Cuelgo las botas

Viñeta del humorista gráfico Matador

Viñeta del humorista gráfico Matador

Por Yago López

Disculpen los lectores si hoy no acierto a explicarme pero la falta de sueño y la dificultad de exponer los motivos de mi marcha de este blog no me lo ponen sencillo. Escribo de madrugada tras una maratoniana jornada laboral e intimidado por la presencia cercana del despertador, que amenaza con sonar en breve para regresar al tajo.

Esta nueva e intensa actividad nada tiene que ver con el trabajo periodístico que aquí llevo intentando desarrollar los dos años de vida que acumula el blog. Cuando inicié la aventura aún no había cerrado el medio en el que trabajaba y pagaba mis facturas a base de informar. Sin embargo, la crisis arrasó con todo y me barrió de un plumazo, junto a decenas de compañeros que en este tiempo han cambiado de ocupación o simplemente continúan en el paro.

Escribir artículos con el grado de libertad editorial que ofrece El Hexágono ha sido una de las experiencias más gratificantes de mi carrera. Pero lo cierto es que redactarlos y  analizar la información lleva tiempo y no es sencillo si no estás pegado a la actualidad de la provincia de una manera cercana. No obstante, no olvidemos que esto que hacemos es una profesión.

Y ese es precisamente el problema. Creo firmemente que iniciativas como El Hexágono deben proliferar porque solo una buena información sobre lo que ocurre hace al ciudadano libre de decidir lo que quiere o no, conociendo las opciones que se le ofrecen. Sin embargo, nadie está dispuesto a pagar porque le informen aunque al tiempo no concibe irse del bar sin abonar las cervezas.

El periodismo es una de las profesiones más vocacionales que existen y por eso muchas veces se fuerza la máquina. Pero en esta vida, al menos según funcionan las cosas en este siglo, hay que ganar dinero para sobrevivir. Con esa imperiosa necesidad el periodismo se convierte en una afición y si el tiempo no permite implicación acaba condenando al redactor a rebuscar en el baúl de los lugares comunes.

Me dirán muchos ciudadanos, y no les falta razón, que la mayor parte de los medios de comunicación están al servicio de intereses privados y bailan al son que cante su jefe. Pero, como hemos visto en tanta ocasiones en lugar de racionalizar el desempeño de la profesión e intentar luchar contra esas presiones mediáticas y esos errores sistémicos del periodismo lo que se ha hecho ha sido eliminar directamente a sus elementos más vitales para su superviviencia: los periodistas. Acabar con los periódicos en lugar de desarrollar una marco normativo que ayude a corregir sus errores equivale a acabar con los servicios públicos en lugar de mejorar la eficiencia.

Por mi parte, y por el momento, cuelgo las botas una temporada. Ha sido un auténtico placer y espero que volvamos a vernos pronto. Pero lamentablemente ahora no tengo tiempo ni fuerzas para desarrollar un trabajo en mi tiempo libre y otro para sobrevivir, y de continuar en este blog estaría estafando a los lectores y, sobre todo, a mí mismo.

A Dios rogando…

Imagen de la película de Mario Camus "Los santos inocentes"

Imagen de la película de Mario Camus «Los santos inocentes»

Por Yago López

Igual es que ya estoy tan sumido en el pesimismo que hasta una presumible buena noticia me parece una nueva tomadura de pelo. Me pasa cada semana o mejor cada vez que el gobierno, ya sea estatal, regional o local, anuncia una nueva medida que promete solucionar uno de los cientos de problemas sociales que nos asolan. Ayer mismo bajo ese aura de espectáculo mediático que acompaña a los políticos en cada presentación en tiempo de elecciones, la presidenta regional María Dolores de Cospedal anunció la creación de cerca de 3.000 empleos en zonas rurales de Castilla-La Mancha.

La buena nueva así de primeras y sin un análisis más pormenorizado parece una excelente noticia pero a poco que profundices algo huele a chamusquina. Para empezar la medida consiste en una aportación estatal de 10 millones de euros que se reparten en distintos municipios de las cinco provincias a razón de contratos trimestrales con una asignación de 3.000 euros por trabajador. Y eso que hasta hace unos días desde la Junta aseguraban que no se podía vivir de subvenciones y que lo importante era llevar a cabo cambios estructurales que aseguraran la autosuficiencia de la región.

