Hace unos cuantos años, bastantes porque llevaba a mi hijo en una sillita de paseo y la criatura tiene ya veintisiete, me paró un reportero en la plaza de Santo Domingo, en el centro de Guadalajara, y mientras otro grababa con una cámara me preguntó si estaba de acuerdo con que hubiera un Día Internacional de la Mujer. ‘¡Claro que sí!’, le contesté sin dudar, aunque me puse tan nerviosa que lo dije bajito, como sin voz. –‘¿Cree que sirve para algo?’, me preguntó después. Me aclaré la garganta y le dije: – ‘Sí, porque cuando no se habla de algo o no se reconoce que hay que cambiar algo es cuando no se conseguirá nada’. – ‘Gracias’, dijo él sin más. Y así acabaron mis segundos de gloria que nunca vi en la televisión local.
Farah, una joven adolescente de 13 años, tal vez por propia iniciativa, tal vez empujada por sus padres, exigía a principios de curso asistir a clase en el Liceo Caracense de Guadalajara con el velo islámico, el hiyab. Una norma interna del centro le impedía hacerlo, porque no está permitido entrar en el aula con la cabeza cubierta. Después de unos meses, no faltos de polémicas y tensiones, la joven está ahora matriculada en el IES Antonio Buero Vallejo, donde sí podrá llevar el velo islámico en clase. Esta era la opción que la Delegación de Educación les ofrecía desde el principio, cambiar de instituto. Pero el padre no está satisfecho. Quería que su hija siguiera en el Caracense y que fueran ellos quienes cambiasen las normas. Ha manifestado que seguirá adelante con el proceso judicial.
El sonido de la nyckelharpa de los adictivos versos de la película Akelarre podría ser la música de fondo de otras tantas cazas de brujas que en este país se han hecho en nombre de la fe, que viene siendo aquello de lo que están completamente seguros unos pocos y se empeñan con buen resultado en que crean todos los demás.
Andamos de efemérides en estos días, conmemorando como llevamos haciendo desde hace 17 años que en 2004 hubo 191 personas que fueron asesinadas en unos trenes en el más grave atentado terrorista que ha vivido este país. Se cumplen 20 años, además, de un acto de valentía que en Ponferrada se adelantó muchos años a movimientos como “me too” o “no es no”.
Lo que ambos hechos tienen en común es poco, pero relevante. Dos mujeres quemadas en la hoguera pública por pronunciar lo que nadie en aquellos momentos quería oír. El mismo efecto que en la película de Pablo Agüero producían los versos “Ez dugu nahi beste berorik zure muxuen sua baino”, las palabras de Pilar Manjón y Nevenka Fernández hicieron tambalearse los cimientos de lo correcto.
Pilar Manjón perdió a su hijo en el atentado de los trenes del 11 de marzo de 2004. Llena del dolor que solo una madre es capaz de sentir cuando entierra a un hijo, se dedicó en cuerpo y alma a luchar por saber la verdad que se escondía tras los atentados, para honrar la memoria de su hijo y de cuantos con él murieron en aquella mañana en la que España se paralizó. Sus ojos hinchados de llorar sin descanso, su voz quebrada, su cuerpo roto sirvieron para poner voz a las familias de los fallecidos y a las decenas de heridos que vieron cómo su vida se quedaba en aquellos trenes. Fue un ejemplo de valentía, de resiliencia cuando la palabra aún no estaba de moda y de amor infinito a su hijo. Porque así es como se ama a los hijos, de forma infinita. Ni siquiera la muerte es capaz de impedir que una madre siga queriendo a su hijo.
Pero la exposición pública es cruel. Cuando la búsqueda de la verdad choca con intereses partidistas, ideológicos o de cualquier otra índole relevante en el “establishment” la madre coraje se convierte en bruja y solo la hoguera le espera en forma de insultos, acusaciones, increpaciones, bulos y mentiras con el único objetivo de convertirla en cenizas de lo que fue entre el humo purificador del pensamiento único. “Por esa puta y cuatro muertos perdimos las elecciones”, sigue encabezando la lista de citas célebres de algún ex ministro. A propósito de la polémica del rapero Pablo Hasél, a Pilar Manjón le han tuiteado, entre otras lindezas: «A Pilar Manjón le tocó la lotería cuando reventaron al hijo. Menuda puta»; «Imagino que el padre del hijo de la Manjón no dice nada porque no se sabe quién es….».
