Por Concha Balenzategui
La visita de unos amigos manchegos me permitió, el pasado fin de semana, mirar con otros ojos a mi ciudad. Cuando hace mucho tiempo que no vemos a una persona, nos resulta más evidente el avance de sus arrugas, de sus canas, de sus entradas o de su delgadez que si la viéramos a diario. Lo mismo pasa con los lugares. El reencuentro con una ciudad al cabo de unos años nos hace subrayar algunos aspectos que a los que la vivimos nos pasan desapercibidos.