Sin embargo, y después de criticar ferozmente y desde todas las perspectivas el plan E, el conocido como plan Zapatero, en cualquiera de sus versiones, aprueban el Plan de Empleo Agrario para Zonas Rurales Deprimidas que es básicamente lo mismo pero más corto y dirigido a un sector concreto de la población, al que casualmente llevan toda la legislatura machacando.

Y es que esta limosna agraria, porque no puede llamarse de otra manera, para que los vecinos rurales capeen su extrema pobreza durante unos meses, y justo antes de las elecciones, contrasta con el maltrato sistemático que el ejecutivo de Cospedal lleva realizando a los pequeños municipios de la región desde que se instalara en Fuensalida.

Resulta bochornoso hablar de atajar la despoblación y dar oxígeno a unos pueblos que apenas pueden subsistir después de haber desmantelado sus centros sanitarios y sus escuelas, que son precisamente los pilares que permiten a los pequeños municipios conservar al menos los pocos vecinos que les quedan. Poco le puede importar a una familia tres meses de trabajo remunerado si no tiene donde ir al médico cuando está enferma, si sus hijos no pueden ir a la escuela y el Hospital más cercano supera la hora de trayecto.

Pero no se me malentienda porque no estoy en contra del Plan de Empleo Agrario, como tampoco lo estuve en su día del Plan E. Me parece sensato responder con ayuda económica a los problemas urgentes de la sociedad mientras se plantean soluciones a medio plazo y las modificaciones estructurales comienzan a dar sus frutos. Lo que me ofende es que se plantee de una manera aislada, o peor aún, acompañándolo de una serie de medidas que chocan frontalmente con el objetivo que en principio se persigue.

Eso sí, me resulta contradictorio y populista ofrecer una ayuda para subsistir a alguien a quien acabo de privar de los elementos básicos para que sobreviva. Es como envenenar a alguien para luego hacerle depender de una vacuna que solo voy a administrarle tres durante tres meses. No es que, como dice el proverbio, esté dando peces en lugar de  enseñar a pescar, que también, sino que además previamente me he llevado la caña y estoy secando el río.

Las cosas importantes de la vida

Foto: Yago López.

Foto: Yago López.

Por Yago López

Esta mañana, igual que los últimos tres días, he amanecido en una jaima en el desierto de Tinduf, en una zona inhóspita de Argelia junto al Sahara Occidental. Lo he hecho rodeado de personas que hasta hace una semana no conocía y de otras tantas que jamás imaginé conocer. Sin embargo, no importa, me encuentro cómodo porque la hospitalidad se respira en el ambiente. Este es otro ritmo, otra forma de ver las cosas, una manera de vivir distinta, más humana.

No es la primera vez que la vida me trae hasta este desierto y siempre me invade la misma sensación: la distancia que hay entre nuestra sociedad y la suya en términos económicos y de infraestructuras solo es comparable con lo lejos que estamos de su humanidad. Quizás sea el hecho de no tener nada lo que les ha llevado a tener una escala de valores donde lo prioritario siempre son las personas. Una lógica que brilla por su ausencia en la sociedad occidental.

¿Alguien sabe cuántas personas de Guadalajara viven actualmente en la calle o en su defecto, ocupando naves o solares abandonados por haber perdido su vivienda en los últimos años? Ni se imaginan cuantos son los casos y, sin embargo, la vida sigue tal cual, y nos rasgamos las vestiduras por la forma de elección de los conciertos de ferias.

Todo esto sucede en parte porque nos hemos alejado tanto en nuestras relaciones que ahora somos desconocidos y tristemente, nos hemos acostumbrado a tratarnos con indiferencia. Ya nadie se para a ayudar, y ni siquiera se sorprende, si alguien duerme en un cajero en plena calle mayor. Los indigentes se han convertido en invisibles y el resto en desconocidos, cuando no rivales.

Foto: Yago López.

Foto: Yago López.

Esta despersonalización de la vida nos conduce irremediablemente a un callejón sin salida. Los pobres viven su pobreza en solitario, cuando no la intentan disimular por vergüenza y por miedo a ser estigmatizados, a pesar de que cada vez son más. La clase trabajadora sobrevive en una continua cadena de montaje que aliena su mente y le conduce al más temible de los males: el conformismo. Nos basta con ser el eslabón de una cadena, con no quedar fuera, no nosotros.