Y qué decir de Nevenka Fernández. Han tenido que pasar 20 años para que se atreviera a volver a la esfera pública y contar su verdad después de que a pesar de la sentencia que condenaba a su agresor fuera ella la que tuvo que abandonar su casa, en Ponferrada, y su país en busca de la calma y el sosiego que aquí le negaba el ruido mediático. El documental que ahora ha rememorado lo ocurrido entonces ha hecho que en la localidad leonesa algunos de los que salieron a la calle para convertir al verdugo en víctima y viceversa hoy se ruborizaran. Pero entonces también fue quemada en la hoguera por bruja. Por atreverse a pronunciar versos malditos que acusaban al “buen hombre” de haberla acosado, de haberla hundido, de haberle destrozado la vida y haber anulado hasta su voluntad. “Uno se marcha si tiene dignidad y luego denuncia” fueron las palabras que el fiscal escupió contra ella en un gesto que le llevó a ser suspendido por acoso procesal. Tremendo que la misma persona tenga que sufrir acoso del fiscal en el juicio en el que declara como víctima de acoso.
Considero que su ejemplo de entereza y valentía y su lucha también jalonan la historia del feminismo en nuestro país. Nevenka Fernández fue precursora en tantas cuestiones en materia de derechos de las mujeres que resulta ruin que en estas dos décadas no hayamos sido capaz de poner en valor su acto como pionera. Tuvo que pagar un precio muy alto por negarse a normalizar aquel machismo de provincias que no respetaba a las mujeres formadas, profesionales e inteligentes que además estaban en todo su derecho a ser guapas sin que ello las condenara si un hombre se encaprichaba de ellas. Quiero pensar que su ejemplo ayudó a muchas otras a ser libres de prejuicios, de presiones sociales y de hipocresía.
Pilar Manjón ha presidido durante 12 años la Asociación de Víctimas del 11M. Mítica fue también la frase con la que alguna presidenta madrileña le dio una subvención –“esto es mejor que la lotería porque no hay que pagar a Hacienda”-. Gracias a su trabajo y al de muchas otras personas, los heridos han conseguido que se les reconocieran las secuelas de los atentados, aún hoy siguen luchando por el reconocimiento del agravamiento de muchas heridas. Me temo que no ha logrado encontrar el sosiego y la calma que merece, pero le queda el consuelo de que tampoco otros han logrado su objetivo, verla arder en la hoguera destinada a las brujas y que sus palabras se convirtieran en cenizas.
También podríamos denominarles tontos de baba, porque les imaginamos babeando de insana envidia al paso de las grandes estrellas de cine de nuestro país. No hemos visto sus rostros. Pero sin duda se asemejan más al del Homo Neanderthalensis que al del Sapiens Sapiens. Detesto que ambos sujetos se hayan hecho famosos por sus deplorables comentarios sobre las mujeres que desfilaban delante de sus cámaras en la Gala de los Premios Goya gracias al talento que las ha llevado hasta lo más alto. La vulgaridad con la que emiten comentarios como “la que no quieras pa ti me la pasas” es tan hiriente por su contenido como por la normalización con la que la realizan. Dos varones en una posición profesional inferior al de ellas se permiten el lujo de hablar de ese tráfico de carne fresca como si realmente estuvieran en condiciones de hacerlo.
Me preocupa. Me preocupa sobremanera que en este país se siga llamando “puta” a una mujer por su aspecto, por el número de tatuajes que lleva en su cuerpo y por la profundidad de su escote. Los dos sujetos no son más que dos tontos del culo. Pero sus palabras constituyen la normalidad en muchas barras de bar -¡Bendita pandemia que ha limitado sus nocivos efectos!-, en muchos grupos de whatsapp y en muchas noches de copas en cuadrillas que como el Homo Neanderthalensis salen de caza ante lo que ellos consideran una cuestión de supervivencia de la especie; la suya, la de los primitivos que no han logrado llegar a Sapiens.
