
Diputados del PSOE y la polémica camiseta, el pasado jueves en las Cortes.
Por Concha Balenzategui
Lo escribí en Twitter al enterarme de lo sucedido, el pasado jueves, en el debate de Presupuestos en el Parlamento Regional: “Las Cortes de Castilla-La Mancha han dado espectáculo muchas veces. Lo que pasa es que los actores han cambiado de papeles”. Y es que lo primero que me vino a la memoria al leer la crónica de la sesión, con los diputados del POE expulsados por vestir camisetas en solidaridad con los trabajadores de la planta de Elcogás en Puertollano, fueron otras trifulcas pasadas, como la de los diputados del PP sacando pancartas y ausentándose del pleno, en la legislatura anterior. Recuerdo muy bien a dos de los parlamentarios más activos de esta protesta: Ana Guarinos -hoy presidenta de la Diputación de Guadalajara y del PP provincial- y Vicente Tirado, hoy presidente de las Cortes y número dos del PP regional.
Hay dos versiones de lo sucedido la pasada semana. La del PP es que los diputados socialistas no tenían intención de debatir, sino de armar bronca: «¿Para qué quieren los socialistas mantener el sueldo y el número de diputados, si cuando hay que debatir y votar en el pleno más importante del año, como es el de Presupuestos, abandonan la cámara y no cumplen con su trabajo?”, se preguntaba la diputada guadalajareña María José Agudo. “No se pueden montar esos circos y esos teatros en un lugar que simboliza la representación de todos los castellano-manchegos”, fue su frase más destacada. Luego vino lo de decir que el PSOE se está radicalizando para parecerse a Podemos, que es el último mensaje del argumentario popular, tras pintar cuernos y rabo a los de Pablo Iglesias.
La versión del PSOE es que el provocador fue el presidente de la Cámara, con la expulsión de cinco diputados, «simple y llanamente por decir palabras que no querían escuchar» en el PP, según Cristina Maestre, portavoz del PSOE regional.
Hay que partir de que el resultado del pleno no hubiera variado en absoluto sin el incidente de la camiseta. El PP hubiera aprobado el Presupuesto únicamente con sus votos, como estaba previsto y como a la postre fue. Probablemente tampoco se hubiera admitido ninguna de las enmiendas socialistas. ¿Qué cambia entonces? En realidad, poco. Y sin embargo, mucho. Porque la imagen de unos diputados a los que ya no pagamos el suelto (ahora solo dietas), pero en cualquier caso hemos elegido, a la gresca, en lugar de debatiendo nuestras cuentas, es muy pobre. Y triste en uno de los asuntos más trascendentales que se tratan en todo el año, junto al Debate sobre el Estado de la Región. Mal sabor de boca para el brindis de despedida antes de las vacaciones de Navidad.
Pienso que Tirado se excedió en su interpretación del reglamento de la Cámara. Porque la camiseta no contenía críticas de por sí, ni carga de ideología, ni era en absoluto indecorosa u ofensiva. Decía únicamente: «No al cierre de Elcogás”. Y en puridad, no hay ningún articulo de las normas internas que prohíba a los diputados vestir camisetas de protesta, algo que sí está vetado a los asistentes del público, como en otros parlamentos. Fue excesivamente riguroso, si como parece, las camisetas no interferían ni impedían las intervenciones.
Pero sobre todo, Tirado fue poco inteligente, lo cual tampoco es una gran sorpresa. Porque si hubiera dejado proseguir el debate, la camiseta hubiera sido la anécdota, no la noticia. Y hoy quizás estaríamos hablando de otra cosa. Puede que incluso de los propios presupuestos.

Protesta de los diputados populares, la pasada legislatura.
Recordaba al principio que antes era el PP el que sacaba pancartas y daba «espantadas». Porque al menos en ocho ocasiones en la pasada legislatura, los populares se marcharon de la Cámara. Ahora es el PSOE el que abandona el pleno, aunque lo hace después de que varios de los suyos sean expulsados por no aceptar las peticiones de Tirado de retirar la prenda. Y hay una importante diferencia entre expulsar a los parlamentarios, e interrumpir el pleno para que la Mesa de las Cortes decida si accede a debatir lo que un grupo ha propuesto.
En fin. Nos estamos acostumbrando a que la política se debata más en las redes sociales que en las propias cámaras. A que las protestas en la calle tengan más argumentos que los propios debates. Y a que las sesiones se conviertan cada vez más en el reflejo de la tensión que vive la calle. Desde las feministas de Femen -estas sin camisetas- hasta el coro de Los Miserables contra la Ley de Seguridad, conocida como la «Ley Mordaza», protestas las hay de todos los colores, y casi siempre consiguen llevarse algunos focos. Probablemente es a lo que aboca la falta de confrontación de ideas sumada a la fuerte confrontación de fuerzas.
La periodista toledana Mar Illán, que lleva a sus espaldas bastantes más horas que yo de sesiones en «Los Gilitos», también destacaba en un artículo la alternancia de papeles en la protesta. Y culpaba a la rigidez del Reglamento, que permite intervenciones interminables y en todo momento al que gobierna, y da muy pocas oportunidades a la oposición de contrarrestar el rodillo. Dice que el PP se acostumbró a montar escenas cuando quiso ser noticia, porque no le quedaba otro recurso, y que ahora es el PSOE el que se ve abocado a sacar los pies del tiesto si quiere hacer visible su oposición. Seguramente tiene toda la razón, pero no deja de ser triste que acabemos resignados a esta situación.
El problema va más allá del Reglamento, creo yo. La norma es una herramienta perversa en manos del bipartidismo imperante en las Cortes, que hace que quien tiene más votos no dé la mínima opción al rival a enmendar, discutir o contrariar sus decisiones. Dentro de unos meses, el recorte del número de parlamentarios que nos trae la nueva Ley Electoral pondrá más difícil todavía el que terceras fuerzas políticas entren en el parlamento autonómico, por mucho que el desgaste de los dos grandes partidos haya calado en la sociedad en favor de otras formaciones, como evidencian las encuestas. Y el panorama es negro para este legislativo de juguete y pantomima a orillas del Tajo, independientemente del resultado de las urnas. Porque una nueva mayoría absoluta presagia otra edición más de rodillo, y su ausencia, dadas premisas relatadas, podría servir en bandeja la jaula de grillos.
Es más grave de lo que parece. Porque no se trata de la imagen de la Cortes, que ya ha quedado por los suelos; ni siquiera de su papel, lógicamente cuestionado si se limita a revalidar de puro trámite lo dispuesto por el Ejecutivo. Se trata de su legitimidad. Y si la próxima primavera, en virtud de los cambios electorales impulsados y respaldados únicamente por el PP, la representación parlamentaria de Castilla-La Mancha no responde proporcionalmente a la voluntad de los ciudadanos, ya no estaremos ante un espectáculo de más o menos gusto. No hablaremos de una bufonada, sino de un atentado contra la Democracia.