Residencias para mayores felices

Para Sonia Jodra

Al final de la vida nos sobran muchas de las cosas que nos fueron tan necesarias en otras etapas de nuestra vida, pero nos faltan otras tantas que fuimos despreciando por el camino y que ahora añoramos. Nos sobran ambiciones, desafíos, soberbias y egolatrías que alrededor de los 80 pierden sentido. Mientras que asistimos sorprendidos a una dependencia creciente que cada vez nos hace necesitar más ayuda de quienes nos rodean. Hacerse anciano no es el proceso más fácil de nuestra existencia. Y ya que hay que pasarlo, habrá que intentar pasarlo, al menos, con dignidad. Así que no seamos miserables, porque es de miserables intentar racanear dinero a las residencias públicas de mayores, a los Servicios de Estancias Diurnas, a las Viviendas Tuteladas que sujetan muchos pueblos del medio rural o a la Ayuda a Domicilio que permite que muchas y muchos mayores puedan despedirse de esta vida en su casa, que es donde quieren seguir viviendo.

Ayer se conocía ese tremendo tostón de cifras que son los Presupuestos, en este caso de nuestra Comunidad Autónoma. Y entre el torrente de números aborrecibles, pudimos ver algún motivo de aplauso. En servicios sociales se superarán este año los 980 millones de euros de presupuesto, 25 millones más que en e2022, lo que supone un aumento del 2,6 por ciento. El gasto para atención a personas con discapacidad se incrementa un diez por ciento y se destina una importante partida presupuestaria a reforzar la estabilidad de las entidades más representativas del Tercer Sector, así como a aumentar las plazas públicas para residencias de mayores, incrementar las prestaciones económicas de dependencia, mejorar la ayuda a domicilio en zonas con gran despoblación y reforzar la teleasistencia. También se impulsará la construcción de nuevos recursos de atención a la discapacidad y personas mayores y se dedicarán más de ocho millones al plan de autonomía digital para dotar de equipamiento tecnológico avanzado a los centros de atención social.

Todo lo que destinemos a los centros de mayores es poco. Así que seamos generosos con quienes lo fueron con nosotros anteriormente y para garantizar que cuando nos llegue la hora de necesitar ayuda nosotros también la tendremos. Porque en esto de la vejez, salvo mayor desgracia, no se libra nadie. Pero también hay desigualdad en la manera en la que la viven unos y la sufren otros. Lograr una plaza en una residencia pública es complicado. Pagas según tus ingresos y, en general, con casos sangrantes como los de la Comunidad de Madrid, el servicio que recibes es de inferior calidad al que reciben aquellos que se pueden permitir pagar una mensualidad de 2.000 euros en un centro privado. Una persona mayor dependiente necesita ayuda, mucha ayuda, por eso las ratios en residencias tienen que estar gestionadas también con la generosidad como hilo conductor. Porque si hay que ahorrar, optimizar o reducir, que sea en otras cosas.

La gestión de las residencias de mayores era una pequeña vergüencilla que teníamos algo tapada hasta que la pandemia levantó la alfombra de golpe y salieron más miserias de las que nos hubiera gustado encontrar. Cuando los grandes grupos financieros, las aseguradoras y, ¡oh, dios mío!, las constructoras entraron en el negocio, debimos darnos cuentas de que el servicio público había dejado de serlo. Porque las empresas -sobre todo esas que ganan mucho dinero y muy deprisa- no tienen vocación de servicio público, sencillamente por eso, porque son compañías privadas que buscan el beneficio económico por encima de cualquier otra cosa. Empleos precarios, atención deficitaria y deterioro del sistema público fueron los resultados de nuestra dejación de funciones. Porque como sociedad es lo que hicimos, dejamos a un lado nuestra función en el cuidado de las personas mayores para trasladársela a empresas que, legítimamente, buscan lucrarse a costa de ello.

No estoy en contra de la gestión público-privada de estos servicios, pero sí a favor de administraciones más vigilantes, que se empeñen en reforzar este sistema por el que tarde o temprano a todos nos tocará pasar. Y para ello, hay que seguir destinando dinero, mucho dinero, para que pueda contratarse más personal, para que trabajen en mejores condiciones, para que dispongan de más medios. Y para que entre todos logremos que este sí sea un país para viejos, pero para viejos felices. Ah, por cierto, y también para esto se utiliza el dinero de los impuestos.

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