Brihuega, enero de 1939. Matar con desfile y orquesta.

Por Luis A. Ruiz Casero y Julián Dueñas y

El desaparecido Palacio de Don Luis de Brihuega fue, durante la guerra civil, uno de los escenarios asociados a la victoria republicana contra el cuerpo expedicionario de Mussolini en marzo de 1937. Allí el Batallón Internacional Garibaldi ubicó su puesto de mando en vísperas del asalto contra el vecino Palacio de Ibarra, donde tuvo lugar uno de los combates más sonados de la campaña.

Las esperanzas que para los leales a la República se despertaron tras la mítica batalla en la Alcarria habían quedado muy atrás en el helador invierno de 1938-1939. Los franquistas habían roto el frente de Cataluña, y se acercaban vertiginosamente a Tarragona. Barcelona, la capital de la República, tardaría poco en caer. En la zona centro republicana hasta los más convencidos de la causa anticipaban que la derrota estaba próxima. En los frentes estabilizados de Castilla hacía tiempo que no había operaciones militares de importancia, y el tedio y la mordedura de la intemperie se cobraban su propio saldo en la moral de los combatientes. La mayoría de los soldados del Ejército Popular encaraban la recta final de la guerra con una mezcla entre estoicismo e indiferencia, aunque algunos, viendo cercano el desenlace, fantaseaban con la idea de pasarse a un enemigo que parecía próximo a la victoria. Solo unos pocos entre ellos se atrevían a dar el paso, aunque cada día la cifra aumentaba con cada noticia desfavorable del frente catalán.

Uno de quienes se atrevieron fue Rafael del Rey Mateo. Rafael era cabo de la Guardia de Asalto, el cuerpo policial de la II República, militarizado para combatir en el frente desde 1936. Pertenecía a la 99 compañía del 25 Grupo, asignado a la 90 brigada mixta. En aquellos días su unidad guarnecía el desolado sector del Alto Tajo. En cuanto a sus motivaciones personales para desertar, nada sabemos. Ignoramos si se pasó porque era afín a la ideología de los sublevados, un “leal geográfico”. O si tenía a su familia en la otra zona. O si era uno de aquellos para quienes la tentación de que el fin de la guerra les llegase en el bando vencedor había sido demasiado fuerte. Quizá solo tenía hambre, dada la penuria de los suministros republicanos en los últimos meses de la guerra. Lo único que sabemos del cabo Rafael del Rey a ciencia cierta es que fue sorprendido por sus superiores, apresado y juzgado. El Código de Justicia Militar de 1890, vigente en ambos bandos durante la guerra, no podía permitirle hacerse ilusiones. En su artículo 290 especificaba que aquellos sorprendidos tratando de desertar hacia el enemigo serían castigados, en el mejor de los casos, con la reclusión perpetua. Del Rey no tuvo suerte. Fue condenado a la pena máxima.

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Palacio de Don Luis.

Gracias a la documentación del Archivo General Militar de Ávila hemos podido rescatar los detalles de la ejecución del cabo de Asalto. El jefe de la 14ª División, su mando superior, decidió que el castigo fuera público, para dar ejemplo a la tropa en un momento en el que las deserciones crecían exponencialmente. Cipriano Mera, el antiguo miliciano anarcosindicalista al mando del IV Cuerpo de Ejército que cubría todo el frente de Guadalajara, dio su visto bueno, y él mismo debió disponer que en el acto estuvieran presentes fuerzas de todas las unidades bajo su mando, “para que sirva de ejemplaridad, en evitación de que en el Ejército Popular puedan producirse traiciones de tal índole al Pueblo, que le encomendó la defensa de la Justicia y de sus libertades”. Estudiando la carrera de Mera observamos un enorme celo castrense, en ocasiones inflexible. Pareciera que el antiguo albañil ascendido a teniente coronel quisiera sobrecompensar sus orígenes civiles, demostrar permanentemente que, tras sus dudas iniciales, se había transformado en un líder militar en cuerpo y alma en tanto en cuanto durase la guerra.

Del Rey fue fusilado tras el amanecer del 2 de enero junto al Palacio de Don Luis, donde había permanecido, en capilla, durante la noche anterior. El piquete de ejecución estuvo formado por una sección del 391 batallón de la 98 brigada mixta, al mando de un oficial. Como muestra de los nuevos aires de tolerancia religiosa auspiciados por el gobierno Negrín, se facilitó al reo el auxilio espiritual de un sacerdote. Según la normativa, la ejecución debería ser “severa y sencilla”, por lo que se prohibía todo tipo de arenga a las fuerzas presentes. Eso sí, la banda de música de la 17ª División estaría presente y tocaría una marcha, al son de la cual desfilaría frente al cadáver toda la tropa en formación.

