
Exhibición de la Escuela de Folklore. // Foto: Diputación de Guadalajara
Por Ricardo Villar*
Sábado cualquiera de mediados de los años 90. Las señales horarias anuncian el mediodía. José Alfonso Montes, al micrófono. Comienza Guadalajara Folk. Han pasado veinte años de aquellas mañanas de música tradicional en el antiguo dial de la 88.6 de la Cadena Ser Guadalajara. Sonaba en la emisora Río de Piedras, Alquería o cualquiera de las rondas de la Provincia, que habían editado algún disco por aquellos años. Tras el cese del programa, los aficionados a la cultura tradicional nos pasamos al calor de Trébede, en Radio 3, con el célebre Iñaki Peña como conductor. Pues bien, esa generación que permanecía atenta a esos sonidos e historias tan nuestras, es la que hoy sigue luchando y tomando el relevo generacional a la pervivencia de la música de raíz y al mantenimiento de las tradiciones más ancestrales de nuestros pueblos.
La Real Academia de la Lengua, define Folklore como el conjunto de costumbres, creencias, artesanías, canciones y otras cosas semejantes de carácter tradicional y popular. Guadalajara, que antaño fue una provincia con un alto porcentaje de población rural, hoy se muestra cómo una de las zonas más desequilibradas de todo el país en cuanto a la distribución de su población. Y ahora que está en boca de todos, encabeza el ránking de las zonas menos habitadas de la península. Estos cambios demográficos han afectado de forma indudable a la supervivencia de nuestra cultura y se han llevado por delante numerosos festejos que aquí se celebraban.
Sin embargo, la tendencia parece que lleva unos años cambiando. En vez de que se sigan sumándose tradiciones a la lista de eventos desaparecidos, numerosas asociaciones, ayuntamientos y vecinos a título particular, vienen desarrollando ingentes trabajos en los pueblos para que sus raíces no se diluyan en la monotonía del día a día. En muchos núcleos ya es tarde. Y también se podrá debatir si estas recuperaciones se ciñen a aquella antigua realidad o meramente son un conjunto de personas «disfrazadas» que añoran un pasado que, en el lugar de nacimientos de los suyos, fue mejor que el que ahora representan tantas casas cerradas y chimeneas apagadas. Lo que sí que es cierto, es que cada vez hay más personas que cogen el testigo del rescate de la memoria de nuestros mayores
En estos tiempos de nuevas tecnologías y de consumismo arrollador, la vida va cambiando al instante. Aquellas vidas pausadas de nuestros abuelos, son mero recuerdo de hemerotecas. Hubo un momento en que la sociedad cambió los hábitos de vida a tal velocidad, que las tradiciones que se iban pasando de abuelos a nietos quedaron desprotegidas en esa cadena de transmisión. Muchas costumbres se quedaron por el camino, miles de canciones se aparcaron en plazas y fuentes, y los antiguos oficios se quedaron atrapados en las lentes de las viejas cámaras de Camarillo. Pero la falta de identidad a la que nos empuja esta vida globalizada, de prisas y atropellos, es una de las razones por las que lleva a mucha gente a buscar más allá del dónde venimos y a luchar por la sustentación de nuestras tradiciones y al rescate de aquellas que desaparecieron a mediados del siglo pasado. La recuperación de distintas festividades, la aparición de varios grupos de folk cargados de gente joven o la celebración de muestras en torno a antiquísimos oficios, son unos ejemplos de que nuestras raíces siguen vivas. Y que aquellos nacidos entre los setenta y los noventa, serán a corto plazo los que tengan un papel fundamental en su perduración en el tiempo.
Otro aspecto que resulta curioso son las costumbres religiosas. Resulta que cuando menos católicos confesos hay, en época moderna, es cuándo más se están consolidando pasiones vivientes, certámenes de bandas o distintos actos religiosos que se prohibieron o se dejaron de hacer hace siglos, como el del descendimiento que se recupera en Sigüenza en estos días, tras caer en el ostracismo durante más de doscientos años.
Todo este cúmulo de tareas por la pervivencia de músicas, oficios y tradiciones, últimamente lo han venido a ligar a los problemas de despoblación, agravados en las últimas décadas en nuestro medio rural. Pero fueron otros muchos los que siguieron, y siguen, la estela de los trabajos que se hicieron en nuestra tierra a comienzos y a mediados del siglo pasado. Encomiable ha sido el esfuerzo de los que fueron puerta por puerta, preguntado a los mayores o buceando en los archivos. Hay infinidad de ejemplos. Y antes de que existiera la Laponia del Sur o la Siberia española, estos eruditos ya llamaban la atención sobre el valor de nuestra idiosincrasia. También las corporaciones locales y la institución provincial, amén de los centros privados, han fomentado escuelas, cursos o aulas por muchos pueblos. Estos espacios, están dirigidos por grandes profesionales amantes de la provincia y que son los encargados de trasladar los conocimientos de nuestra cultura popular, a las generaciones venideras. La tradición y el folklore de la provincia no es una moda. Es la necesidad de conocer nuestras raíces, para entender quienes somos, gracias a los que fueron. Y qué tal vez con esto, nos sea más fácil entender el futuro de nuestra provincia.
* Ricardo Villar Moreno (Guadalajara 1984) pasó por la Escuela Provincial de Folklore entre 2004 y 2014 y en la actualidad mantiene el vínculo con la misma, al estar ligado al aula que permanece abierta en Sigüenza. Fruto de su compromiso y pasión por su tierra, impulsa y mantiene la recuperación de varias tradiciones perdidas, en especial algunas de las que todavía perviven en la Sierra del Ducado. Ha colaborado en distintas actividades con la Diputación de Guadalajara.