Por David Sierra
Allí estaban. Con la mirada perdida en el horizonte. Una sonrisa torcida, de esas que cuestionan el ‘¿y que narices hago aquí?” y se responden solas con un ‘calla, que esto va en el sueldo”. Los trajes impolutos, de ese negro enlutado que es cada vez menos propenso. Los palios rectos. Y siempre una mirada de reojo a ese párroco que, repentinamente se muestra pletórico del mismo modo que, entre bambalinas, defendía su postura futbolística con las razones por las que el Madrid no termina de carburar. Los representantes de la plebe y los de los dioses, juntos ante la talla de esa Virgen por la que muchos van a brindar estos días hasta hartase el paladar.