Y es que en la semana del feminismo por antonomasia, en estos días de 8 de marzo pandémico en que las mujeres seguimos siendo sospechosas de haber precipitado hace un año el contagio de ese virus que en los mítines de partidos de extrema derecha no tiene capacidad de contagio, ha servido para airear los pensamientos podridos que en los últimos años estaban siendo retenidos por quienes reniegan de la necesidad de que por fin las desigualdades de siglos sean corregidas en un acto de justicia social que, sin duda, hará que en este planeta las cosas avancen de forma más racional.
Se ha puesto de moda ser radical anti feminista. Se lleva criminalizar la lucha de las mujeres por las mujeres. Y los tontos del culo se multiplican amparados en los discursos torticeros de las formaciones políticas del exceso y los comentarios esparcidos por opinadores de tercera en platós de televisión. ¡Madre mía! Cuántas mujeres dedicaron su vida a luchar para lograr que las que hemos llegado después pudiéramos manifestar nuestras opiniones, pudiéramos tener voz, pudiéramos tener voto. Si vieran el uso que algunas “compañeras” hacen de esas conquistas, alineándose con el pensamiento del opresor…
Resulta sobrecogedor que palabras como equidad, igualdad, solidaridad, tolerancia y justicia provoquen tanto miedo entre los hombres. Fundamentalmente los de las especies Neanderthalensis y Cromagnon, que últimamente se han venido arriba y piensan que la mascarilla les protege para volver a decir lo que hasta hace pocos años era normal y que en los últimos años habíamos logrado que dejara de serlo. Pero sobrecoge más aún el apoyo que encuentran entre las mujeres de su especie. Señoras, “el hembrismo” no existe porque nunca ha existido un sistema matriarcal basado en privilegiar al género femenino frente al resto. Tranquilicen a sus compañeros porque no es eso a lo que aspiramos las que luchamos para que nuestras hijas no tengan miedo a decir en público que son feministas, que están orgullosas de las grandes mujeres que nos antecedieron en la lucha y que, por supuesto, no solo quieren ser científicas -que últimamente parece que se ha convertido en el objetivo único de esta lucha-. Queremos que nuestras hijas puedan querer ser lo que quieran ser, sin que su género, femenino, masculino, no binario o cualquiera que sea, limite sus opciones de soñar. Como indica Chimamanda Ngozi, “el problema del género es que describe cómo debemos ser, en vez de reconocer quiénes somos”.
Porque esto va de sueños. Sueños de igualdad entendida como proporcionar a cada uno lo que necesita, porque dar lo mismo a todas y a todos significaría perpetuar las desigualdades heredadas desde que los Sapiens aún no se paseaban por Europa.
De verdad, no seáis tontos del culo, que ya no se lleva. Dejad que vuestra especie evolucione al Homo Sapiens por completo, que ya os hemos dado unos siglos de margen para que podáis hacer la transición sin dramas.
Las manifestaciones feministas del 8 de marzo del año pasado, solo unos días antes de que el coronavirus se llamara pandemia, fueron autorizadas e incluso alentadas desde el Gobierno, aun conociendo el peligro de contagio. Es cierto que en ese fin de semana se celebraron eventos igualmente multitudinarios, pero también otros se cancelaron. Justificarse diciendo que nadie imaginaba lo que nos esperaba, cuando ya en Italia la situación era extrema, no fue ni responsable ni inteligente. Desde el Ministerio de Sanidad se llegó a decir que el virus atacaba más a los hombres, y como a estas movilizaciones acudían principalmente mujeres, no era grave. Que fueran con cuidado, no se tocaran mucho y si tenían tos, mejor no fueran. Ya saben, Fernando Simón dixit. Fue una imprudencia, una locura o un riesgo innecesario, llámenlo como quieran, aunque oficialmente nadie lo ha reconocido. Un año de agotadora pandemia después, cuando aun estamos a expensas del virus, ahora Sars-Cov-2 , el 8M vuelve a traer polémica.
