Por Gustavo García
Hace unos días me encontré viendo por casualidad con un programa de TVE que era un compendio de reportajes sobre personas que habían abandonado sus trabajos, más o menos, confortables en la ciudad para vivir en los pueblos y, claro, normalmente de los recursos que en las zonas rurales se disponen: la agricultura y la ganadería. Eso me hizo recordar a mí que llevo ya una década, en la que hice lo mismo. En 2012 comencé a aprender en serio lo que supone dedicarse a intentar vivir del campo. En ese momento, las circunstancias variadas supusieron que dejara a un lado la licenciatura de Periodismo y casi 30 años de dedicación a la profesión para la cual me había preparado previamente en la universidad y en los primeros años de contacto con los medios, ya en la práctica pura y dura. El cambio fue profundo, aunque ya conocía –o eso creía– la nueva faceta a la que me empezaba a dedicar en exclusiva.
En los reportajes televisivos coincidían conmigo en las ventajas y las dificultades de emprender trabajos en el campo. La falta de sociabilidad, soledad en muchas ocasiones y de todo lo relacionado con la cultura hace que, a veces, ocio y ocupaciones se mezclen en el debe de la nueva vida que hemos elegido voluntariamente algunos ‘locos’. Los protagonistas del programa ‘Vuelvo a empezar’ –cuyo título lo dice todo– prefirieron la tranquilidad, la tradición y el orgullo familiar o la libertad que dan las faenas y la vida en sí en el medio rural a los ingresos fijos que podían obtener en grandes ciudades como Londres, Madrid u otras más pequeñas. Y todo ello con empleos más cómodos a primera vista en oficinas, marketing o aviones, entre otros, que suponían unos trabajos con mucho menos riesgo que los elegidos en el campo. El frío, el viento, el calor, la lluvia, la nieve…todo eso hay que ir sorteando si te dedicas a esto y es más duro que cuando te refugias en las ciudades. De eso no cabe duda.
En ese momento surge entonces la pregunta. ¿Y, por qué los protagonistas escogieron modificar sus vidas y dar ese brusco giro a sus profesiones? Pues, muy sencillo. Ya hemos indicado que, en muchos casos –como es el mío–, por continuar con la explotación de la familia, después de muchos años y sacrificio de padres y abuelos para con esas faenas típicas del mundo rural. Pero, no son los únicos motivos porque algunos aludían, más que a los ingresos que les ofrece la nueva vida, a dejar tanto estrés, aglomeraciones y contaminación. De paso, si se puede hacer uno un hueco con una mejor calidad de vida, ahí tenemos más explicaciones.

Los quesos, la carne –en diferentes modalidades–, la leche, los cultivos variados y casi, casi exóticos en algunas ocasiones…son productos que muchos de estos protagonistas se encargan ahora de elaborar en los pueblos donde se han instalado, tras pasar por diferentes universidades, conseguir las respectivas titulaciones, y recorrer incluso países variados, rechazando a veces interesantes ofertas profesionales, para volver al mundo rural –que generalmente conocían de edades más tempranas y que abandonaron para labrarse otro tipo de futuro menos sacrificado–. Claro, estos nuevos moradores del campo, aprovechan gran parte de su preparación en otros ámbitos para aplicarla a los empleos rurales que en estos momentos retoman. De hecho, las nuevas tecnologías hacen su trabajo más sencillo a lo habitual y mejoran en mucho lo que se venía haciendo hasta ahora. Además, son profesionales de otras lides que poseen importantes conocimientos y que les sirven, a pesar de que no se parezcan en nada las ocupaciones que tenían anteriormente con las actuales.
