
El conocido paleontólogo Juan Luis Arsuaga ha visitado recientemente Guadalajara para hablar de neandertales. // Foto: Elena Clemente.
Por Rubén Madrid
Son como las setas: proliferan en otoño y las hay de todo género: comestibles –algunas deliciosas, otras picantes–, alucinógenas e incluso venenosas. Reinan en el otoño cultural. Espacio que se abre, conferencia al canto. Jornada, centenario o programación que inventamos, conferencia que se programa. Y quien dice conferencia dice charla, mesa redonda, coloquio, presentación de libro o investigación, lección magistral o, dicho en más moderno todavía, ‘master class’… Llámenlas como quieran: el caso es que abundan últimamente en Guadalajara, que estamos locos por las conferencias.
Bastaría con la impresión, pero lo confirmamos si acudimos a los datos. El mes de noviembre que acaba de terminar ha tenido nada menos que 43. Algunos días, hasta tres y cuatro convocatorias similares en una misma tarde, lo que no deja de llamar la atención en una discreta capital de provincias como la nuestra. Las asociaciones de amigos de la Biblioteca, del Archivo Histórico o del Museo Provincial, las direcciones de centros como el Brianda de Mendoza o la UNED, administraciones como la Diputación y la Junta o asociaciones como las de la prensa, Arrebol o Libros y Más han sido algunas de las entidades convocantes en las últimas fechas. Por no hablar de ese experimento importado de Silicon Valley que ya tiene su versión provincial con el TedXAlcarria y que en septiembre celebró segunda edición con un derroche de talento local.
Los belenistas ya no se conforman con armar el belén, sino que también acompañan su actividad tradicional con algunas conferencias. A las ‘Gentes de Guadalajara’ no les basta con representar dos noches (este año tres, con Sigüenza) el itinerante libreto de Zorrilla, sino que en sus Jornadas Mendocinas organizan un ciclo con una exposición y, por supuesto, dos conferencias. La Muestra Nacional de Teatro de la Espiga de Oro en Azuqueca o la Asociación de Amigos del Moderno con su Escuela del Espectador también han incluido conferencias. No son casos aislados.
Algunas asociaciones parecen haber entendido que las conferencias son la mejor manera de hacer visible su labor más allá de su tarea habitual, así como de atraer a un público afín, algo que por cierto están sabiendo captar tambien algunos partidos políticos como el PSOE o UPyD, que organizan sus propios ciclos de debate.
En Guadalajara en los últimos días se ha hablado de política y de historia, pero también de astronomía y de genética, de literatura y de arte, de montañismo, de periodismo, de violencia de género… Se imparten conferencias más o menos convencionales o alternativas en salones de actos de centros sociales y campus universitarios, pero también en aulas de institutos, en librerías e incluso en sótanos de bares.
¿A qué se debe esta fiebre? Hay algunas respuestas rápidas que seguramente expliquen el éxito de este fenómeno cultural: son, por ejemplo, relativamente baratas si las comparamos con un montaje teatral o con un concierto de rock. Resulta más asequible tener a un Príncipe de Asturias de la Ciencias sentado en un salón de actos arriacense que subir a cualquiera de nuestros escenarios a un músico con un Grammy.
También la técnica se ha puesto al servicio de la causa. Al pensar en una conferencia ya no se nos viene a la mente el acto heroico en el que para conocer algunos aspectos en torno a un asunto de interés había que aguantar a un tipo ‘coñazo’ leyendo treinta folios con lenguaje académico y tono monocorde. Se estila el conferenciante que tira de ingenio y, sobre todo, que acompaña su disertación de imágenes: tenemos que dar las gracias al power point.

