Nucleares, ¿no?

Por Gustavo García

La problemática de la energía y su producción. La nuclear viene suscitando recelos en España desde hace décadas. Ahora, alterna con las renovables, pero va perdiendo más peso.
Maranchón cuenta con un gran parte eólico en el centro de España.

Inmersos como estamos en plena época de crisis energética y cada uno mirando para lo suyo, quien más y quien menos se mira para adentro e intenta producir electricidad o gas por medios propios. Depender de otros países ya hemos visto lo que conlleva y la cadena que supone para muchos. Por eso, llama ahora la atención que la energía procedente de fuentes limpias se haya estancado ligeramente a lo que se venía desarrollando en años anteriores. De hecho, este tipo de producción únicamente representó la quinta parte del consumo total de nuestro país en 2021, medio punto menos que en 2020 y uno por debajo de la media europea.

En 2020 las renovables suponían el 43,6 por ciento, por un 22,8 de la nuclear y más lejos los ciclos combinados de gas natural, con el 17,9 por ciento. Luego las renovables subieron hasta el 46,7 por ciento, descendió la nuclear al 20,8 y los ciclos combinados se mantuvieron al 17,1. Y, el último año las cifras se estabilizaron en niveles similares a los de 2020.  

Dicen en el sector que la historia nunca es lineal y, menos en estos aspectos de la transición ecológica. Es cierto que la pandemia de años anteriores sí que aceleró sin precedentes el uso de fuentes renovables como la energía solar o la eólica. Lo que ocurre es que la reapertura posterior de la economía y la irrupción de la crisis energética supusieron el mayor paso atrás en una década. De acuerdo a los datos que maneja Eurostat, la energía procedente de fuentes limpias apenas supera la quinta parte del consumo final en España, tras caer medio punto en 2021. Aunque, también se afirma desde fuentes gubernamentales que España y Portugal se encuentran a la vanguardia europea de las energías verdes, nuestro país está por debajo de la media continental y muy lejos de los objetivos comprometidos en su día para 2030.

Hace unas semanas nos jactábamos del poder de nuestras energías renovables, gracias al empuje del viento principalmente, que abarató nuestras facturas de gas y luz. Algo que puede servir en determinados momentos, pero que no acaba de cuajar como la gran alternativa a otras tradicionales como la nuclear, siempre al quite en la producción, independientemente de la climatología y de otras circunstancias adversas. Resulta que en los últimos días igualmente conocemos que gran parte de los vecinos europeos, sobre todo Francia, están apostando de nuevo por las centrales nucleares con proyectos en marcha. Justamente, el país que más podría afectar en caso de catástrofe a España por su proximidad y porque ya hay varias plantas cerca, al otro lado de los Pirineos. Incluso, alguien ha comentado que este tipo de energía se puede considerar ya verde. Lo cual, para los que hemos vivido tanta y tan fuerte oposición a la misma por los riesgos que ha venido suponiendo de manera tradicional, suena un tanto extraño. Sin embargo, veremos en el futuro inmediato cuál es esa definición y por dónde van exactamente los tiros en este aspecto.

Volviendo a los datos, es preciso apuntar que la generación de energía eléctrica en España se situó en 2021 en torno a los 259.850 gigavatios/hora. El 20,8 por ciento de la electricidad producida procedió de la energía nuclear, que dejó de ser ya la principal fuente nacional, posición que ya ocupa la que genera el viento. No en vano, los aerogeneradores instalados a lo largo de todo el territorio español fueron responsables de casi el 23,5 por ciento de la electricidad producida en el país. Guadalajara está bien situada en la creación de parques eólicos y ahora también solares.

En todo caso, lo que es evidente es que en España la balanza de las energías renovables se ha ido inclinando poco a poco a su favor. Aún con los más recientes altibajos, el crecimiento año tras año sirvió para alcanzar en torno al 54 por ciento del total de la potencia instalada en 2020. Por entonces, sobre el 45 por ciento de la energía empleada para generar electricidad llegaba de fuentes limpias, proporción que el 2021 alcanzó el 46,7 por ciento, como veíamos anteriormente. Además del sol, el viento se vislumbra últimamente como ese elemento clave en la organización española de su propia energía. De ahí que la eólica representase casi la mitad de la energía limpia generada en España en esos años todavía de pandemia. Ello, debido principalmente a la aportación de las mayores productoras del país. A saber, las comunidades autónomas de Castilla y León, Galicia y Aragón.

Pagar más

Y, al margen de ese origen de la electricidad consumida, lo que más preocupa a la población es el precio que cada familia tiene que pagar en su casa por la luz. Las tarifas del sistema eléctrico en España aumentaron constantemente al final de la pandemia y coincidiendo con la guerra en Ucrania. Lo cual supuso que se llegaran a superar los 250 euros por megavatio/hora en los primeros momentos, que luego se quedaron cortos en otros más críticos hasta la estabilización de los últimos meses. Este continuo encarecimiento de la energía eléctrica impactó inicialmente de forma directa en el IPC mensual de la vivienda, que alcanzó en principio su punto de inflexión con los 110 puntos desde mayo de 2021 –y, después ha ido manteniendo un comportamiento más al alza que a la baja–, lo que a su vez ha contribuido a que la inflación haya logrado su cifra más elevada en casi tres décadas. La actual situación sigue siendo más moderada, pero los datos de ayer de dicha inflación interanual todavía la ponen una décima más –0,1 por ciento– que la reflejada en las mismas fechas de 2022. Todo, pese a las medidas gubernamentales aplicadas como la reducción del IVA de los alimentos y otras. En el campo energético, la llamada ‘Excepción Ibérica’ ha hecho contener los precios en España y Portugal respecto al resto de la Unión Europea.

Con todo ello, nuestro país tiene que decidir ahora si continúa con la guerra abierta emprendida hace unos años a las centrales nucleares, apostando claramente por las renovables, o bien, adopta una postura más “europeista” y buscan compatibilizarlas con esas energías más limpias, que parece que ya no tendrán marcha atrás, dado sus buenos resultados económicos y medioambientales.

Otro tanto puede ocurrir con el enterramiento de los residuos radiactivos. Ya sabemos que Francia se ha beneficiado con el pago por albergarlos, después de nuestros continuos recelos para construir un cementerio nuclear de ámbito nacional (ATC) y que el último proyecto que estaba bastante avanzado fijaba precisamente en Castilla-La Mancha –en la localidad conquense de Villar de Cañas–. Los responsables municipales del pueblo destinado para dicho ATC comentaban días atrás que el precio por realizar cementerios parciales en cada central nuclear supondría un coste tres veces superior al del centralizado, al margen de las ventajas socioeconómicas que llegarían para la zona, junto a otros proyectos añadidos, como un centro de interpretación y similares. Algún experto se manifestaba en la misma línea, afirmando también que lo ideal, desde el punto de vista técnico, es construir un gran y único ATC y no varios almacenes. El presidente castellano-manchego, García-Page, paralizó dicho proyecto, tal y como había avanzado en la campaña electoral de 2019. La polémica amenaza con seguir adelante en estos aspectos que tienen que ver siempre con lo nuclear. Igualmente, este año puede ser clave para ver las posturas políticas a adoptar en los sucesivos.

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