Es complicado tomar ese tipo de decisiones y valiente el cambiar radicalmente de un oficio a otro, si aún más, el primero era para el que te habías formado durante muchos años. Lo que pasa es que la Naturaleza ofrece satisfacciones añadidas que no se conocen si no las experimentas en persona. No en vano, la casualidad también ha hecho que de manera reciente yo mismo coincidiera, en un acto multitudinario de agricultores para la presentación de maquinaria moderna, con un antiguo compañero de instituto. Una charla de apenas diez minutos nos hizo corroborar a ambos lo que, cada uno por separado, ya habíamos procesado. Los casos son similares –él programador informático– en el desembarco final en las faenas agrarias: una infancia y juventud en la que hemos mamado lo que son estas tareas en los pueblos, además de la llegada en un momento dado en el que hay que decidir si dejar en manos de otros o abandonar la explotación familiar o arremangarse y coger las riendas por nuestra parte. En lo demás igualmente ratificamos ambos que no conoces casi nada de la nueva profesión, aunque pareciese que la teníamos controlada por saber de ella en nuestros hogares desde antaño. Y ya, en el aspecto de la viabilidad económica, es en el que hay que ir bregando para conseguir aminorar gastos y lograr mayores beneficios. Renovación de aperos y maquinaria obsoletos, ir eligiendo proveedores, compradores, vendedores, intermediarios, etc., profundizar en las ventajas e inconvenientes de emplear y cómo unos u otros fertilizantes, fitosanitarios y semillas… en fin, un mundo, que parecía simple, pero que en realidad no lo es tanto y hay que ir cogiendo tablas para ir adecuándose al mismo y tratar de llegar a dominarlo.

Sin duda que esta clase de nuevos moradores del campo somos distintos a lo tradicionalmente conocido, por las circunstancias y peculiaridades antes expuestas, y sí que nos adaptamos mejor a otras exigencias que en los tiempos que corren marcan las administraciones públicas. Tecnología para hacer más precisas las tareas con la maquinaria, o bien, para llevar a cabo ese trabajo sórdido que actualmente precisan agricultores y ganaderos cuando están en sus casas: el informático, de gestión o puramente administrativo. Ese del que los expertos ya venían avisando hace algunos años de que suponía el 30 por ciento de la ocupación de la gente del campo y que aún parece que se va superando en dicho porcentaje cada vez que nos vamos adentrando en el siglo XXI. Algo que parece no se detiene, como el propio tiempo. Ahora hay que terminar la labor en la tierra y reflejarlo de inmediato en un cuaderno de campo, que ya dicen será pronto “digital”. Hay que planificar las campañas con rotación de cultivos, aplicando rendimientos futuros acordes en nuestra explotación y cumpliendo los porcentajes que de cada uno establezcan las normas si quieres acogerte a las subvenciones de la PAC –si no, mal vas a ir–. Las inspecciones y las monitorizaciones te obligan a realizar fotos geo-referenciadas de tus parcelas con los teléfonos móviles para demostrar que lo que declaras en los papeles es cierto. Tienes que cumplir diferentes normas para preservar y mantener la flora y la fauna silvestre –esa que luego te deja limpio el fruto de tu esfuerzo en muchas ocasiones, y cada vez más–. Leyes, reglamentos, biodiversidad, borradores, planes estratégicos…la gente del campo se está transformando o, mejor dicho, la están cambiando en otra cosa a lo que estábamos acostumbrados a ver.
Eso sí, hay algo que no va a ser distinto, por muchos fuegos de artificio que inventen las administraciones desde los despachos y, en ello, también coincidimos los que nos dedicamos ahora al campo, después de llevar años con otra trayectoria en nuestras vidas. Eso no es otra cosa que la satisfacción que proporciona el ir observando a lo largo de un año en qué y cómo se va transformando el trabajo que llevas a cabo en la tierra. Unas veces acaba culminando en un ciclo fructífero y otras no tanto, pero, al final, el balance, echando la vista atrás, es que tu sudor se ve reflejado en cada mata, en cada espiga o en cada cordero que crece en el campo. Ciertamente, de eso no se vive y necesita ir acompañado de rentabilidad. Aunque, esa compensación interior que lleva añadida no se paga con dinero. ¡Qué le vamos a hacer. Aún quedan románticos de !a Naturaleza!