
Feria del Libro en Bustares, un pueblo lleno de vida y cultura que sigue atrayendo a nuevas familias y con ellas una esperanza de futuro. Foto: Carmen Bueno.
Por Gloria Magro.
Sábado de Gloria a los pies del pico Alto Rey. Un viento inclemente, aunque afortunadamente no demasiado frío para estas fechas de abril, amenaza con arrancar las telas de vivos colores que decoran las casas de pizarra de un pequeño pueblo de la sierra de Guadalajara. Bustares (80 habitantes) celebra la primera edición de su Feria del Libro y la música de las dulzainas se escucha desde la carretera, invitando a dejarse llevar por sus calles hasta la plaza Mayor. La plaza está rebosar de gente y en el interior de la iglesia románica del s.XIII convertida en librería ocasional, los libros y las mesas con productos locales atraen a un buen número de visitantes. Entre ellos se mueven algunas de las familias que han llegado al pueblo en los últimos años.
Charlo con Fernando y Celia de El Rincón Lento, que no solo tienen un pequeño puesto en la Feria sino que desde hace poco también tienen casa en el pueblo. Vienen en verano y los fines de semana, lo normal en este rincón apartado de la provincia y el modelo que se repite en todo el interior de España: los pueblos para el verano y poco más, casas habitadas solo los fines de semana, habitantes sin empadronar. Y casas rurales por doquier. También las hay en Bustares, los pueblos negros atraen a los turistas, la sierra de Madrid no queda lejos. Milagrosamente para esta localidad a 75 kilómetros de Guadalajara, también hay familias que se han instalado voluntariamente por propia elección, sin que medien realmente motivos económicos para ello.
Fernando Serrano y su mujer, Patricia, llevan once años en Bustares. Tienen dos niños y han elegido este modo de vida rural de forma consciente y meditada. Tal vez porque Fernando se dedica al medio ambiente ya habían probado anteriormente lo que era vivir en un pueblo. Ambos están convencidos de que su opción es la mejor para sus hijos y de hecho hacen proselitismo y ofrecen su apoyo a quien quiera probar lo que es la vida fuera de la ciudad. «Lo que hacemos -explican- es ayudar a la gente que intenta establecerse en el medio rural. Intentar crear un ambiente sano y respetuoso en el que nos facilitemos la convivencia en este medio, que creemos que es la base para el acercamiento de la gente a los pueblos y que así reciban aceptación y no críticas o zancadillas». Y parece que funciona, otras dos familias con niños se han instalado en Bustares en el último año. El siguiente paso es que reabra el colegio, ahora cerrado, pese a que tiene una plaza de profesor adjudicada. De momento, la hija en edad escolar de Fernando acude al de Cogolludo por elección de sus padres, lo que implica que Patricia haga 120 kilómetros diarios por estas carreteras desiertas y a menudo nevadas en invierno. La ruta escolar lleva a la otra niña del pueblo a Jadraque, pero ellos reivindican la misma libre elección de centro que los niños urbanos, algo que se antoja complicado sino imposible dada la logística. En Bustares habrá seis niños en mayo, una madre sale de cuentas estos días, y el tema del transporte escolar se antoja complejo aunque indispensable para asegurar que las familias se queden.
El futuro del medio rural, según la experiencia de estos repobladores del s.XXI está en que familias como la suya elijan instalarse en pueblos que de otro modo no tienen garantizada la supervivencia demográfica. «Vivir aquí es un acto reinvindicativo -afirman- te sales de la masa, pero no hay que olvidar que los pueblos son pueblos, que no hay que cambiarlos. Lo que hay que cambiar es la mentalidad: valorar lo que aquí tenemos. No todo es cuantificable de forma económica, aquí hay otros valores, otras cosas que poner en valor».