Todo en nuestra sociedad tiende a reafirmar ese modelo. Si no piensen cuántas personas conocen en su propio portal y a cuántas les dejarían entrar a dormir a su casa. No pretendo dar lecciones moralistas, porque soy el primero que apenas conozco el nombre de mis vecinos, y cuento con los dedos de las manos, las personas a las que les dejaría las llaves de mi vivienda. Sí, lo confieso, yo también estoy contaminado.

Por eso, convivir con este pueblo te ayuda a recuperar en parte la visión, y contemplar lo impersonal y despiadado de nuestras relaciones sociales. Nuestra continúa deshumanización viene de serie con una venda en los ojos que no nos deja ver más allá de nuestros propios intereses, que están además adulterados.

Cambiar el chip

Zona wifi en el centro de Guadalajara. // Foto: abc.es

Zona wifi en el centro de Guadalajara. // Foto: abc.es

Por Yago López 

En mitad del espectáculo circense en el que se ha convertido la política de este país, con la democracia española transformada en la caricatura de lo que durante décadas nos han intentado hacer creer que es, o quizá desenmascarada y mostrándose por fin como lo que siempre fue, el progreso tecnológico se va abriendo paso, a mayor o menor ritmo, ajeno a la esperpéntica representación de los dirigentes y sus opositores.

La terrible burocracia. santo y seña de nuestra administración, encuentra en esta evolución, por ejemplo, un camino hacia la eficiencia y el ahorro, económico, por supuesto, pero también de tiempo. Eso sí, si se sabe administrar, no vaya a ser que por querer correr más de la cuenta se acabe produciendo un colapso. Muchos recordarán la saturación de la oficina municipal habilitada para gestionar la tarjeta ciudadana de Guadalajara, que nacía precisamente para agilizar los trámites.

En la capital alcarreña hemos visto mejorar la tecnología a nivel local a pasos agigantados en los últimos años. La web municipal ha incrementado su operatividad de manera exponencial, se han habilitado zonas wifi por la ciudad -siempre menos claro de las que nos gustaría- y se ha puesto en marcha la tarjeta ciudadana, con la idea de centralizar de manera electrónica y a través de una sola herramienta la mayor parte de los trámites municipales.

El problema es que no siempre evolución tecnológica y sentido común van de la mano. Si no que alguien me explique como es posible que mediante una aplicación móvil se haya podido reservar antes una pista de tenis que una consulta médica. Celebro que la Junta haya dado el paso y se haya decidido a emplear la tecnología en los servicios públicos más necesarios, que aunque deberían ser ineludiblemente prioritarios parecían condenados al mismo proceso que sus fondos: a la congelación perpetua, cuando no a la involución.

Sin embargo, los procesos de implantación tecnológica aunque provechosos y necesarios deben ser progresivos y atender a la realidad social de la población a la que van dirigidos. En caso contrario, pueden suponer un trastorno más que un beneficio para el usuario, que es a quien debe ir dirigida en todo caso la modificación de un servicio, por mucho que algunos se empeñen en olvidarse de esa cuestión. Son las administraciones las que están al servicio del ciudadano y no al revés.

Por eso hay que andar con pies de plomo con todas estas medidas y hacer convivir el tiempo que sea necesario, y el que la sociedad requiera, la moderna tramitación telemática y la tradicional. Cada vez es más común -que se lo pregunten a los autónomos- que se obligue a los ciudadanos a utilizar en algunas de sus obligaciones administrativas como única vía la telemática, con la intención de obligar a los usuarios a decantarse a la fuerza por esta forma de tramitación. Sin embargo, hay aún un sector importante de la población que carece de los conocimientos necesarios y muchas veces de los medios para poder llevarlo a cabo por lo que se le condena al cese de la actividad o en su defecto al incumplimiento legal.

Considero, no obstante, que desde las administraciones, en especial  desde el consistorio alcarreño, se está apostando por el uso de las nuevas tecnologías en una decisión treméndamente positiva. Sin embargo, queda atinar mejor en el objeto de acción de estos recursos y, además de promover la reserva a través de internet de las instalaciones deportivas, y utilizar las redes sociales para encuestar a los vecinos a cerca de sus preferencias para diseñar el cartel de conciertos de ferias, utilizar también estas herramientas para potenciar la participación ciudadana en temas de mayor enjundia, ofreciendo servicios telemáticos que vayan más allá de pagar los impuestos y las tasas municipales. Claro que para eso será necesario que los que mandan cambien el chip completamente, y se dediquen a atender las verdaderos necesidades de los vecinos a los que dicen representar.