Las mujeres estamos divididas en nuestra historia desde siempre. Las buenas y las malas, las correctas y las incorrectas, las castas y las putas, las santas y las brujas, las feministas y las no feministas, las madres y las que no lo son… y así sucesivamente hasta el infinito y más allá…
Acción de la Plataforma Feminista de Guadalajara. // Foto: Plataforma Feminista de Guadalajara
Por Patricia Biosca
¿Ha estado alguna vez en el Teatro Buero Vallejo? En una de esas funciones en las que se han acabado las entradas, que abarrotan la sala. Con esa foto en la cabeza, ahora imagine esta otra: todas y cada una de las personas que ve riendo, esperando a que comience el espectáculo, que charlan animadamente con el de al lado, todas y cada una de ellas, muertas. Todos asesinados con violencia, estrangulados, acuchillados, cosidos a balazos, desmembrados. 1.003 personas -número de aforo de butacas-, incluída usted, muertas de una manera terrible. Y más de medio centenar que se quedó fuera sin entradas, también. Ahora tiene una idea de todas las mujeres que han perdido la vida por la violencia machista solo en España desde 2003. 1.064 féminas que podrían estar riendo, esperando que empiece el show, charlando con sus hijos, sus nietos o sus amigos. Pero para las que cayó el telón mucho antes de lo esperado. Sigue leyendo →
Se acerca el 8 de marzo. Una fecha señalada en el calendario. Las calles se tiñen de protesta. De reivindicación. De proclamas en favor de la igualdad. En defensa de los derechos para que sean efectivos sin distinción de géneros. Para reclamar el fin de las discriminaciones, de las violencias en todas sus formas. Para hacer entender a quienes desde las aceras miran y callan incrédulos, anclados en la tradición, porque aún no comprenden el cambio al que de manera ineludible el movimiento feminista conduce a la sociedad.
Manifestación por el Día de la Mujer. / Fuente: Ser Guadalajara.
En la cola del ‘super’ la proporción, a simple vista, refleja que los avances que poco a poco se van sucediendo son lentos. Ellas siguen insistiendo en demostrar que son todoterreno. Y de eso, otros, los otros, se aprovechan. Vuelan con la compra de un lado a otro por los pasillos de la tienda, mientras atienden al pequeño chiquillo encaprichado con unos chocolates de la caja. Con el portafolio del trabajo bajo el brazo. Multiplican esfuerzos y alzan la cabeza altivas. Mujeres del nuevo siglo. Capaces de todo. Convencidas de haber superado el listón sostenido de manera y bajo unas reglas que no preveían su presencia en la línea de salida.
Otras utilizan el teléfono móvil como una prolongación de la oficina, mientras sus ojos desvelan propuestas para la cena. Preguntan con descaro a la dependienta donde está eso o aquello, marcando el territorio a través del establecimiento de esa diferenciación de clase que otorga el poder económico, ese que incide en las mayores desigualdades y cuya lucha para frenarlas ha quedado relegada al ostracismo bajo el temor de la desaceleración. Vestidos y perfumes se enfrentan al uniforme aromatizado de la panificadora. Los planes de igualdad inciden sobre las mujeres que ya están empoderadas y relegan a las débiles a la sumisión social de las rutinas que marcan el día a día. Son soluciones que se alejan de la otra mitad, de su educación, de su involucración, de recibir y decodificar el mensaje correctamente y de dotarle de las herramientas y conocimientos necesarios para eludir la desinformación y evitar caer en el adoctrinamiento que rezuma de las tradiciones.
Aparecen amas de casa que extrañan a sus hijos cuarentones, aún dependientes de la economía familiar, incapaces de adquirir una barra de pan sin equivocarse. Siguen cumpliendo con aquello que heredaron de sus madres, defienden en libertad vigilada los valores que les instan a permanecer enjauladas entre los barrotes invisibles del costumbrismo machista. Y lo defienden con uñas y dientes. Y, cuando a veces se revelan, es una rebelión ficticia que acaba de nuevo en el redil; sin consecuencias, a no ser que enviudar antes de tiempo suponga esa llave liberalizadora.