El principal problema que se encuentran las personas dispuestas a seguir los pasos de Fernando y Patricia es el de la vivienda. No hay casas disponibles en venta. En muchos casos, las herencias hacen en la práctica inviable que los inmuebles vuelvan a ser habitados. Fernando Serrano propone la donación a los ayuntamientos de aquellas viviendas cuya titularidad está tan compartimentada que acaban no siendo de nadie, una situación que se repite en todos los pueblos una vez fallecidos los abuelos o los padres originarios del lugar. Y el otro problema, lógicamente, es el económico. Vivienda y medio de vida. Los usos tradicionales de la zona -resina, apicultura, desbroce, agricultura, ganadería- podrían proporcionar sustento pero sigue siendo necesaria una apuesta pública firme y muy dirigida a las necesidades reales de la población rural. De hecho, muchos funcionarios adscritos a la zona prefieren vivir en Guadalajara o en las localidades más grandes a medio camino, como Cogolludo, antes que instalarse con sus familias en estos pueblos de la sierra.
Y pese a todo, Fernando cree que «este es el mejor lugar donde criar a mis hijos. Nos supone un esfuerzo en otros aspectos y los asumimos porque lo hemos elegido nosotros, hemos elegido vivir aquí«. Carolina, la juez de paz de Prádena de Atienza, hace unos días se expresaba en el mismo sentido, aunque en su caso la motivación sea otra: «es un lujo vivir en los pueblos, con tranquilidad, sin contaminación, pero también es duro, sobre todo para los niños que están solos, como los míos. Ellos no entienden que tenemos que vivir aquí para ganar dinero porque lo que quieren es estar con más niños para poder jugar”.
Inés Garrido es originaria de Bustares y hoy vende sus jabones y esencias artesanas en la Feria del Libro. Está empezando con el negocio, pero sus productos tienen una apariencia comercial apetecible y cuando explica los componentes, sus propiedades y que ella misma recoge allí en la sierra las plantas con los que elabora los unguentos y jabones, resulta muy convincente (@inesgatitogatito)
Inés es uno de aquellos niños que se tuvieron que ir del pueblo a estudiar fuera porque eso era lo normal y lo deseable para las familias. Y sin embargo, Inés no era feliz con su trabajo como asistente social y decidió emprender el camino de regreso. Pronto tendrá su página web y sus productos serán un reclamo más para el pueblo. Y con un poco de suerte y la ayuda del programa Impulsa Mujer de la Diputación provincial, también pondrá en marcha su propia casa rural. Me asegura que el sentimiento de comunidad en Bustares revaloriza la vida aquí, que los inviernos no se le hacen especialmente duros y que no echa de menos su vida anterior en Madrid, al contrario: le gusta más el pueblo cuando el silencio sustituye a los veraneantes.
Mientras charlamos, afuera en la plaza hay baile vermut al son de las dulzainas, el bar del pueblo está a rebosar y en la puerta de la Iglesia se venden bollos artesanos, magdalenas y miel de la zona. Al lado hay una urna y unos folletos donde se explica que la campana tiene grietas y necesita reparación. Se ve que ya no solo es la administración la que se inhibe, sino que el obispado tampoco llega hasta aquí y el pueblo busca una financiación alternativa para arreglar la campana. El bullicio es enorme, la Feria ha atraído a mucha gente hasta Bustares, por la tarde hay un cuentacuentos, con la bruja Rotundifolia (Estrella Ortiz) y como fin de fiesta, un grupo de jazz. Mucho trabajo para un ayuntamiento tan pequeño, los hombros del alcalde, Julio Martínez deben de ser especialmente anchos.
Dejamos atrás el pueblo, la carretera serpentea abajo y arriba, el cauce del río Bornova que estos días de principios de primavera discurre caudaloso, orada la montaña y el paisaje tras unos días de lluvia es espléndido. Paramos en Hiendelaencina a a comer, pero esa es ya otra historia, una historia de resistencia, de gente que aguanta contra viento y marea en estas duras tierras de la sierra. La próxima semana aquí, en El Hexágono.