 

Cansado del mismo cuento

MafaldaPor Yago López

Desconozco si algún día, por aquello de la incesante repetición de idénticos acontecimientos, dejaré de indignarme ante las esperpénticas maniobras de los políticos de esta provincia. Discusiones de patio de colegio, o más bien de chulitos de instituto, destinadas simplemente a lograr arrancar unos cuantos votos o simplemente orientadas a justificar públicamente su sueldo.

El último ejemplo de estos vergonzosos teatrillos lo hemos podido ver estos días a propósito de la gestión de la Mancomunidad de Aguas del Sorbe. Los alcaldes de los municipios mancomunados gobernados por el PSOE, comparecieron ante la prensa para denunciar que se les está cobrando de más desde hace meses porque se les está repercutiendo una cuota para amortizar la obra de conexión del Alcorlo con la potabilizadora, cuando la infraestructura aún no está operativa.

Como era de prever, a la denuncia socialista le siguió la réplica popular, de manos del presidente de la MAS, Jaime Carnicero. Y como siempre ocurre en estos casos durante los siguientes días se sucedieron las declaraciones desde uno y otro lado de la barrera, a cada cual más improductiva.

Dicen los socialistas que irán a los tribunales, contestan los populares que no saben a que están esperando para ir. Afirma Bellido que la MAS estafa a los ciudadanos y responde Carnicero que se dedique a pagar lo que debe  su Ayuntamiento y tome ejemplo de la gestión de la mancomunidad. Y así sucesivamente hasta pedir dimisiones y abandonar el tema cuando el asunto pierda interés entre la población, si es que alguna vez lo tuvo.

¿Y después qué? Pues absolutamente nada. Ya saldrá otro tema y se repetirá el proceso una vez tras otra. No es que no me preocupe que se cobre irregularmente a los ciudadanos, si finalmente se demuestra que es así, ni me resulta agradable ver al señor Carnicero amenazar altivo a los socialistas evidenciando que concibe la MAS como su propio cortijo, pero lo que decididamente repudio es que todo esto responda a un pulso entre partidos y no al interés ciudadano.

No veo al señor Bellido y al resto de ediles de los municipios mancomunados en la MAS gobernados por el PSOE protagonizando esta denuncia contra una institución en la que mande su partido. Me dirán que si los socialistas estuvieran al frente no sería necesaria denuncia alguna, pero hay decenas de ejemplos que señalan lo contrario.

Con todo esto no estoy diciendo que no se deban denunciar las injusticias, si es que así se consideran, pero me sobra espectáculo mediático cuando finalmente, y como era evidente que sucedería, se tendrá que resolver en los tribunales. Y, sobre todo, lo que echo en falta es priorizar realmente el interés ciudadano sobre la rentabilidad política y la disciplina de partido. Hasta que esto no cambie, que no cuenten conmigo para dar pábulo a estas pantomimas.

¿Quién manda aquí?

Manifestación de vecinos de Guadalajara por el mal funcionamiento del servicio de transporte urbano. // Foto: guadaque.com

Manifestación de vecinos de Guadalajara por el mal funcionamiento del servicio de transporte urbano. // Foto: guadaque.com

Por Yago López

Ayer, cientos de ciudadanos, cerca de un millar, salieron a la calle en Gualadajara para protestar por las deficiencias que presenta -aseguran- el nuevo transporte urbano de la ciudad desde que se aplicara la reforma integral del servicio hace ya un año. Un proyecto que levantó muchas críticas en su nacimiento pero que aún así siguió adelante sin apenas modificaciones, porque al fin y al cabo en estos tiempos gobernar es sinónimo de imponer.

De hecho, esta máxima es ya un clásico. Lo vemos en todas las ciudades y a todos los niveles. Lo mismo vale para la participación del Estado en una guerra que para la construcción de un parque municipal. En todos los casos quién decide es el gobernante y lo que piensa el ciudadano importa un comino.

Lo curioso del caso es que luego a estos mismos dirigentes se les llena la boca hablando de democracia y, sobre todo, del peligro que suponen los grupos “radicales” que desequilibran el sistema pidiendo iracundos dignidad y otras barbaridades como la derogación de la sagrada constitución al considerarla obsoleta. Dicen estos garantes de las libertades que estos extremos ponen en peligro la voz de la mayoría, pero lo que cabe preguntarse es si hay alguien que la escuche al otro lado.

