Un rincón de libertad llamado El Hexágono de Guadalajara

Por Patricia Biosca

Guadalajara es como las chocolatinas After Eight: aunque mascar una especie de pasta de chicle con regusto viejuno con un bombón no parezca lo más apetecible del mundo (por lo menos en un lugar donde la gastronomía tiene otros ejemplos mucho más placenteros) existe una parte dulce, algo que no se puede definir, que te incita a probar otra vez. Y como el paladar madura con el tiempo, llega un momento que, como con el vino, te empieza a gustar. Mucho. Igual nos ocurrió a muchos oriundos que, con los delirios y grandezas de la juventud, quisimos volar desde una ciudad de provincias (o incluso un pueblo de provincias, como es mi caso) hacia las cegadoras luces de la capital. Y lo hicimos. Y algunos nos desencantamos y empezamos a coger cariño a esta ciudad dormitorio vapuleada por nosotros mismos en un sinfín de ocasiones. Pero cuando miras más de cerca (o, mejor escrito, cuanto más lejos te vas), más echas de menos su idiosincrasia, sus problemas de andar por casa, sus quedadas improvisadas al llegar al bar y conocer a todos los parroquianos. Su vida de provincias de la que renegaste. Y encuentras lugares increíbles que no se valoran en la medida que lo merecen. Uno de esos barrios ‘encantados’ es, sin duda, El Hexágono. 

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Renovación celular y Semana Santa

Por Patricia Biosca

Es curioso el paso del tiempo y su efecto en nuestros cuerpos. Quizá tenga algo que ver que cada diez años todas y cada una de las células de nuestro cuerpo se han renovado, convirtiéndonos en un ser totalmente nuevo al del principio, al que parió nuestra madre; o a nuestro ‘yo’ adolescente, si han pasado los suficientes años; incluso al veinteañero que se comía el mundo a la vez que se moría de la vergüenza por tonterías. Eso podría explicar que, de pequeña, las torrijas y el potaje fueran dos de mis penitencias de Semana Santa, un peaje a pagar por unas vacaciones que gastaba en procesiones de enigmáticos capuchinos y violentas imágenes en procesión (ver cargar con una cruz a un señor casi esquelético coronado por espinas no es precisamente equiparable a un capítulo de los Teletubbies) que me permitían ver uno de los temas tabú por excelencia: la muerte. Sin embargo, crecí y curiosamente las torrijas y el potaje se convirtieron en los mayores alicientes de esta pausa laboral que en realidad tampoco es tan larga. Más aún cuando, de repente, una pandemia mundial azota al planeta Tierra y nos deja durante dos convocatorias sin más planes que acercarnos a Cuenca (en el caso de los castellanomanchegos, claro). 

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La decepcionante película de la nieve

Por Patricia Biosca

Está dando un paseo por el campo. De lejos puede ver un prado enorme, verde, kilométrico, que se le antoja como un mullido colchón natural que le invita a revolcarse como un cochino en una cochiquera, pero sin oler mal (lo de las manchas es otro cantar, porque ya se sabe que el verdín se quita fatal). Con esa tentación amable delante de sus ojos, se decide a acercarse un poco más. Por el camino ya se imagina como un integrante más de la familia Ingalls, con sombrero de paja y con una sonrisa de oreja a oreja. O como la Blancanieves de Disney, comunicándose con los pájaros, las ardillas y los conejos con un canto celestial en medio de un prado perfecto. Pero, cuando finalmente llega, se da cuenta de que, en realidad, el suelo es, en su mayoría, marrón tierra; que el césped que se había imaginado tiene más calvas que el señor de la Lotería; y que la analogía del cerdo se puede cumplir con barro y todo, amén de que es posible que también se lo trague si mantiene esa sonrisa de bobo que ha ido elaborando por el camino. Y entonces es cuando la ilusión se torna en decepción. Decepción es la palabra. Y no es el único regalo “envenenado” de la naturaleza: lo mismo ocurre con la nieve, la misma que nos ha sepultado en agua congelada este fin de semana. Ahora llega el momento de elegir: pastilla azul, dejar de leer y seguir pensando en las bondades de la nieve; o pastilla roja, continuar el artículo y conocer el engaño que se esconde detrás de esos finos, delicados y, aparentemente inofensivos copos que caen del cielo. 

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Las Navidades de Schrödinger

Por Patricia Biosca 

En el periodo de entreguerras, Erwin Schrödinger empezó a cartearse con Albert Einstein hablando de trabajo (así funcionaba el mundo hasta los emails y los teléfonos móviles). Como se pueden imaginar, Schrödinger y Einstein no escribían precisamente acerca del tiempo o de sus ligues, sino de su verdadera pasión: la física. Ambos debatían sobre cómo encajar la “magia” del mundo subatómico, en el que los átomos pueden existir en diferentes estados, con el mundo que vemos, en el que un gas es gas y no líquido a la vez (en teoría). El caso es que existían (y existen) problemas para encontrar ejemplos que pudiesen demostrar (o, al menos, hacer intentar comprender) que la mecánica cuántica rige el mundo, incluso aunque no podamos verlo. Y así es como surgió el famoso gato de Schrödinger, vivo y muerto a la vez en una caja con veneno y del que determinamos su suerte solo con abrirla. 

