Mejor un móvil

Por Gustavo García

La ‘tiktoker’ Lola Lolita cuenta con casi 10 millones de seguidores.

En la sociedad actual nos movemos en gran medida por el consumo de masas. Hasta tal punto estamos llegando, que ahora no es raro ver entre las profesiones más excitantes para los niños y jóvenes las que tienen que ver con las redes sociales. Antes, era el fútbol, y más atrás, los toros. A cuanta más gente se llegue desde tu ámbito, más caché tienes y,  por tanto, los ingresos son pingües. Se podría pensar que en los medios de comunicación también debería ocurrir siempre, pero todos sabemos que no es así. Más bien, lo contrario, unos cuantos comunicadores de prestigio o con una dilatada carrera ya a sus espaldas, en general, sí que aglutinan unos sueldos importes, pero el resto de la profesión cobra como cualquier trabajador… o menos.

Hay incongruencias manifiestas en todo esto. Y, lo más sangrante es que profesiones de prestigio de toda la vida, como la de médico, no se valoran ni por la sociedad en su conjunto ni mucho menos por quienes deberían haberles cuidado desde hace décadas. Sí, los gestores, gobernantes o políticos se han ido encontrando en los últimos años con las quejas mayoritarias del sector por la falta de planificación hacia el personal de los centros de salud o de los hospitales. La pandemia ha sido el remate para la estabilidad y el aguante estoico de la Atención Primaria y de la Especializada. Por eso, cada vez son más los doctores que se vienen movilizando y alzando la voz para, no solamente que se les pague algo más que a otros individuos menos formados y con bastante menores responsabilidades a sus espaldas, sino para poder trabajar dignamente y con medios suficientes –más humanos que materiales, curiosamente–.

Problema antiguo
Ya hemos comentado otras veces que el problema no es nuevo. En su día, y hablamos de hace cuatro décadas –por no irnos más lejos–, las convocatorias para hacerse con una plaza MIR eran infernales. En números redondos, durante los años 80 y 90 del pasado siglo, se ofertaban unos 4.000 puestos para Médicos Internos Residentes y se presentaban a la convocatoria en torno a 20.000 aspirantes. Todos los demás, a buscarse la vida haciendo guardias de refuerzo los fines de semana, o bien, las maletas para emigrar a otros países donde se les valorase más que aquí y encontrar allí un empleo. Año tras año ese volumen de médicos frustrados en España dejaba a una buena porción fuera de la profesión, a la que, por cierto, llegaban muy bien preparados –de lo cual siempre han presumido las universidades nacionales– y por la que sentían su vocación. En consecuencia, íbamos perdiendo profesionales por el camino que habían tenido que acceder a la carrera con unas notas excelentes por obligación, se sacrificaban durante al menos seis años en sus estudios –nada sencillos–, para luego llegar a una prueba de acceso MIR que la inmensa mayoría no podía pasar porque era imposible acceder si no entraban en ese cupo de elegidos, a los que después también les quedaba buscar un destino y pasar por más exámenes en forma de oposiciones para encontrar plaza fija –con preferencia siempre según la nota, claro–. En resumen, un calvario.

En la última convocatoria del MIR, en la que todavía estamos inmersos, pues la prueba se realizó el pasado 21 de enero, todo ha sido más accesible que nunca. De acuerdo a los datos del Ministerio de Sanidad, un total de 12.629 médicos entraron en disputa por una de las 8.550 plazas ofertadas. Son 362 vacantes más que en la anterior convocatoria, para 430 aspirantes menos, lo que sitúa la ratio en niveles históricos –1,47 graduados en Medicina por cada una de las plazas ofertadas–. Nada que ver con las cifras de antaño. En la pasada convocatoria, con 13.059 aspirantes y  8.188 plazas en juego, el indicador se sitúo en 1,6 graduados en Medicina por cada una de las vacantes ofertadas. Mientras, en el examen MIR de 2020, este indicador se estimó en 1,7, por los 1,9 médicos de 2019, con 14.579 aspirantes y una oferta de 7.512 plazas. Y, justo antes, las cifras eran similares, con una ratio de aspirantes por plaza que se acercaba a los 2.
En Enfermería la cosa sigue mal. Los aspirantes a la prueba del EIR 2023 han sido 7.882, para 1.961 plazas, por lo que la ratio estimada se establece en 4 candidatos por vacante. Cifras, en todo caso, que mejoran también las de años anteriores, que rondaban la ratio del 4,3 y 4,2 enfermeras por plaza.

Sabíamos que estas políticas se deberían haber aplicado con bastante mayor antelación en el tiempo y no encontrarnos ahora con el déficit de facultativos existente después de tantos años de nefasta gestión del personal sanitario en ese sentido. Y, para más inri, quienes pasaron por todas esas vicisitudes y entraron finalmente con tantos esfuerzos en los cupos, resulta que están saturados de trabajo por las carencias actuales y la normal exigencia de los pacientes. Peor no se pueden hacer las cosas. ¿Quién lo paga? Ellos los primeros y el ciudadano también. Ambos andan con la salud a vueltas cada día.

Lo multimedia, sí
Y, ¿las profesiones de masas?. Pues, hace unos días un programa de televisión desvelaba cómo una ‘tiktoker’ de apenas 20 años disfrutaba de un ‘éxito’ total, a la inversa que un primo suyo médico –según ella misma apuntaba–. ‘Lola Lolita’, que así se llama la protagonista en las redes sociales, en las que arrastra una legión de diez millones de seguidores, comentaba que incluso hablando con su pariente sobre sus experiencias laborales, éste le decía que él se había equivocado de profesión. En el propio programa se afirmó que un médico tiene un salario medio en nuestro país en torno los 1.300 euros. Ella no dio cifras sobre sus ingresos, aunque nos los imaginamos. Y, así ocurre también con ‘streamers’, ‘youtubers’ y demás ‘influencers’ de plataformas, canales multimedia y divulgadores de contenidos en Internet. Sus resultados –más allá o no de su buen hacer, que hay como en todo– se miden en la repercusión que obtienen. A mayor volumen de audiencia al que llegan, más impacto generan y todo fluye en esa proporción, incluido su bienestar y sus cuentas bancarias.

En esto, como ocurre con los espectáculos de masas, el ocio que consumimos se cotiza mucho más que aquellos pobres estudiantes de Medicina que ahora tienen que protestar por salvaguardar con dignidad y medios lógicos su empleo cuando ya han cambiado las batas por los libros. Total, ¿para qué sirve su oficio si solo es salud? Una minucia. ¡Donde esté un móvil en condiciones que se quite un fonendoscopio! No hay color.

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