Es un tópico lo de que el voto no es un cheque en blanco, pero por obvio no deja de ser verdad. Desde el Ayuntamiento de Guadalajara gobiernan a diario con la posesión de la verdad por bandera y, partiendo siempre de la buena voluntad, que se le presupone a toda persona, dirigen la ciudad con la mejor de las intenciones que los vecinos, pobres ignorantes, en ocasiones no saben o no pueden entender.

El problema es de raíz porque, por lo visto, creen firmemente que en eso consiste su trabajo. Los ciudadanos les eligieron, para ellos basándose en el mejor de los criterios, y son ellos, por tanto, los que deben tomar la decisiones que para eso están cualificados. Sorprende, sin embargo, que la capacidad para elegir del ciudadano desaparezca en cuanto se cierran los colegios electorales.

Hay avances, aunque no demasiados, en materia de participación ciudadana en algunos municipios de España. Sin embargo, en Guadalajara la cosa va de mal en peor y solo se le da voz al vecino para que elija en una web los grupos musicales que le gustaría que tocasen en fiesta. Me parece bien que se pida opinión a los habitantes de la capital sobre que bandas quieren que amenicen su feria pero que éste sea el único asunto municipal que se les consulte suena a recochineo.

Claro que al hándicap de que no se escuche al ciudadano hay que unir también la falta de mecanismos viables y fiables para hacerlo. Las mesas y consejos sectoriales no son nada representativas del sentir social y las campañas de la oposición o de las empresas involucradas tienen, obviamente, su correspondiente sesgo.

En el caso de los autobuses se dan todas esas circunstancias juntas y al final quien sale perdiendo es siempre el mismo: el usuario. Son cientos de personas de la ciudad en desacuerdo con el nuevo sistema pero, mientras el Ayuntamiento no le de credibilidad porque apela a la minoría silenciosa y satisfecha que descansa en su casa cuando algunos de sus vecinos de manifiestan mediatizados por la oposición, no habrá caso. Y si además refuerza su creencia con una encuesta interna de la empresa interesada, apaga y vámonos.

Por tanto, la cuestión es volver al principio y decidir quién manda aquí, si los vecinos o los dirigentes.

La otra cara de la cultura

Imagen de una protesta por el cierre del teatro Moderno. // Foto: amigosdelmoderno.org

Imagen de una protesta por el cierre del teatro Moderno. // Foto: amigosdelmoderno.org

Por Yago López 

Como todas las cosas ambiguas de la vida, la cultura sobrevive en un espacio abstracto tan variable como la visión de quien se encarga de promoverla. Si hablamos de una empresa privada resulta complejo distinguirla del negocio puro y duro, y si nos centramos en la promoción pública la forma de concebir su rentabilidad, y en especial en los términos en los que se calcula, cobra especial relevancia.

En los últimos tiempos, en el nombre de la austeridad, hemos sido testigos de un ataque indiscriminado a la cultura. Pasa siempre, no es algo exclusivo de la provincia de Guadalajara y tampoco del momento actual. Nunca falla: a una crisis económica le suceden siempre grandes recortes culturales.

La causa de estos recortes es evidente y tiene que ver con la consideración de prescindible que muchos dirigentes, que son quien al fin y al cabo administran los fondos públicos, le conceden a la cultura. «Si no hay para hospitales no puede haber para teatros» es el argumento mil veces repetido que así aislado resulta difícil de rebatir. Claro que el discurso derrocha demagogia. También se podría decir que si no hay para hospitales no hay para otros muchos gastos que lleva aparejada la administración y sin embargo siempre le toca a la cultura pagar el pato.

En Guadalajara, el Ayuntamiento parece haber encontrado la receta para promover la cultura de una forma low cost. Y la fórmula no es otra que impulsar las actividades que son rentables económicamente, bien por su cuenta o a través de una empresa privada.

De esta forma, al auditorio Buero Vallejo solo acuden las representaciones que garantizan una buena entrada y en el mes de septiembre llegará a la ciudad de la mano de Producciones Malvhadas un gran festival de música indie a precios populares para los asistentes y a coste cero para las arcas municipales.

