique esta afirmación, por lo que los expertos han retrasado el inicio oficial de las logias alcarreñas hasta el último tercio del siglo XIX. Un periodo en el que sí se han hallado legajos que describen –con detalle– la actividad masónica guadalajareña.

En este sentido, debemos centrarnos en el periodo de apertura sucedido tras la Revolución de 1868 y la aprobación de la Constitución de 1869, que permitió un incremento –hasta entonces, inédito– de las libertades políticas ciudadanas. Entre ellas, la de asociación, que sólo contó con dos restricciones, consistentes en no atentar contra la «moral pública» ni contra la «seguridad». Esta nueva disposición propició que florecieran múltiples entidades, como la Masonería. De hecho, esta época se considera la «edad de oro» de la Fraternidad en España. Y Guadalajara no fue una excepción. Durante esta época se han identificado ocho entidades iniciáticas arriacenses, establecidas en localidades como Torija, Atienza, Cifuentes, Alcocer, la capital o Checa, donde funcionó un «triángulo». Es decir, una sede masónica de entre tres y siete miembros –las logias suelen acoger a partir de siete componentes–.

Precisamente, una de estas logias –creada en Guadalajara ciudad– fue la única que admitió a mujeres. Se trató de «La Caracense nº 244», la cual –además– fue la más numerosa de la provincia, con 36 miembros. Se supo que, en su interior, hubo una «columna de adopción» –así se llamaban las reuniones femeninas existentes en el seno de esta sociabilidad–, compuesta por cuatro personas. Una de ellas llegó a puestos de relevancia dentro de los cuadros lógicos de la agrupación. Hablamos de Candelas Méndez, quien ocupó el cargo de «Maestra de armas».

A nivel social, en dicha sede fraterna predominaron las clases medias y medias–altas, destacando los profesionales liberales. Entre ellos, médicos, abogados, veterinarios, agrónomos, profesores, ingenieros, dentistas o agentes de negocios. También hubo militares, propietarios y empleados públicos. Y, en menor medida, artesanos y estudiantes. Por tanto, esta agrupación fue un ejemplo del elitismo que caracterizó a la Cofradía en España durante dicho periodo.

Una circunstancia que también se observó en el caso de las mujeres iniciadas en «La Caracense nº 244». Y, para muestra, Candelas Méndez, cuya ocupación era la de profesora de música. Ser docente de dicha materia no era muy habitual en la época, ya que significaba no sólo poseer conocimientos de pedagogía o magisterio. Tambiénse requerían competencias específicas de solfeo y deinterpretación de algún instrumento, lo que suponía una prolongación del periodo educativo. Algo que no era común entre el sector femenino. Únicamente ocurría en las clases más ricas, por lo que las logias estuvieron conformadas por la flor y nata de la sociedad.

Pero, sabido esto, nos debemos preguntar: ¿cómo surgió la masonería femenina a nivel mundial? Durante muchas décadas, la mujer estuvo excluida de esta organización. Una decisión que se justificó en las Constituciones de Anderson –redactadas en 1723–, una suerte de carta magna que establecía las normas de las recién nacidas «logias especulativas». En el referido documento se indicaba que, para entrar en la organización, se debía satisfacer el principio de «ser libre y de buenas costumbres». “Y, en ese momento, se consideraba que las mujeres no lo cumplían, ya que vivían bajo la tutela masculina”, explica el investigador Manuel Según–Alonso.

Una opinión que es compartida por otros historiadores, como Natividad Ortíz Albear: “La inglesa –al igual que todas las masonerías en esa época– impedía a las señoras entrar en sus talleres, puesto que no tenían derechos civiles. Se las tenía jurídicamente por «menores de edad». Y las Constituciones de Anderson decían –de forma clara–que solo podían ingresar en la Orden quien fuera libre. Lasmujeres no lo eran. Siempre dependían de un varón”, explica la especialista.

A pesar de ello, acabaron perteneciendo a la Hermandad. En 1774, el Gran Oriente de Francia creó el «Rito de Adopción», que permitía la iniciación de señoras. Se trataban de unos talleres destinados específicamente aellas, aunque –en los mismos– se restringían mucho las actividades masónicas. “Las integrantes sólo podían llegar a los grados simbólicos y no tenían autonomía, ya que sus reuniones estaban supervisadas por el venerable maestro de la sede masculina de la que dependían. Era de una Masonería muy light”, explica Ortiz Albear.

