
Paisaje otoñal en el Barranco de la Hoz. // Foto: J.A. Martínez Perruca
Por Marta Perruca
Un año más, el verano se ha deshecho entre nuestros dedos: entre las ramas de los chopos que chorrean raudales de hojas doradas que, poco a poco, se van acumulando al borde del camino y en los borbotones rojos que surgen entre los árboles de nuestros bosques, que el otoño acabará desnudando cuando inicie su rauda carrera marrón para encontrarse con el invierno. Pero ahora la naturaleza se pone sus mejores galas para admirarnos con su explosión de colores otoñales y estas primeras lluvias nos invitan a salir en busca de esas deliciosas setas que nos regala la naturaleza y que descubrimos entre exclamaciones de sorpresa como si de pequeños tesoros se tratase. Y no ha despuntado el alba y ya escuchamos desde la cama el ladrido nervioso de los perros y los coches poniéndose en marcha para salir de cacería envueltos por el olor del bocata de lomo recién hecho o, puede que con la tortilla de patata en la tartera.
El otoño en los pueblos de nuestra provincia tiene otro sabor, otra intensidad y otro ritmo distintos a los que están acostumbrados los vecinos de la capital. Son muchos los que se escapan un fin de semana o varios para disfrutar de esos pequeños placeres que han quedado sepultados bajo bloques de cemento en las ciudades, sin tan siquiera preguntarse por qué están ahí y, quizá, dando por hecho que estarán esperándoles el año que viene cuando decidan regresar.
Me sugería nuestra compañera, Concha Balenzategui, que hablara hoy de las setas, recordando que solía ser un tema recurrente de esta temporada en las páginas de los diarios de nuestra provincia. Cabría hablar en estos días de consejos y precauciones, pues cada año, por estas fechas, los molineses nos acordamos del mal rato que pasamos con la intoxicación por amanita faloides que casi le cuesta la vida a un vecino de nuestra localidad; también de una regulación de esta actividad que nunca termina de llegar. En los pueblos de la provincia, muchas veces, nos lamentamos de que cada vez son más las limitaciones que nos imponen para disfrutar de un medio que nos perteneció a base de jornadas inolvidables que han construido nuestros recuerdos y nuestra identidad, pero también es cierto que después clamamos al cielo cuando pasa la marabunta de recolectores “furtivos” que descorchan y arrasan el suelo de nuestros bosques con el uso de rastrillos; o por las prácticas delictivas, cada vez más frecuentes, de algunos foráneos que amenazan y extorsionan a aquellos que pretenden pasar un día en el campo recolectando setas, como si la explotación de esos montes de uso público fuera de su propiedad.

Con las lluvias, han salido ya las primeras setas de otoño. // Foto: A. Perruca
Pero, con todo, y de alguna manera, cuando el verano pierde intensidad, el otoño nos espera con su particular sinfonía de color. Nos esperan los montes repletos de boletus, niscalos, champiñones, o setas de cardo y los cotos están listos para la caza del ciervo o el jabalí y sigue siendo así, quizá por que el bajo índice de población de nuestras zonas rurales contribuye a su buen mantenimiento, pero a menudo me pregunto qué sería de estos espacios si en nuestros pueblos ya solo chillasen los fantasmas y no quedase nadie que velase por ellos.
Es fácil adelantarse al adjetivo que describe a estas zonas que aglutinan los pulmones de la provincia. Son las comarcas olvidadas. Esos territorios que a fuerza de despoblación parece que no interesan a nadie, porque la lógica del sistema no se rige por una gestión eficiente y responsable, sino por el peso de las papeletas en las urnas. Por eso, parece lógico que las plataformas de estos lugares de olvido: La Otra Guadalajara y la Plataforma en Defensa de la Sierra Norte, unan sus fuerzas a las de otros colectivos en una manifestación, prevista para el 8 de noviembre, con un amplio catálogo de reclamaciones de toda índole –contra el Fraking, la despoblación o los recortes en Sanidad y Educación; para la firma de un convenio Sanitario con la Comunidad de Madrid o la construcción del Parador que se prometió, entre otras- y bajo el lema «‘Defiende tus derechos, defiende tu tierra, defiéndete».
