Por David Velasco Arcediano (*).
El cambio de una palabra del título de la novela “El Rio que nos lleva” del ilustre Jose Luis Sampedro puede definir la situación turística de los territorios de la Mancomunidad de Municipios Alto Tajo.
Por David Velasco Arcediano (*).
El cambio de una palabra del título de la novela “El Rio que nos lleva” del ilustre Jose Luis Sampedro puede definir la situación turística de los territorios de la Mancomunidad de Municipios Alto Tajo.
Por Sonia Jodra
Comienzan a difuminarse los mantras pandémicos. “De esta saldremos mejores”, “a partir de ahora sabremos valorar lo que de verdad importa”, “comienza el nuevo éxodo de la ciudad a los pueblos”. Mentira. La pandemia ha sacado lo peor de cada una de nosotras. Lo que más echamos de menos son las compras, salir de marcha y los viajes de ocio. Y los pueblos siguen tan vacíos o más que antes.
Que haya pueblos de 50 habitantes a los que ha llegado a vivir una familia de 5 personas, incrementando el padrón un 10 por ciento, no significa que se invierta la tendencia urbanita que nos acompaña desde hace más de medio siglo. Y es absurdo identificar el incremento en la demanda de vivienda en los pueblos del extrarradio de Madrid con la solución a la despoblación al medio rural. Hay pueblos y pueblos. El Casar es un pueblo y Campillo de Ranas es un pueblo. Pero no tienen nada más en común. La despoblación afecta sólo al segundo.
El espejismo fue bonito mientras duró. Pensar que iniciábamos cambio de ciclo y nos disponíamos a volver a nuestros orígenes resultaba gratificante para quienes presumimos con “ser de pueblo”. Pero hasta en eso nos engañamos, porque la mayoría de los que nos creemos “de pueblo”, realmente somos “gente de barrio”. Crecimos en esos barrios que llenaba la gente llegada de los pueblos y es ese espíritu “de barrio” el que realmente ha marcado nuestras trayectorias vitales.
Somos domingueros y veraneantes “de pueblo”. Igual que los que se afanan en hacer la penúltima ley contra la despoblación desde las diferentes administraciones. Resulta irónico luchar contra la despoblación de los pequeños pueblos desde las grandes ciudades. Es como defender la sanidad pública con un seguro privado o hablar de la lucha contra el cambio climático con una bolsa de plástico en la mano y bebiendo con una pajita. Para defender algo hay que creérselo, hay que tener pasión por ello, hay que vivirlo.
Así que propongo que en el «Anteproyecto de Ley de Medidas Económicas, Sociales y Tributarias frente a la Despoblación y para el Desarrollo del Medio Rural en Castilla-La Mancha» se dé más voz a los territorios y, sobre todo, a sus gentes. Ellas y ellos saben lo que sus pueblos necesitan para no desaparecer del mapa y conocen la dureza que impone vivir en el medio rural una vida que actualmente está diseñada para ser vivida en las grandes ciudades.
Me gustaría reflexionar también en torno a los perfiles de nuevos pobladores del medio rural que se están registrando en estos tiempos. Puesto que considero desacertado pretender que los pueblos sean cómodas oficinas para freelancers de profesiones diversas. Es justo pedir wifi de alta velocidad para poder teletrabajar, pero estamos llevando lo más absurdo de la vida urbanita a los pueblos. Comprar por Amazon a diario, esperar a un repartidor que acaba de recorrer 60 kilómetros para entregarnos una funda de móvil que vale 3 euros y vino de China en barco, comprar embutido y vino online… Eso no es “vivir en un pueblo”. Eso no frena la despoblación, no reabre escuelas, ni impide que se reduzca el número de trenes que paran en nuestro municipio.
“Viendo las nubes y escuchando a Los Panchos, digo que quiero licenciarme en paisajes, ser inspector de nubes”, me dijo una vez el maestro de periodistas Manu Leguineche en una entrevista. Cuando una persona que ha recorrido el mundo viviendo en primera línea los principales acontecimientos informativos del siglo XX habla así de su vida en el pueblo, es que hay otra mirada para poder vivir acompañado por el canto del cuco o el aroma de la lluvia.
Como diría Rosendo, hay muchas “maneras de vivir”. Y todas ellas persiguen lo mismo, hacernos tan felices como seamos capaces de soñar. Desde el espíritu de la chica de barrio que presume con ser de pueblo, os invito a volver al pueblo sin Netflix, a disfrutar del mejor grupo de whatsapp, el que toma el fresco en la plaza en las noches agostinas. Delibes dijo que “si el cielo de Castilla es tan alto, es porque lo levantaron los campesinos de tanto mirarlo”. En el pueblo se mira el cielo más que en las ciudades. A ver si hay suerte y los que desde las grandes ciudades se afanan en salvar a los pequeños pueblos tienen la altura de miras que esto necesita.
Imagen de las parameras de la Sierra de Caldereros y el castillo de Zafra. // Foto: Tierra Molinesa
Por Marta Perruca*
Esta mañana me pilláis madrugando y de camino a Madrid. Tengo una cita a la que no podía faltar, por dignidad y por justicia social. Lo hago con la gente de Tierra Molinesa, asociación a la que pertenezco y que aglutina a todos esos vecinos que ahora viven en Guadalajara y en el Corredor del Henares, pero tienen sus orígenes bien arraigados en el Señorío de Molina. Sí, todos nosotros debíamos atender la convocatoria de la Revuelta de la España Vaciada en este 31 de marzo que pasará a la historia, porque paradójicamente nunca se había convocado una manifestación de esta envergadura –medio centenar de colectivos y plataformas ciudadanas como “Teruel Existe”, “¡Soria ya!” o “La Otra Guadalajara”, entre muchos otros, apoyan la protesta- , a pesar de que venimos siendo conscientes desde hace décadas del problema que asola a esta España rural. Sigue leyendo