Sintomáticamente, el 8 de marzo se ha convertido en una cita de contraposición de pareceres entre las propias mujeres. De conceptos, de modelos. Una confrontación dentro del propio género femenino con respuestas, actuaciones y manifestaciones públicas dispares. Una lucha necesaria en la que, quizá por primera vez, la masculinidad se pone al servicio de la femineidad o bien queda al margen como un mero espectador expectante por el resultado final. Llegar hasta este punto pone de manifiesto que el movimiento feminista ha dado pasos de gigante hacia ese reto utópico que consiste en conquistar la igualdad.
Y sin embargo, la igualdad aún queda lejos porque sigue siendo sumisa. Está sometida. Carente de la distancia necesaria para evitar la imposición de un género sobre el otro. Es una igualdad que continua abriéndose paso para sobresalir entre las acentuaciones constantes de las diferencias entre hombres y mujeres en vez de focalizarse en aquellos aspectos que pueden generar más empatía. Que no es otra cosa que la propia humanidad, entendida como tal.
Rubén (Paco León) y la Jessy (Yolanda Ramos), el paradigma pokero de Homo Zapping. // Imagen: Antena 3
Por Patricia Biosca
Allá por los tardíos noventas, época de mi edad del pavo particular, entre mis coetáneos utilizábamos la palabra “bakala” para referirnos a aquella tribu urbana que disfrutaba con los ritmos machacones tipo “Pont Aeri”, llevaba chándal con corchetes y/o los colores de la bandera de España en un lateral y entre los chicos un peinado que reconocíamos como “tipo cenicero” y entre las chicas una coleta alta y apretada solo despeinada por dos mechones finos delanteros que eran rubios en el caso de las más atrevidas. De repente, no se sabe muy bien cómo, la palabra para definir al mismo grupo cambió y pasaron a llamarse “pokeros” y “chonis”. En aquel momento, yo me quedé perpleja. ¿Acaso había algún matiz en el significado que había cambiado y yo no había notado? ¿Los pokeros llevaban el cenicero y la coleta más alta y yo no me había percatado? Me resistí todo lo que pude para seguir con la tradición “bakala”. Nadé a contracorriente para hacer ver que la palabra no estaba hueca, que aún tenía tanta vida como Dj Nano a los platos de “Música Sí”. Luché por hacer ver que eran nuestros “bakalas” y no sus “pokeros” quienes tenían preferencia. Y luego pasó con los góticos y los emos. Los rokeros y los “guarros”. Los litros de toda la vida, que pasaron a llamarse “catxis” y “minis”, como si fuésemos vascos o madrileños de toda la vida. ¿Pero quién había decidido cambiar el nombre a cosas que todo el mundo aceptábamos antes?Sigue leyendo →
Un lazo gigante rosa en las Tetas de Viana // Imagen: Expedición Viaje a La Alcarria
Por Patricia Biosca
Ya está. Finiquitado el 2018. Ahora cobran sentido todos los anuncios que se anticipaban al fin del año. Esos en los que se hacía balance. Muchos de ellos, protagonizados por mujeres, ya sea en su faceta de ama y señora del hogar (porque sigue quedando raro que un hombre anuncie productos de limpieza); muchos de ellos aprovechando la estela que ha dejado un año en el que las mujeres, de repente y sin previo aviso, han reivindicado su espacio. Me viene a la mente ese de Netflix -dueña y señora de la creatividad que incluso ha llegado a tocar con su varita mágica Guadalajara- en el que una actriz de una ficción de reclusas decía “nos hemos portado mal”. Al final, lo acabaron quitando no porque el mensaje feminista molestase a nadie, sino porque los insultos sobre el físico de la protagonista obligaron a la compañía a su clausura. ¿Habría pasado con Arévalo, poseedor y señor del machismo, racismo y de los chistes de gangosos?Sigue leyendo →