Desde mi atalaya, me gusta contemplar las posiciones estratégicas en la lucha contra la despoblación, en la que este tipo de plataformas cumplen un papel fundamental. Ellas trabajan en la defensa de los intereses de los territorios y en combatir las injusticias cuando el peso de los votos desequilibra la balanza. Ellos son los contrafuertes que apuntalan el edificio, pero lo cierto es que nada impedirá que éste se desmorone si no existe un elemento activo y dinamizador que trabaje en la reconstrucción de la casa, mientras los puntales la soportan.
El otro día, viajaba a Utrillas para participar en unas jornadas sobre despoblación organizadas por la Diputación de Teruel, bajo el título “Iniciativas para el mantenimiento y acogida de pobladores en los pueblos de Teruel«, en las que se presentaron algunos de los programas que se están desarrollando en la provincia vecina para hacer frente a este fenómeno, algunos de ellos con arraigo también en nuestra provincia como “Fundación Cepaim”, que pretende asentar población inmigrante en aquellos municipios con problemas de despoblación o “Abraza la Tierra”, que ofrece asesoramiento y apoyo a aquellas familias que buscan un proyecto de vida en el medio rural; y proyectos, como “Serranía Celtibérica”, del que ya he hablado en otras ocasiones, y que plantea una herramienta de desarrollo basada en los recursos de estas zonas y una vía para recavar fondos europeos teniendo en cuenta sus especiales circunstancias.
No obstante, lo que más me impactó de estas jornadas fue la exposición del profesor Luis A. Sáez, de la Universidad de Zaragoza. Puede que estemos tan acostumbrados al argumentario victimista de los territorios asolados por esta problemática, por un lado, y a los discursos mesiánicos de los representantes de las administraciones que parecen haber encontrado la panacea con cada política que abordan al respecto, por otro, que se nos haya pasado por alto realizar un análisis frío del mismo.
Desde luego, a mí me llamó la atención que en un encuentro en que cada cual vendía los parabienes del proyecto que está llevando a cabo, alguien salga al estrado para poner de manifiesto que se han estado haciendo las cosas mal desde la base. Según el profesor no sólo hemos llegado tarde, sino que lo hemos hecho con un problema de enfoque y con diagnósticos erróneos. No todos los lugares acuciados por la despoblación están dispuestos a embarcarse en un proyecto de futuro. Parece obvio que si de lo que se trata es de reanimar al muerto, lo más importante es que éste tenga ganas de vivir. La condición de posibilidad de nuestros pueblos es la existencia de una masa crítica con la realidad que le rodea y que tenga la voluntad de emprender reformas para revertirla. La situación actual, dijo, es consecuencia de la inacción política, pero también social. Por otra parte, habló de una absoluta carencia de evaluación de resultados en las políticas de desarrollo rural y de un análisis coste-beneficio, así como de acuerdos horizontales entre territorios o administraciones para afrontar problemáticas comunes. Pero no todo son nubarrones negros en el planteamiento del investigador social, quien terminó la exposición señalando los tres pilares sobre los que, desde su punto de vista, se puede asentar el futuro de estas zonas rurales: Talento, Tolerancia y Tecnología.
Podríamos haber salido de aquellas jornadas con el ánimo por los suelos y decididos a tirar la toalla, ante la evidencia de que hemos llegado tarde a nuestra lucha y, sin embargo, creo que sucedió todo lo contrario, porque entonces pensamos en todos esos pueblos que todavía tienen una masa crítica; en esas asociaciones y colectivos de la comarca a la que pertenecemos, que parece que solo necesitan una pequeña chispa para que se encienda una gran llamarada de acción y que se encuentran siempre dispuestos a empujar, cuando la situación lo requiere. Nadie va a venir a rescatarnos, ya lo he dicho otras veces, pero eso no quiere decir que tengamos que dejarnos morir, sino que quizá solo debamos aprender a rescatarnos a nosotros mismos: Pulsar el botón de ON para poner en marcha una maquinaria que nadie pueda ya detener y que llegue otro nuevo otoño, pero no porque nos hayamos quedado sentados esperando, sino porque estemos convencidos de que el camino emprendido nos encontrará cada año despertándonos en medio de ese espectáculo que nos brinda la naturaleza a esos que todavía tenemos el privilegio de vivir en el medio rural.