
Carmen Polo, mujer de Francisco Franco, apodada popularmente como «La collares» por su gusto por las joyas de perlas. // Foto: Archivo ABC
Por Patricia Biosca
Van por la calle y ven al niño de unos amigos que ha crecido considerablemente, ya articula palabras y sus sonrisas no son un acto reflejo. ¿Cómo le tratan? Normalmente, su voz se elevará una cuarta por encima de su tono normal, hablarán más alto y exaltarán sus atributos, porque es lo políticamente correcto. “¡Qué grande está ya este chico!”, les saldrá por la boca como un mantra socialmente aceptado y esperado. Ahora cambien al sujeto de la interpelación por un perro. La misma voz, las mismas frases hechas incluso aunque el infante y el can sean de razas diferentes y sus clados se hayan separado hace millones de años. Y lo mismo ocurrirá con un anciano, al que tratarán como si fuera su hijo adolescente en plena edad del pavo. “¡Hay que comer bien, Faustina, que luego el cuerpo se resiente…!”. Porque la población considerada adulta nos permitimos el lujo de tratar a los animales como personas y de infantilizar a nuestros mayores aunque lleven vivido más que nosotros mismos. Y esta costumbre está tan extendida que hasta los poderes públicos les toman por tontos y dan los mismos mensajes que en otro contexto serían duramente criticados. ¿O acaso el “La policía recomienda no hacer ostentación de joyas por la calle” no les suena a “La policía advierte que las muchachas no vayan con la falda demasiado corta y mucho escote”?