Por Pilar Rodrigo Álvarez (*).
Los pueblos de Guadalajara fueron tierras de acogida para una institución que pervivió
cuatro siglos en España, que mejoró sus métodos de protección de la infancia durante el s. XX y que se disolvió en 1983 con la implantación de los Servicios Sociales.
La Inclusa acogió a miles de niños y niñas durante más de cuatro cientos años. Fue creada en 1563 de la mano de la beneficencia y la caridad católica. En ese tiempo se fue transformando el concepto y la protección de la infancia. La antigua de Madrid sigue alzándose en una calle muy transitada, pasa desapercibida como un edificio más, de ladrillo rojo y piedra, situado en la calle O´Donell, 50. Solo si al pasar alzamos la vista veremos unos medallones con dos bebés que nos puede sorprender e indicar la función que en este edificio edificio se llevó a cabo durante más de cincuenta años.
El edificio que se inauguró en 1931 y sustituyó a la antigua inclusa de la calle Embajadores. Por él pasaron miles de niños y niñas que fueron llevados a esta institución por sus madres con la esperanza de que tuvieran una vida mejor que la que ellas podían darles, o simplemente que sobrevivieran.
A finales del s. XIX más del 90% de los niños y niñas llevados a la Inclusa de Madrid morían en los primeros meses de vida, sin leche materna. En un momento en el que no existían biberones, sobrevivir era algo extraordinario en una institución que se mantenía de la caridad, insalubre y con escasos medios. Pensadores desde diferentes ámbitos, políticos, escritores y filósofos, empezaron a alzar sus voces para paliar esta situación, llevados por nuevas ideas que se materializaron en la Declaración de Ginebra de 1924, en la que se plantean los Derechos del Niño. Una idea predominó en un momento en el que la infancia comenzó a verse como un objetivo primordial para el Estado: eran los hombres y mujeres del mañana, había que protegerlos y educarlos. La crianza en las zonas rurales se convirtió en la solución más idónea, eran medios naturales y saludables por lo que el envío de estos niños a los pueblos de la provincia de Guadalajara se convirtió en una práctica que se llevó a cabo en muchos de ellos.
Durante más de cincuenta años las mujeres de estos pueblos se convirtieron en sus madres, les dieron de mamar, les criaron en su familia. Ellas eran nuestras bisabuelas, crearon unos lazos familiares que en muchos casos pervivieron durante toda su vida.
En los cambios estructurales que se realizaron en las primeras décadas del s. XX, uno de los más importantes fue la sustitución del torno, ubicado en los conventos, donde se dejaba al niño de forma anónima. A un lado la madre, casi siempre de noche; nos la imaginamos llena de dolor, escondida de las miradas, oculta de las recriminaciones. Al otro lado, la monja que recoge al niño que pasará a la inclusa.
En 1931 se inaugura el Instituto Provincial de Puericultura de Madrid, un edificio moderno con todas las instalaciones como laboratorio, radiografías, gota de leche o solárium. El antiguo torno será sustituido por la Oficina Receptora haciendo un camino que nos llevará desde la Beneficencia al Estado de Derecho. Los carteles que nos indicaban ambos lugares eran muy significativos, en el torno se podía leer Abandonado por mis padres, la caridad me recoge en la Oficina receptora Inclusa de Madrid: Por este portal se entregan los niños.
En esta nueva oficina se recogerán y guardaran los datos de la madre y del niño; día y lugar de nacimiento, donde ha sido bautizado, ropas que porta y todos aquellos detalles que se desean aportar. Se entregará una medalla a la madre con el número de inscripción y registro y otra se pondrá en el cuellecito del bebé, así cuando ella pueda venir a buscarle, con tan solo presentar la medalla, podrá demostrar que es su hijo.
En la II República se produce muchos cambios tanto en lo social como en el ámbito legislativo y educativo, transformando la construcción simbólica de las mujeres a través de la Constitución de 1931, que las colocó en plano de igualdad respecto a los hombres al afirmar en su art. 2 Todos los españoles son iguales ante la ley. Así vemos como en 1935 la educación en la Inclusa pasara a ser laica, sustituyendo a las monjas por maestras nacionales.