La Sala Tragaluz del Buero es escenario habitual de conferencias. // Foto: R.M.
Y el público responde. Una conferencia en pleno mes de noviembre ofrece calefacción a cambio de una entrada libre hasta llenar aforo. No dan chocolate con churros, pero alimentan. Y detecto que hay ganas de aprender. Aunque las audiencias de la tele o los escrutinios electorales a veces hagan pensar lo contrario, lo cierto es que en nuestra sociedad nunca hemos tenido tanta gente tan formada en cultura general como hasta ahora. Tan bien formada, deberíamos decir.
Los conferenciantes cuentan con más público instruido que nunca, un auditorio que encuentra en esta oferta de conferencias una respuesta gratuita y de nivel a sus anhelos de conocimiento, que es un hambre voraz. Muchos de estos actos colman sus deseos. La asistencia a los cursos de ciencia o literatura que Siglo Futuro ha convocado en los últimos años bien le podría haber convalidado a más de uno la mitad de una diplomatura. El reciente ciclo que ha organizado Diputación sobre los neandertales ha tenido un nivel que nada envidia a un curso de verano de la universidad más prestigiosa.
Los pioneros. Hemos dejado para el final un nombre que justamente debería haber encabezado el artículo: la Fundación Siglo Futuro. Sin agotar las muchas explicaciones posibles, creemos que aquí reside otra de las razones más poderosas del auge del género en Guadalajara. Durante más de 25 años, a menudo cuando las conferencias eran sesudas concentraciones de materia gris sin tirón popular, Siglo Futuro apostó por la conferencia: nos traían a casa a los mismos conferenciantes que tenía el público madrileño en foros como el Círculo de Bellas Artes o el Club Siglo XXI. Recuerden el modo en que no hace tanto los políticos de la provincia se pegaban por ocupar las butacas de las primeras filas en las conferencias de escritores o actores de moda. Por haber, ha habido hasta Premios Nobel como Rigoberta Menchu y Mario Vargas Llosa -que lo sería después-.

Triple recepción política en 2008 a la Premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchu, invitada en por Siglo Futuro. // Foto: FSF.
La labor de esta fundación, antes Club Siglo Futuro, educó al público. Para muchos de nosotros, ir a una conferencia empezó a ser un plan habitual. Esta entidad no fue la única, pero sí la más representativa por la calidad de sus carteles y por la pluralidad de sus temas y orientaciones ideológicas. Otros, incluyendo algunas administraciones que ahora organizan los actos directamente, se han subido al carro cuando el camino ha estado allanado.
Y no deja de resultar curioso que ahora que las charlas, mesas redondas y ‘masterclass’ parecen al alcance de todos, la Fundación que preside Juan Garrido esté enfrascada en una suerte de refundación: sin olvidar sus ciclos de reflexión, forzada seguramente por esta misma competencia y por las exigencias de las administraciones que prestan sus fondos, está abriendo brecha ahora en otros géneros como los conciertos de cámara, los recitales poéticos o las sesiones de jazz… Quién sabe si pasado mañana no andaremos locos por acudir a este tipo de audiciones.

García de Paz, fallecido a inicios de año, y Herrera Casado, dos talentos locales de lujo, habituales en las conferencias. // Foto: Aache Ediciones.
Casualidad o no, esta fiebre por las conferencias camina del lado –si no de la mano- de un resucitado amor por la tierra, por lo nuestro. Es un apego al terruño que deja atrás los signos más provincianos para adoptar formas más ilustradas. La impagable labor que han venido haciendo sobre todo un grupo de historiadores como el fallecido profesor García de Paz, Pedro José Pradillo o Plácido Ballesteros, por poner sólo algunos nombres, y por encima de todos al cronista de la provincia Antonio Herrera Casado, está rindiendo sus frutos. Hay cada vez más guadalajareños que quieren saber más acerca de sus orígenes, y con ellos sobre los paisajes y las tradiciones… y de ahí a las gentes y a sus problemas de ayer y también de hoy.
Las conferencias permiten poner el talento local de estos maestros al servicio de la comunidad. En cada conferencia no sólo aprendemos mejor quienes fueron los Mendoza o qué cuerpos celestes habitan el universo para cumplir con el proverbio que dicta que nunca nos iremos a la cama sin saber algo nuevo. Además de esto, que seguramente enriquece nuestros sueños, el renovado gusto por las conferencias nos ayuda a ser mejores ciudadanos: más cultos, con menos prejuicios, con una mentalidad más abierta, capaces de convivir con el pensamiento contrario, radicales en la inclinación por acudir a la raíz de las cosas, predispuestos a debatir sobre la cosa pública y a fascinarnos con la angostura de nuestros mundos, donde caben tantos secretos, curiosidades y caprichos que constituyen la sal de la vida. Se trata, si se nos permite, de un retorno a las luces que están en el origen de la democracia. De modo que, tal como está el patio, toda conferencia –y en noviembre fueron más de 40– nos parecen incluso pocas.