
El alcalde de la capital, Antonio Román, junto al concejal de Economía, Alfonso Esteban, en la presentación de las ordenanzas fiscales. // Foto: La Crónica de Guadalajara
Por Concha Balenzategui
“Yo sé que dirán que es una decisión preelectoral, pero quiero aclarar que en mandatos anteriores, ni siquiera en años preelectorales, se tomaban estas decisiones. Esto es fruto de un trabajo dirigido para poder llegar a este fin. Es una apuesta política”. Así explicaba, Antonio Román hace unos días la bajada de impuestos y tasas municipales prevista para el año que viene por el Equipo de Gobierno. La declaración, pronunciada motu propio por el alcalde, sin mediar preguntas de la prensa, pretende convencernos de que la presión fiscal se afloja sobre los vecinos justo unos meses antes de la convocatoria a decidir quién gobernará la ciudad por pura coincidencia.
Indagar en los números de las ordenanzas fiscales municipales es una tarea ardua, que trataré de resumir lo más claramente posible en las próximas líneas, para que vaya por delante la información.
En 2015 bajará el tipo del Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI) un 5’1%, el Impuesto sobre Construcciones, Instalaciones y Obras (ICIO) un 5’6%, la Plusvalía un 4%, y el Impuesto de Vehículos de Tracción Mecánica un 2%. En cuanto a las tasas, desciende la de recogida de la basura un 7,77% y la de apertura de establecimientos, un 10% para las actividades inocuas y un 15% para las actividades clasificadas. El resto de los impuestos y tasas municipales se congelan.
Estas son las cuentas, tal y como las ha anunciado el Equipo de Gobierno. La oposición ha introducido algunos peros a este anuncio, que recuerdo también en versión sintetizada. Baja el tipo de gravamen del IBI, pero sube la base imponible como resultado de la revisión catastral, por lo que el recibo al final subirá: entre un 4 y un 5% según el PSOE, o entre un 1 y un 3% según IU. La tasa de basura podría bajarse aún más, teniendo en cuenta que los ingresos por este concepto son mucho más elevados de lo que cuesta el servicio, dicen ambos grupos.
El PSOE pide, entre otros cambios, que el IBI baje un 30%, que la tasa de agua y alcantarillado, que se congela, se rebaje otro 30%, y que el ICIO se reduzca un 50%. IU propone que se eliminen las tasas de uso del teatro Buero Vallejo y del palacio de la Cotilla a asociaciones sin fin lucrativo, la del estacionamiento de larga duración y la entrada a monumentos de gestión municipal. Ambos grupos solicitan también que se cobre a las entidades bancarias por instalar cajeros en la vía pública.
Pero después de las cifras, vamos con la letra, con esas peculiares costumbres relacionadas con los impuestos y las citas electorales. Prácticas que -todo hay que decirlo- no son de ahora, ni exclusivamente de Román. Lo de aplicar una reducción de los impuestos -o al menos anunciarla como tal, ya que siempre será cuestionada por la oposición- lo vemos estos días en el Ayuntamiento de la capital, en el Gobierno de Castilla-La Mancha y en la Administración estatal, y siempre diciendo que no hay relación alguna con la proximidad de las elecciones. Porque este es ya un hábito generalizado, como el de que ningún partido se presente a ninguna convocatoria con las urnas con una subida de impuestos en su programa electoral. Sería de locos, me dirán ustedes. Imagínense a un candidato que, apoyándose en el contexto económico general, en la situación concreta de las arcas de la institución, o en los proyectos que pretende realizar, reconociera abiertamente y de antemano que no podrá llevar a cabo su programa sin exprimir un poco más a los ciudadanos y empresas. ¿A que no lo ven?
Del mismo modo, es habitual que cuando un gobernante entra en una institución anteriormente regida por el partido rival, se queje de la situación de las cuentas. La cantinela de la “herencia recibida” que llevamos oyendo tres años y medio al equipo de María Dolores Cospedal la han pronunciado antes, con otra letra pero parecida melodía, muchos otros. Por ejemplo recuerdo al socialista Jesús Alique quejarse de la situación en la que se encontraba la Diputación Provincial tras las dos décadas de gobierno del popular Francisco Tomey, o el mismo lamento referido a las arcas municipales que dejaba José María Bris en el consistorio de la capital. Al final de los dos mandatos, Alique anunciaba lo bien que dejaba la institución tras su gestión, como ahora hace Cospedal desde Fuensalida respecto al déficit autonómico. El mensaje se lanza tan rotundo, tan desprovisto de matices, que cualquier ciudadano se cuestiona una de las dos tesis: Si era verdad que tan mal estaba la situación cuando se ha conseguido enderezar tan pronto, o viceversa, si la recuperación puede ser cierta después de un agujero semejante. Porque nos cuesta creer en “superpoderes” de los gestores.

Román y Esteban, en otro momento de la rueda de prensa. // Foto: Ayuntamiento de Guadalajara
Pero esta canción, por muy pegadiza que sea, no la puede entonar ahora Antonio Román, que es el responsable de la gestión económica de este mandato… y también del anterior. Hay que reconocer que al doctor le ha tocado ser alcalde en los años de la dura crisis económica, desde 2007 hasta 2015, etapa en la que se ha dado una reducción drástica de los ingresos que percibía el Ayuntamiento a cuenta de la construcción. Durante su primer mandato, pese a esta merma y a que no obtenía de Toledo el chorro de dinero que le llegaba a su predecesor, el Consistorio mantuvo unas fuertes inversiones a cuenta del Plan E, que Román se permitía el lujo de criticar con una mano mientras utilizaba para remozar la ciudad con la otra.
Al finalizar esa etapa, en mayo de 2011, Román se presentó ante los electores asegurando que pese a las dificultades, mostraba un Ayuntamiento de cuentas saneadas gracias al “trabajo bien hecho”. Seguro que lo recuerdan. Solo habían pasado cuatro meses desde su toma de posesión, cuando el orégano desaparecía del monte y el alcalde presentaba ante la prensa un durísimo plan de ajuste que incluía, entre sus principales armas, congelación de empleo, recorte de subvenciones y una fuerte subida de impuestos que justificaba en la difícil situación económica. Un plan de ajuste a todas luces incoherente con el brillante balance económico que había pretendido contarnos en su llamada a las urnas. Unas medidas que la ciudad ha padecido durante tres años.
Y de nuevo, se ha obrado el milagro. Otra vez la lectura del trabajo bien hecho y los frutos recogidos se torna en la posibilidad de aflojar la presión. Eso, quizás a Mariano Rajoy, incluso a Cospedal, puede servirles. Pero con Román no cuela que nos vuelva a cambiar el compás, para repetir la música y la letra que ya entonó. Al menos, no se puede esconder el tufo preelectoral.