
Dos de los repobladores de Fraguas rehabilitando un edificio en ruinas. //Foto: Colectivo Fraguas
Por Patricia Biosca
Aparte de para aprender poco, la universidad me dio la oportunidad de pasar mucho tiempo debatiendo sobre lo humano y lo divino en los interminables viajes de ida y vuelta a Madrid . En uno de esos, mi amiga Teresa, compañera de andanzas, y yo debatimos acerca de la ocupación de casas en un momento en que el tema estaba candente y salía día sí, día también en los medios de comunicación. Recuerdo que mi amiga me decía que no veía justo que sus padres tuvieran que estar años y años trabajando para que «llegasen dos, metiesen una patada a una puerta, y se colaran en un chalet». Yo, que por aquel entonces iba de progre que va a todas las manifestaciones y se cree que tiene en su mano el poder para cambiar el mundo con el chasquido de sus dedos, no estaba de acuerdo y utilizaba el argumento de perogrullo que se da en estos casos: hay muchas casas, pero también muchas vacías. Este debate me ha dado horas en qué pensar, porque es cierto que entendía su postura, y me hizo albergar sentimientos encontrados al respecto que aún hoy guardo.
Mientras yo pensaba de vez en cuando en este asunto, un grupo de seis personas allá por 2013 decidió instalarse en el pueblo abandonado de Fragua y rehabilitarlo. No dar una patada a una puerta, sino apuntalar y rehabilitar los pocos edificios en ruina que quedaban en pie y que solo pertenecían en la práctica a la naturaleza, que lamía cada uno de los viejos ladrillos que quedaban tanto en pie como en el suelo. Tal y como cuentan los “repobladores” (es curioso que no haya visto apenas la palabra “ocupa/okupa” en las noticias al respecto. Otra vez la “magia de las palabras” haciendo acto de presencia), en la década de los 60, el Estado despobló Fraguas “creándose cotos de caza y pinares para su explotación”. Además afirman que el pueblo fantasma fue usado por el Ejército como terreno para ejecutar maniobras, lo que aseguran fue la causa de la destrucción de la mayoría de los inmuebles.
Al poco tiempo de empezar a rehabilitar las casas con técnicas tradicionales como la fabricación de ladrillos de adobe, comenzó el “acecho” de los agentes medioambientales y de la Guardia Civil, quien les ha denunciado. Este hecho ha supuesto que en junio de 2015 el juzgado de instrucción pertinente les llamase para declarar a los seis repobladores acusándoles de un delito contra el patrimonio, por el que la Justicia les pide dos años de cárcel, y un delito de daños, penalizado con otros dos de prisión. Además les exigen 26.000 euros para pagar las máquinas que demolerán lo que ellos han construido y dejarlo tal y como estaba: en ruinas abandonadas. Intento buscarle alguna explicación. Lo mismo alguna serie como Juego de Tronos se ha interesado por los ladrillos a medio caer para grabar alguna secuencia que revierta en el turismo de la zona, como el castillo de Zafra y ahora nos pegamos por tener solares. Si es así, Guadalajara capital es firme candidata a ser Lecho de Pulgas de Desembarco del Rey con tanto solar tentador para que las cámaras graben nuevas localizaciones.
Volviendo al tema y al debate que mantengo con mi yo interior desde hace una década. No estamos hablando de que hayan pegado una patada a una puerta, ya que las casas no eran aptas para vivir cuando llegaron; no se puede hablar acerca de “gente vaga” -un término que he oído muchas veces cuando he debatido acerca del tema- que “no quiere trabajar”, pues desde este enclave, en medio de la Sierra Norte de Guadalajara, en el que la vida ya no es fácil en los pueblos que poseen las mejores infraestructuras, hay huertos, placas solares e incluso una pequeña fábrica de cerveza artesana. Detrás de todo esto hay una filosofía de vida con la que muchos hemos (me incluyo) fantaseado alguna vez, lejos de la vorágine de las grandes ciudades, pero que solo unos pocos, entre ellos aquellos seis “locos” de Fraguas, se han atrevido a llevar a cabo. Porque no es cómoda. Porque no es solamente no tener que pagar facturas a fin de mes, el alquiler o la hipoteca. No es tirarse a la bartola a tomar el sol.

El Colectivo Fraguas recoge leña durante el frío invierno. // Foto: Colectivo Fraguas
Ahora la pelota está en el tejado de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, ya que la Consejería de Agricultura y Medio Ambiente es quien gestiona el territorio, donde ha construido una balsa de agua para uso forestal. Nada más hasta la fecha, a pesar de encontrarse en un paraje protegido. ¿Qué decisión tomará ahora Emiliano García-Page al respecto? La Ley es clara, pero García-Page le pasa un poco como a mi yo adolescente: se mete en embolados sociales que no llega a comprender demasiado y en los que hay demasiados intereses encontrados. La Ley avala las denuncias, la ética progre de moda y las más de 54.300 personas que han dejado su firma de apoyo en la petición en Change.org que el Colectivo Fraguas ha emitido es el contrapunto. ¿Y a quién molestan? He ahí la cuestión.
De momento solo se ha manifestado el delegado de la Junta en Guadalajara, Alberto Rojo, en su habitual papel (como el de todos los delegados, va con el sueldo) de punch de boxeo. Entre sus argumentos, que el pueblo no es tal, que hasta los pueblos que sí lo son en la zona han tenido problemas para ampliar el cementerio por la estricta normativa y que de momento no se valora hablar con los repobladores porque, oh sorpresa, este problema «se generó la pasada legislatura». Aunque según Rojo, la Junta estaría «encantada» de que se realizaran iniciativas para detener la despoblación en otros pueblos. No se dice si pagando el terreno previamente o no.
Y ahora, piénsenlo usted. ¿Se cambiaría por estas personas? ¿Renunciaría a vivir en unas condiciones tan duras como las de este paraje sin el abrigo de “comodidades” que tenemos la mayor parte de las personas que leemos (o escribimos) estas líneas? ¿Se cambiarían a vivir de manera indefinida en Fraguas sabiendo que construirán con sus propias manos las paredes entre las que tendrán que pasar duros inviernos? Qué poco me queda de ese yo adolescente…