Me parece magnífico que el Ayuntamiento ceda las pistas de la Fuente de la Niña a la productora para que los vecinos de la capital y su entorno puedan disfrutar de actuaciones musicales de primer nivel. Y no puedo dejar de mencionar que me parece un acierto para la cultura musical de los alcarreños ver en el Buero artistas de tanta calidad como Miguel Poveda.

Cartel del nuevo festival musical de Guadalajara

Cartel del nuevo festival musical de Guadalajara

Ahora bien, ¿es esto lo que se espera de la administración cara a potenciar la cultura? Sí, por supuesto, pero también muchas cosas más. La gestión cultural es muy compleja y tengo la sensación que el equipo de Gobierno de Guadalajara solo se encarga de lo práctico. ¿Qué ocurre con la cultura no comercial? Ésa en esta ciudad está condenada a muerte por los dirigentes locales.

La rentabilidad social no se tiene en cuenta de ninguna manera y el Teatro Moderno es el gran ejemplo de este tipo de políticas. La labor que las pequeñas compañías venían realizando con el público infantil y con el adulto con gustos menos comerciales resulta impagable. Sin embargo, tras el fracaso en el intento de privatizarlo, este espacio cultural lleva dos años cogiendo polvo.

Es evidente que no se le puede pedir a una empresa que no gane dinero con una iniciativa, algo que un Ayuntamiento sí puede y debe hacer si obtiene a cambio otro tipo de rentabilidad. Para eso es el encargado de administrar el fondo común que son al fin y al cabo nuestros impuestos.

Y ahí es donde está el secreto de una buena administración cultural, en encontrar el equilibrio entre ambas partes. Está muy bien, y es muy sencillo, promover actividades culturales a coste cero dejándolo todo en manos de la iniciativa privada, pero la gestión pública es igual de importante y las actividades culturales que por su valor social deben ponerse en marcha, a pesar de no ser rentables, no pueden ser defenestradas como está sucediendo en la actualidad.

Resulta curioso, por contraste, ver como aterriza en Guadalajara un gran festival musical y, al mismo tiempo, escuchar desesperados a los grupos y promotores locales por la poca ayuda que reciben del consistorio. Igual que sucede viendo a artistas de primer nivel colgar el no hay billetes en el Buero mientras languidece el teatro Moderno y las pocas salas de conciertos de la ciudad, y las asociaciones culturales esperan en un Centro Cívico en ruinas un espacio digno donde desarrollarse. Algo, sin duda, está fallando.

 

La mierda que parece

Edificio del Centro Cívico de Guadalajara. // Foto: pueblos-españa.org

Edificio del Centro Cívico de Guadalajara. // Foto: pueblos-españa.org

Por Yago López

Si una persona cualquiera, que no conozca previamente la ciudad, da una vuelta por el centro de Guadalajara, a poco que sea algo observador, reparará en un gran edificio oscuro en mitad de lo que pretende ser el casco histórico de la capital alcarreña. Una mole de hormigón y cristal que choca frontalmente con la estética de las viviendas que lo rodean.

Si además, nuestro intrépido visitante decide adentrarse en el inmueble pensará probablemente que ha entrado en un solar abandonado donde en cualquier momento tendrá que esquivar una jeringuilla. Sin embargo, el lugar donde se encontraría nuestro protagonista no es otro que el centro neurálgico de la cultura de Guadalajara. Ni más ni menos que la morada de su tejido asociativo.

El Centro Cívico da cabida a las principales asociaciones culturales de la capital, 24 nada menos. Se trasladaron allí como medida temporal y ya llevan una década malviviendo en un lugar que deja mucho que desear. Hacinados en despachos pequeños y con mobiliario del siglo pasado distribuidos en un tercer y un cuarto piso sin ascensor -desconectado en una alarde de respeto a la gente mayor y a los discapacitados-.

Pero la cosa no queda ahí. Al desastroso estado de este edificio, abandonado hace años a su suerte, hay que sumar un problema de seguridad que ha quedado patente recientemente con el robo en la sede de Cinefilia de material por valor, según cifra la organización, de 6.000 euros, además de continuos actos de vandalismo en su interior.

Con este panorama, como es lógico, las asociaciones que deben lidiar con esta problemática no permanecen calladas, y han pedido por activa y por pasiva a los responsables municipales un espacio digno donde desarrollar su actividad. Una petición que no ha terminado de calar entre los dirigentes competentes, ya que el propio alcalde y presidente del Patronato Municipal de Cultura, Antonio Román, les ha emplazado a la próxima legislatura, comentando en una reunión celebrada esta misma semana que tendrá que ser su sucesor el que deba resolver este asunto porque ya no le da tiempo a él.