La fría prosa militar no permite hacernos a la idea de lo que suponía una ejecución pública así, tanto en lo concreto como en sus efectos sobre la tropa, muchos de ellos reclutas forzosos que apenas rondaban la mayoría de edad. Contamos con otros testimonios sobre actos similares, como los del sacerdote Cándido Fernández Bosch, que asistió espiritualmente a otro reo en el mismo frente de Guadalajara, pero en zona franquista. En su mismo bando, José Llordés, destacado en el cercano frente de Toledo, tuvo que presenciar el ajusticiamiento de tres compañeros de batallón, también con toda la pompa que exigía el Código Militar. También conocemos el diario del republicano Buenaventura Leris, a quien se obligó a asistir a otro fusilamiento público en la retaguardia alcarreña, un par de meses después del de Rafael del Rey. Todos, sin excepción ni distinción de bando, aluden a lo deprimente del espectáculo, y a su efecto nefasto para la moral de la tropa. El sacerdote Fernádez Bosch describió gráficamente la agonía del reo, con el chorro de sangre a presión brotando de su cráneo al recibir el tiro de gracia, según recogió en su diario personal. En la correspondencia a su familia obvió, sin embargo, cualquier mención a lo que había presenciado.

Un médico certificó la muerte del cabo Rafael del Rey Mateo poco después de las diez de la mañana de aquel 2 de enero de 1939. Su cadáver fue recogido por una ambulancia y sepultado en el cementerio de Torija.

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(*) Luis A. Ruiz Casero es doctor en Historia por la Universidad de Alcalá, así como miembro de la Asociación Española de Historia Militar y autor de varios estudios sobre la Guerra Civil. Julián Dueñas, por su parte, es investigador y pertenece a la Asociación Histórica Frente de Guadalajara. Sus trabajos en el Archivo General Militar de Ávila han contribuido a rescatar la memoria de la Batalla de Abánades. El presente artículo está basado en documentos hallados en dicho archivo.

Un lugar para la memoria entre chaparras (II)

Por Gloria Magro.

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Foto: Alfonso López Beltrán, Asociación Histórica Frente de Guadalajara.

Cada 11 de abril se celebra en todo el mundo el Día Internacional de la Liberación de los Prisioneros de los Campos de Concentración Nazis en homenaje al levantamiento en Buchenwald, que tuvo lugar en esa fecha de 1945. En España, acabada la Guerra Civil fábricas, conventos y recintos de todo tipo fueron utilizados por el nuevo régimen franquista para concentrar a los soldados republicanos rendidos, así como a todo aquel sospechoso de apoyar el régimen legal imperante hasta entonces. En un monte sobre Jadraque, en Guadalajara, investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) rescatan del olvido uno de eso campos efímeros.

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Un campo de concentración perdido entre carrascas

Por Gloria Magro.

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Foto: Carlos Pajas. Asociación Histórica Frente de Guadalajara.

En una planicie elevada sobre las alcarrias, más allá de Villanueva de Argecilla (37 hab.), una red de caminos de concentración parcelaria dibuja un laberinto intrincado de carrascas y aliagas por donde solo transitan agricultores de camino a sus labores y algún senderista ocasional. Ochenta años atrás estos parajes recónditos acogieron batallones de tropas requetés durante la Batalla de Guadalajara. La documentación de la época y los restos de los barracones que aún permanecen en pie así lo atestiguan. En ese monte hubo también, según los investigadores, un campo de prisioneros del que hoy nadie parece dar cuenta. Documentar ese lugar de memoria histórica de la Guerra Civil sumido en el olvido es el objetivo que se ha trazado el equipo de arqueólogos del Instituto de Ciencias del Patrimonio del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). La próxima primavera, si no hay mayores contratiempos, empezarán los trabajos de prospección. Al frente de ellos, el científico Alfredo González-Ruibal, a cuyo cargo han estado las excavaciones en el Valle de los Caídos que han dado a conocer como vivían los presos y trabajadores.

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Homenaje virtual en Mauthausen

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El nombre de Guadalajara está ligado en los libros de Historia la lucha antifascista en Europa. Muchos alcarreños dejaron su vida por esa causa. Foto//Mauthausen Komitee Österreich.

 

Por Gloria Magro.

El 17 de noviembre de 1941, Nicolás Aladrén Merino, un joven de 32 años falleció en el campo de concentración de Gusen, en Austria, a miles de kilómetros de Medranda, su pueblo natal. Un simple número en una estadística criminal y largamente olvidada. La memoria de este hijo de un molinero de La Toba, -único dato de él que se conoce-, ahora recuperada, es la de uno de los 65 guadalajareños que fueron deportados a campos austriacos durante la II Guerra Mundial. Mañana, domingo 10 de mayo de 2020, estaba previsto que tuviera lugar en Mauthausen el homenaje a los españoles represaliados por los nazis dentro de los actos del 75 aniversario de la liberación de los campos austriacos, y que iba a contar con la presencia de representantes de la Diputación Provincial y el Ayuntamiento de Guadalajara. La situación de pandemia por el COVID-19 ha hecho que el acto se lleve a cabo de forma virtual y también que se pueda seguir en la distancia. 

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1937, requetés en las alcarrias.

«Era algo que no había visto nunca. Yo estaba acostumbrado a ver a los soldaditos de mi pueblo cuando iban a la mili vestidos de caqui. Al comentarlo con un vecino mío que era un poco sabidillas y algo mayor que yo, me dijo: «Es la Falange, son falangistas». Y es verdad, llevaban la bandera de la Falange (…) Al rato me volví a casa y encontré por otra calle a un amplio grupo cantando con boinas rojas, algo que tampoco había visto nunca. Mi amigo me dijo: «Son requetés, los navarros». Por delante, uno de ellos muy jovencito llevaba una cruz.  José María Toboso. Jadraque, 10 de marzo de 1937 (*). Sigue leyendo