Esta historia tiene dos protagonistas, las mujeres y los niños. Por un lado, tenemos a las madres las que abandonan esas que serán consideradas como las malas de la película, por otro, las mujeres de los pueblos que les criaban, mujeres pobres y con una vida dura en ambos casos. La pregunta que está en la mente de muchas personas protagonistas de esta historia, es siempre la misma, ¿Por qué me abandono mi madre?, para responder a esta cuestión hay que empezar a transitar por la vida desde finales del s. XIX cuando se produce una gran transformación de las ciudades, se incorporan grandes cambios culturales, principalmente en la educación de la mujer a través de los movimientos higienistas nacientes que marcarán un nuevo desarrollo en la salud pública promoviendo la necesidad de cambio también en la Beneficencia.
Las mujeres dejaban a sus hijos/as en la Inclusa, en muchos casos con sus apellidos porque pensaban que dentro un tiempo cuando le fueran bien las cosas vendrían y se lo llevarían con ellas. Mujeres con muchas historias, pero con relatos similares. Mujeres jóvenes, pobres y vulnerables, trabajando de sirvienta y embarazadas de sus señoritos, avergonzadas, sin marido y con un hijo que no podían alimentar. Mujeres pariendo solas, maltratadas por otras mujeres que las juzgaban.
Después de la Guerra encontramos a mujeres represaliadas y recluidas en prisión a las que, en algunos casos, les fueron arrebatados sus hijos porque no se merecían criarlos. Mujeres prostituidas, abusadas que no podían hacerse cargo de sus hijos e hijas. Mujeres con muchos hijos a los que no podían mantener.
En definitiva, muchas son las causas que forman el contexto social de las mujeres que se veían forzadas a dejar a sus bebes en la Inclusa, pobreza, migración, analfabetismo, exclusión y marginación. Todas ellas, unidas a una moralidad impuesta a través de la religión católica, producían la vulnerabilidad de las mujeres pobres, inmigrantes y analfabetas.
Hasta finales del s. XIX, los niños eran enviados con amas de cría de las calles de Madrid, desde estamentos médicos y sociales se fue viendo la necesidad de enviar a los niños a los pueblos de las provincias cercanas a Madrid, en concreto Ávila y Guadalajara primero, Toledo posteriormente.
Este criterio fue tomando fuerza gracias a las nuevas redes de transportes que hacían más fáciles los desplazamientos. Desde los estamentos médicos, a través de las voces de los llamados higienistas, así como de los políticos como Concepción Arenal, y de los constantes artículos de los periódicos, se plantea la necesidad de enviar a los niños de la inclusa a criar a los pueblos. Así vemos en La Época, publicación del 23 de junio de 1918, como se recomienda la crianza en los pueblos: “La práctica ha demostrado lo conveniente que es esta clase de crianza, pues las amas de los pueblos suelen ser casi siempre más robustas y sanas que en la capital. Además, el ambiente puro del campo constituye un medio más sano para el desarrollo del niño”.
En la provincia de Guadalajara encontramos mas de treinta pueblos en los que los niños y niñas de la inclusa vivieron con sus familias. Además de salvarles la vida, les proporcionaron lazos familiares que en muchos casos se mantuvieron durante toda la vida. Niños que buscaron a su familia biológica, pero también a su familia de crianza; hermanos de leche que hoy cuando ya peinan canas, siguen visitándose. Mujeres que buscan a esa hermana que se crio con ella y a la que recuerdan con cariño. Saben que su familia de crianza les cuidó con cariño en esa edad en la que somos más vulnerables.
La Exposición Guadalajara tierra de acogida se puede visita en el Salón de Actos del IES Brianda de Mendoza hasta el próximo al 3 de febrero.
(*) Pilar Rodrigo Álvarez es antropóloga y actualmente doctoranda en Antropología por la Escuela Internacional de Doctorado de la UNED. Su tesis versa sobre las prácticas de crianza de los niños y niñas en la Inclusa de Madrid y es autora del trabajo de campo que ha hecho posible la exposición, de la que también es comisaria.
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