
Incendio de Aleas, en julio de 2014. // Foto: EFE
Por Patricia Biosca
A la gente le gusta el verano por las piscinas, las terrazas, los pantalones cortos, los vestidos, los helados, la playa, las vacaciones y muchas otras cosas que puedes usar en otras estaciones pero que solo valoras durante tres meses -fin del speech del odio a las temperaturas extremas de la chica que se pirra por el entretiempo-. Pero si hay una palabra que define la estación estival es calor. Calor pegajoso que no deja dormir, sentarte en el coche o en un banco sin sombra. Calor abrasador que no solo es incómodo, sino que muchas veces, mezclado con los kilos de imprudencia de la humanidad, se torna en fuego. Un fuego que deja de hacer gracia cuando lame el campo y lo deja negro carbón. Cuando se traga siglos de historia en tan solo unas horas. Cuando incluso acaba con vidas humanas. Sigue leyendo