
Una sesión del pleno de la Diputación. // Foto: dguadalajara.es
Por Marta Perruca
Por algún motivo que, desde mi atalaya, no alcanzo a comprender muy bien, desde que la crisis hizo su aparición, sustituyendo las cifras millonarias de los titulares por la palabra austeridad, cada vez que se dibuja en el horizonte una cita electoral o la oportunidad la pintan calva, alguien pone en tela de juicio el papel de las Diputaciones Provinciales, atribuyéndoles esa otra palabra que se coloca, a veces de un modo un poco arbitrario, a todo aquello que parece que no interesa: DERROCHE.
Y entonces se esgrimen argumentos de todo tipo en contra de este modelo de funcionamiento, como que las Diputaciones carecen de legitimidad democrática, puesto que sus representantes se eligen de manera indirecta entre los alcaldes y los concejales electos de los distintos municipios, teniendo en cuenta los votos obtenidos por cada partido político en las circunscripciones delimitadas por los partidos judiciales, que determinan el número de diputados asignados a cada fuerza. De esta manera, tras las últimas elecciones de 2011, en el Partido Judicial de Guadalajara, el PP sacó ocho diputados, el PSOE, seis e IU, uno. En el de Molina de Aragón, el PP logró dos diputados y el PSOE otros dos y en el Partido Judicial de Sigüenza, el PP consiguió tres diputados y otros tantos, el PSOE. De acuerdo, probablemente este no sea el mejor modelo de representación democrática posible y puede que vaya siendo hora de someterlo a revisión, pero creo que si es una suerte de reflejo de los gobiernos municipales de la provincia, con cierta capacidad de conocer sus problemas, para darles respuesta.
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