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Je suis Araceli

Por Patricia Biosca

Eran las 9 de la mañana, pero las cámaras llevaban dos días haciendo guardia en su puerta, sin saber que ella era su objetivo. Seguramente ajena a todo el barullo que se creó después, Araceli firmó el consentimiento unos días antes para que la vacunasen de la covid-19, el monstruo final que hemos intentado pasarnos todo 2020. Como la habitante más mayor de la residencia de ancianos de Los Olmos, en Guadalajara (que no solo está en Jalisco, como cantaba Chema Abascal, aunque alguien del programa de Ana Rosa piense lo contrario), que habían dado su beneplácito para el pinchazo milagroso para unos, el chip de control a través del 5G para otros, ella sería la primera en recibirlo. Ella, que ha vivido una Guerra Civil, una posguerra, décadas de dictadura, la transición, la crisis del ladrillo y una pandemia, se ha erigido en ejemplo convirtiéndose en la primera española en evadir la enfermedad por métodos científicos. Pero, a pesar de todo, no ha podido evitar convertirse en meme. 

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Alcázar Real: las ruinas donde descansan las promesas políticas

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Por Patricia Biosca

Lleva en la ciudad desde el siglo IX. El Alcázar Real de Guadalajara es un eterno vigía olvidado que en doce siglos de historia ha sido protagonista de encarnizadas batallas medievales, de ricos cortejos nobles, de florecientes empresas o de lugar de descanso de los enfermos. La Guerra Civil terminó con su papel activo y lo relegó a secundario en ruinas, y de los reyes que pasearon por sus pasillos pasó a ver solo curiosos y gamberros que en su mayoría no tenían ni idea del historial de tan magnánima obra, que incluso se afirma fue un precedente de la Alhambra de Granada. Pero en los últimos veinte años, sus visitantes más habituales son los políticos, porque son ellos -de uno y otro signo político, tal como van a ver-, los que llevan realizando a voz en grito y cámaras de los medios de comunicación mediante, eternas promesas que nunca terminan de concretarse. 

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Vejez, vermú y coronavirus

Por Patricia Biosca

No sé si es contagio generacional, los malditos algoritmos de Facebook o que mi generación es fruto de un baby boom de juntaletras/blogueros pedantes (entre los que me incluyo), pero de un tiempo a esta parte leo muchos artículos del tipo “indicios que te indican que ya eres viejo con 30”. Hoy mismo, hablando con una amiga, le decía que ya empezaba a apreciar la satisfacción tras una mañana de frenética limpieza, a semejanza de estos compendios de sabiduría barata y fugaz que proliferan en las redes sociales. Por eso me he sorprendido con mi propia sensación de sorpresa cuando he visto una noticia en la que el Ayuntamiento afirmaba que impedirá “a toda costa” los multitudinarios vermús de Nochebuena y Nochevieja. Páralo, Paul. ¿Alguien pensaba salir como antaño, en aquella época precovid en la que nos disfrazábamos con ridículos jerséis navideños y llegábamos “tarufas” a la cena? Creo que es cierto: me estoy haciendo mayor. 

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Duelo de sillas en Navidad

Por Patricia Biosca

¿Conocen el juego de las sillas? Es muy sencillo: alguien pone música (cuanto más desquiciante, tanto mejor) mientras un grupo de personas gira alrededor de un conjunto de sillas. Cuando al director de orquesta le parece, apaga la música, y éstas tienen que buscar asiento. La gracia del divertimento reside en que todas, excepto una, podrán hallarlo. Si no han participado nunca y para ustedes escribo en chino, a lo mejor es hora de que ensayen. Porque me da que en Navidades atípicas y “coronavirusosas” es posible que aparquemos el tradicional bingo casero y que ni el juguete estrella encuentre butaca. 

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Violencia de género en Guadalajara: la realidad que pasa ante nuestros ojos

Imagen performance Plataforma Feminista de Guadalajara. // Foto: Plataforma Feminista de Guadalajara

Por Patricia Biosca

Seguro que han escuchado millones de veces aquello de “ojos que no ven, corazón que no siente”. Es muy probable que el contexto en el que se han pronunciado estas palabras sea emocional: un amor a distancia, una traición que no se cuenta, un agente de asuntos internos en un pueblo sureño de EE. UU. que por la noche es drag queen, pero se lo oculta a sus padres. Vamos, todo muy de película, incluso de telenovela, a tope de drama palomitero. Pero el poder de esta frase va más allá y se puede aplicar en muchos ámbitos: desde los medios de comunicación que no cuentan todo (porque no quieren y/o porque es imposible abarcar el infinito) a las historias personales que hay detrás de los fríos números de mujeres apaleadas, violadas o asesinadas al lado de los portales de sus casas. Sí, de la suya también, querido lector. Y de la mía. ¿Quiere quitarse la venda de los ojos? Yo haré de su lazarilla particular. 

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Las matemáticas de la hostelería

Calle Bardales // Imágen: La crónic@

Por Patricia Biosca

Todo el mundo tiene historias en bares, restaurantes y cafeterías. Allí se conocen amistades de todo tipo e índole en conexiones que, de otra forma, nunca se habrían producido; discurren las primeras citas de los dulces amores y se pasan los tragos de las desilusiones más amargas; se habla de trabajo, incluso se consigue un puesto en una velada concertada o, por el contrario, totalmente inesperada; de las barras surgen nuevos rumbos vitales o se contempla la vida desde la quietud de un taburete, entre cortado y cortado (o chato y chato); allí nacieron los antepasados casi prehistóricos de los foros de internet, aunque con la valentía del cara a cara que ahora hemos perdido. En esencia, son lugares ruidosos y felices. Donde se generan anécdotas que se recuerdan y se rememoran una vez tras otra. Y todo esto ocurre en cada bar y restaurante. Multipliquen entonces por 300.000, que es el número de establecimientos de este tipo que existen en España, según la patronal Marcas de Restauración. Ahora, resten 90.000, que es la cifra de locales que prevé que no levanten el cierre en 2021. ¿Notan cómo se apaga el volumen del bullicio?

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