En cualquier caso, este proceso no hubiera sido posible sin las nuevas perspectivas de la Ilustración francesa, que facilitaron la apertura de ideas. “En Francia las mujeres empezaron a tener ciertas inquietudes, aunque las primeras componentes de la «Masonería de Adopción» fueron aristócratas. Eran la élite de la élite”, explica Ortiz Albear.

¿Por qué estos primeros talleres estuvieron conformados por la alta nobleza? Debido a la situación de las féminas en el siglo XVIII. Las aristócratas eran las únicas que accedían al conocimiento. La mayoría de la población estaba en la pobreza, por lo que sólo esa pequeña porción de la sociedad podía educarse. En consecuencia, la Masonería estaba muy relacionada con las élites intelectuales, culturales y políticas –confirma Ortiz Albear–. Sin embargo, en España pasaba lo contrario. El Absolutismo perseguía a la Orden, ya que el movimiento masónico estaba vinculado a las ideas de la Ilustración, que intentaban traer cambios y vientos nuevos al país.

En cualquier caso, los avances de las logias femeninas no terminaron aquí. Decenios después llegó la Masonería mixta. Más concretamente, en 1893, cuando María Deraismes y George Martin fundaron una nueva Obediencia, «Le droit Humain» –«El Derecho Humano»–, en cuya constitución se defendía “la igualdad esencial de los dos seres humanos: el hombre y la mujer”. Unos nuevos posicionamientos que –no sin intensos debates– se extendieron a otros países, como España. E, incluso, llegaron a nuestra provincia, a través del ejemplo de «La Caracense nº 244», donde se integraron cuatro mujeres. 

Fue, sin duda, un proceso lento, aunque firme. Se ha de tener en cuenta que los avances sociales son pausados. Nose producen de un día para otro. Lo relevante es que tengan lugar y que no se permitan pasos atrás. Es cierto que, en los últimos lustros, hemos visto una aceleración de la historia. Sin embargo, las grandes transformaciones no llegan con un chasquido de dedos. Debemos tener paciencia. Lo que no impide que continuemos trabajando por mejorar nuestra sociedad. Este es el mejor legado que podemos dejar a las nuevas generaciones, porque –como dijo Jacinto Benavente– «una cosa es continuar la historia y otra repetirla».

Se puede consultar toda la información sobre las masonas femeninas arriacenses en el libro «La Masonería en Guadalajara».

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(*) Julio Martínez (1985) es licenciado en Periodismo por la UCM y graduado en Historia por la de Salamanca, además de reputado experto en Masonería. En la actualidad vive entre Guadalajara y Méjico, donde ejerce el periodismo y la literatura. Ha colaborado con el Ateneo Español de Méjico, la Agencia EFE, el Wall Street International y El Confidencial y escribe en Henares Al Día, la revista Quercus y El Asombrario, del diario Público. Además, ha sido profesor de español en la Université d’Evry-Val d’Essonne, París. Como autor, cuenta en su haber con numerosas publicaciones. Es igualmente, el organizador de la Feria Internacional del Libro de Bustares y gerente e impulsor de Océano Atlántico Editores. Acaba de presentar su último libro, La masonería en Guadalajara.

Bibliografía.

FERRER BENIMELI, José Antonio. «Implantación de logias y distribución geográfico-histórica de la masonería española», en José Antonio FERRER BENIMELI (coord.). La masonería en la España del siglo XIX. Salamanca: Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española (CEHME), 1987.

FERRER BENIMELI, José Antonio. La Masonería. Madrid: Alianza Editorial, 2005.

FERRER BENIMELI, José Antonio. La Masonería como problema político-religioso. Reflexiones históricas. Tlaxcala de Xicohténcatl (México): Varios Editores, 2010.

MARTÍNEZ GARCÍA, Julio. La Masonería en Guadalajara. Guadalajara: AACHE Ediciones, 2020.

SEGÚN–ALONSO, Manuel. «La mujer en la masonería madrileña entre 1869 y 1939». REHMLAC+, 11, 1 (mayo–noviembre 2019), pp.: 65–89.

TRUEBA LARA, José Luis. Masones en México: Historia del poder oculto. Ciudad de México: Grijalbo, 2007.

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