Por David Sierra
Jamás lo había vivido. Y me tocó de cerca. Muy de cerca. Ese momento significativo en el que uno, en este caso una, de la familia alcanza la centena en edad. Mi abuela, a duras penas, lo ha conseguido. Y digo bien, lo ha conseguido porque, sin duda, el esfuerzo ha sido enorme. Cien años es más que toda una vida y en función de lo que el futuro te haya deparado, el balance puede ser más positivo que negativo, o viceversa.
Con la edad los recuerdos se desvanecen y son aquellos momentos que de alguna manera marcaron nuestra vida los que siempre permanecen. Son las pistas que las personas de mayor edad nos dan para intuir si tuvieron una existencia placentera o más bien el camino de un calvario. En la memoria de mi abuela, en sus manos, en su rostro y en sus piernas existen evidencias de que quizá esa longevidad se deba a su pretensión por sobrevivir ante las adversidades.
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