Lo que vino a decir Román es que para lo que le queda en el convento… Y no ha sido él, espero, pero alguien debió pensar algo parecido y defecó hace unos días en el interior del edificio. Una metáfora según algunas asociaciones de lo que está haciendo el Ayuntamiento con el Centro Cívico y con las asociaciones que desarrollan su trabajo en el interior.

El consistorio, todo hay que decirlo, no ha permanecido impasible al vandalismo y ha decidido poner una verja que según el propio alcalde ya se ha encargado. Eso sí, de reformar el edificio ni hablamos. No quiero ni pensar de que plazo están manejando para dar una solución a esta problemática si ya avisan que va para largo, teniendo en cuenta que la apertura del Teatro Moderno era inminente y lleva dos años cerrado a cal y canto, y lo que es peor, el supuesto acuerdo entre la Junta y el Ayuntamiento para su puesta en marcha parece que no avanza.

Resulta, por tanto, que las asociaciones culturales de la ciudad deberán esperar a que se les caiga literalmente el edificio encima si lo que quieren es desarrollar su labor con dignidad. O también pueden dedicarse a generar actividades con rentabilidad económica y dejarse de chorradas como el cine, el ecologismo, los sellos, la cooperación internacional, el patrimonio histórico y etnográfico y demás sandeces, que no está el patio como para andar gastando los duros con tanto circo.

Un grito desesperado

Imagen de la columna noroeste de las Marcha por la Dignidad a su paso por Guadalajara. // Foto: guadaque.com

Imagen de la columna nordeste de las Marcha por la Dignidad a su paso por Guadalajara. // Foto: guadaque.com

Por Yago López

La dignidad debe ser un valor inherente a todo ser humano y debe preservarse en todo momento y ante cualquier circunstancia -incluida la crisis por supuesto- . Supongo que en esto estamos todos de acuerdo. El problema viene, como casi siempre, cuando se pasa de la semántica a la práctica. Ahí ya no es tan sencillo delimitar el asunto, y determinar sin titubear que es o no digno.

¿Es digno un sueldo de mileurista con las pagas prorrateadas y con un contrato por obra y servicio? Hace algún tiempo hubiéramos coincidido todos en que no, pero con el panorama actual algo que en principio atentaba contra la dignidad del trabajador ha pasado a convertirse en un sueño para millones de personas. Por tanto, es el contexto social el que marca en cierta forma la línea roja que flanquea la dignidad.

Esta semana la columna nordeste de la Marcha por la Dignidad ha cruzado Guadalajara camino de Madrid, donde se juntará con otras cinco marchas reivindicativas procedentes de los distintos puntos cardinales de España. Son miles de personas andando cientos de kilómetros para reclamar justicia social ante lo que consideran un ataque directo del Gobierno a la dignidad de los ciudadanos.

Apenas han tenido repercusión en los medios a pesar de llevar semanas atravesando el territorio español de cabo a rabo. Y no será porque lo que reclaman sea descabellado y fuera de la realidad. Quitando la parafernalia de las banderas republicanas (más allá del simbolismo no creo yo que el objetivo de esta marcha sea acabar con la monarquía, por mucho que gran parte de sus miembros no crean en ella), lo que reclaman los participantes en estas marchas es tan básico y lógico pero a la vez tan abstracto que corre el riesgo de quedarse en nada.

No hay nadie en su sano juicio que se oponga, al menos teóricamente, a acabar con la corrupción política, a garantizar la sanidad y la educación de la población y a velar por el derecho a un trabajo y a una vivienda digna. Estas son a grandes rasgos las proclamas de estas marchas y cierto es que muchas de las medidas políticas que se están llevando a cabo van diametralmente en contra, pero eliminar directamente por ello el Parlamento se antoja una misión imposible.

Como la dignidad es tan moldeable y tan abstracta reclamarla sin concretar medidas acaba por convertirse en un brindis al sol. Ocupar Madrid y reclamar que se acabe de una vez de maltratar al pueblo es un grito de desesperación con pocos visos de lograr algo en la práctica. No digo con esto que no se deba realizar y apoyo cada una de sus reivindicaciones y, por supuesto, discrepo de la parida del presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, de comparar estas marchas con el movimiento neonazi de Grecia Amanecer Dorado. Sin embargo, tengo la sensación de que sin un plan de actuación real proclamar la desobediencia civil no va a llevar a ningún lado, por más que se tenga más razón que un santo.

Ojalá me equivoque y estas marchas supongan un punto de partida para una reflexión global de la ciudadanía, que anime al resto de la población a tomar el control de las instituciones, ejerciendo por fin la soberanía que le corresponde. Aún si no es así, los que han participado en estas marchas merecen el mayor de mis respetos puesto que habrán luchado, haya sido o no en vano, por un futuro digno para cada uno de nosotros.

Me consta que a su paso por los distintos pueblos, de España en general y de Guadalajara en particular, han despertado el espíritu reivindicativo y solidario de muchos de sus vecinos. Solo por eso, y pase lo que pase mañana en Madrid, las Marchas por la Dignidad han merecido ya la pena.

La zona recaudatoria

Nuevas zonas verdes de Guadalajara. // Foto: guadaque.com

Nuevas zonas verdes de Guadalajara. // Foto: guadaque.com

Por Yago López

Uno de los principales males de la política actual es que los dirigentes que la conforman desarrollan, como si fuera una característica inherente al cargo que ostentan, una especie de paternalismo enfermizo sustentado en un complejo de superioridad que convierten de golpe y porrazo cada órgano democrático en un cortijo. Como el pueblo es tonto por definición no se le puede hablar claro porque no lo entiende, así que es preferible adornar el discurso con lugares comunes y tomar las mejores decisiones para los ignorantes ciudadanos, eso sí, a sus espaldas.

Con este argumento, nos hemos acostumbrado a que apenas se cuente qué se hace, o mejor dicho por qué se hace, y el hecho de rendir cuentas es una utopía a la que ya prácticamente nadie aspira. De hecho, tanto es así, que la última moda pasa porque sea la justicia quien determine la viabilidad de una actuación política, como si el vecino de a pie no tuviera nada que decir al respecto.

El Ayuntamiento de Guadalajara ha decidido implantar la zona verde de aparcamiento en un par de espacios de la ciudad, pero como tiene mala prensa decir que lo ha hecho para recaudar asegura que su objetivo es regular mejor el estacionamiento y dar respuesta a aquellos que necesitan aparcar, sin tener que renovar el ticket, durante más tiempo del que permite la zona azul.

Ante esta respuesta los periodistas, que son igual de tontos que los ciudadanos pero de vez en cuando salen respondones, consultaron al edil Jaime Carnicero lo que se ganaba con la medida si en los dos lugares donde se ha implantado la zona verde ya se aparcaba de manera libre. Una cuestión que el concejal popular despachó señalando que dando esta nueva posibilidad por el módico precio de 2 euros los usuarios de estas plazas van a poder encontrar aparcamiento, al tiempo que destacó que hasta el momento la regulación de ambos espacios no era muy clara aunque la gente aparcase.

Ante este ejercicio de cinismo uno acaba por desesperarse un poco. Si uno grava con una cuota el uso de un espacio público que hasta el momento era libre y no logra con ello ningún otro propósito que el de recaudar dinero, se trata, se mire por donde se mire, y se ponga el señor Carnicero como se ponga, de una medida recaudatoria.

La regulación por zonas se hizo para disuadir a los usuarios de aparcar durante demasiado tiempo en la ciudad fomentando la movilidad y agilizando así el aparcamiento en zonas muy congestionadas de tráfico, especialmente en los centros de las ciudades. Si se quita el componente tiempo de estacionamiento de la ecuación y echando una moneda se permite aparcar durante todo el día, desaparece la movilidad y las posibilidades de estacionar y lo único que queda son dos euros multiplicado por el número de plazas en cuestión.

A lo que hay que sumar, claro está, la cuota anual de residentes que tendrán que pagar aquellos vecinos de la ciudad que hasta el momento aparcaban en estas zonas de forma completamente libre, y a los que ahora no les quedará ahora más remedio que sacar el dichoso distintivo.

Por tanto, el debate no es si esta medida es o no recaudatoria, que por supuesto que lo es, sino si la cantidad que irá a parar por este concepto a las arcas municipales –se habla de unos 100.000 euros anuales- compensa el perjuicio ocasionado entre los vecinos. Claro que para eso habría que explicar en qué se va a invertir el dinero recaudado, e igual eso son ya demasiadas explicaciones.