
Patio de los Leones, todavía con el escenario utilizado el fin de semana para el Tenorio Mendocino. // Foto: R.M.
Por Rubén Madrid
Ayer abrí las puertas del Infantado. Fue todo un gustazo.
No me malinterpreten: no es que abriesen las puertas del palacio sólo para mí, como ocurrió con el guateque del PP, ni que yo solito, con cuatro líneas escritas, haya obrado el milagro de devolver para todos la gratuidad de acceso al Infantado: para atribuirse estos méritos ya hay otras plumas que vuelan mucho más alto.
Lo que me ocurrió ayer fue algo mucho más prosaico, pero a la vez muy emotivo. Porque, rebotando entre callejuelas durante un paseo matutino, fui a parar a los pies del palacio y me sorprendió de pronto que su enorme portón siguiese cerrado, como en los últimos meses, cuando acaba de instaurarse una nueva regulación que, además de ampliar el horario de acceso libre, devuelve el gozo de poder entrar a través de la preciosa estampa que dibujan el zaguán y el Patio de los Leones al fondo. Como uno ya no gana para sustos, alertado por que tal vez se hubiese producido una marcha atrás en la marcha atrás, entré por la otra puerta, la que corresponde al Museo Provincial, y comenté el asunto a los trabajadores allí apostados, que me respondieron que, en realidad, todo era fruto de un descuido. Lo hicieron, eso sí, después de preguntarme si formaba parte de algún colectivo protestón.
Tras idenficarme como periodista -que en otros tiempos era signo de pertenencia a un colectivo protestón-, pasé al patio con el guardia de seguridad, que se dirigió a su vez hasta la puerta y, ya allí y desde dentro, descorrió los cerrojos. Ante mi atónita mirada se abrieron de par en par las puertas del Infantado dejando entrar un haz de luz.
El modo en que quedó restituido el paso libre tuvo no poco de ceremonia de liberación, de logro conseguido y compartido. Porque, aunque ayer por una razón coyuntural esa puerta se abrió únicamente por mi pequeña reclamación, lo cierto es que estas puertas han vuelto a estar abiertas gracias a la iniciativa de muchos de nosotros. Hemos sido muchos los ciudadanos que, cada uno desde su pequeña atalaya, hemos dicho que no, que las puertas tienen que estar abiertas. Tal vez por eso la maniobra para la apertura de las puertas me produjo una extraña emoción. Y quisiera pensar que no estoy exagerando al dotar al sencillo y anecdótico acontecimiento personal de un significado que no tiene.
Gentes de Guadalajara. Una vez en el patio, aproveché para pasear entre las columnas y admirar, más que nunca, esos grifos y leones que, como la libertad y los domingos por la tarde, sólo valoramos verdaderamente cuando nos los han arrebatado.
El Infantado no es para los vecinos de la ciudad un palacio desconocido, como otras joyas, y se me ocurre todo el conjunto de Adoratrices que levantó Ricardo Velázquez Bosco, con algunos rincones maravillosos. Durante años, muchos de nosotros hemos estudiado, leído, reído, fumado y escuchado y contado cuentos en estos claustros. O remachado los versos más conocidos que le susurra don Juan a doña Inés. Ayer todavía estaban amontonadas en el patio las sillas y el escenario vacío del Tenorio Mendocino, que tiene en esta misma arquitectura el escenario de dos de sus siete escenas. Es su marco incomparable, que dirían los clásicos.
La coincidencia en el escenario, no sólo en su dimensión más física, sino incluso simbólica (cultura popular en el palacio) es una de las más destacables entre este Tenorio Mendocino que lleva ya camino de los 25 años y un Maratón de los Cuentos que los cumple al siguiente. Pero no es la única. Partiendo de puntos de inicio tan diversos aparentemente, tienen las dos actividades más populosas y probablemente interesantes de nuestro calendario cultural muchos lugares comunes, además de que el Infantado lo es en sentido literal.
El Don Juan Tenorio de Zorrilla, libreto con muchos de cuyos mensajes -preferentemente el machista y el religioso- no comulgo, me atrapa en su versión itinerante mendocina, a propósito de la noche de difuntos, por su componente de ceremonia de la cultura popular, de transformación de los monumentos de la ciudad en que vivimos y por su capacidad para hacer ciudad, que conecta perfectamente con el espíritu del Maratón de los Cuentos, en un sentido que nos supo explicar muy bien en un artículo el profesor de antropología Jesús Sanz.
Coinciden ambas experiencias en modernizar dos largas tradiciones de la cultura española, como son el teatro clásico en verso y la narración oral; en ser espectáculos irrepetibles por la magia del directo aunque se repitan como formato edición tras edición; incluso en disponer de algo así como unos simpáticos mitos fundacionales que ensalzan lo impulsivo que hay en todos nosotros, con esas maneras tan descaradas de tirar para adelante entre amigos que tuvieron los Borobia, Suárez de Puga y compañía, por un lado, y las Blanca Calvo, Estrella Ortiz y demás, por el otro.

Todos los actores y figurantes de la última edición del Tenorio Mendocino. // Foto: Carmen Ibáñez (Comunicación Tenorio Mendocino).
Pero por encima de tantas similitudes está el carácter popular. Y ambos son eventos hechos por las gentes de Guadalajara. Así se llama, de hecho, la asociación que organiza el Tenorio Mendocino y que ha vuelto a arrastrar nada menos que 140 voluntarios que cada año encienden la magia del evento, del mismo modo que otros 200 cada junio dan cuerda al carrusel de los cuentos en el Maratón. Resulta admirable el trasiego de conciudadanos caracterizados de época (ese enfermero que es don Juan, ese funcionario que hace de don Luis Mejía, esa aldeana que es fotógrafa profesional… y así, todo el elenco) como resulta emocionante la forma en que el escenario principal del Infantado convierte a niños y mayores, individuos sueltos, en pareja o en grupo, en narradores de turno y, por tanto, protagonistas de un acontecimiento que nos envidian en medio mundo.
Ambas citas, una en otoño, la otra en primavera, extienden su capacidad creadora más allá de las organizaciones que las han amamantado durante años, porque reclaman cada vez más la participación de otras asociaciones (coros, artistas, fotógrafos, etc) y las lanzan incluso fuera de las murallas de la ciudad. Porque si los cuentos tienen su particular Maratón Viajero, el Tenorio ha recuperado aquella vieja costumbre que tuvo de representarse en los pueblos, con un primer pase este año en Sigüenza que, con todas las mejoras técnicas y de búsqueda de escenarios que se puedan admitir, resultó una delicia. La ambición (altruista y cultural, nada lucrativa) que demuestran ambos eventos cada año está fuera de dudas.

Blanca Calvo, presidenta de la asociación organizadora del Maratón de Cuentos, con otros voluntarios al final de la pasada edición. // Foto: Juan Carlos Aragonés – AGFU.
Subrayo todavía más estas conexiones entre el fin de semana de cuento y el fin de semana de teatro porque en algunas voces, incluso en algunas de autoridades políticas, he intuido cierta necesidad de rivalidad, como si conviniese tomar partido por un evento frente a otro. Aunque el origen de unos fuese algo tan ‘perrofláutico’ como contar cuentos y el de la otra surgiese en cenas de señores y señoras ataviados con capa, la evolución ha rebasado cualquier expectativa. En cada Maratón hay gentes de toda procedencia, como ocurre en el reparto de cada Tenorio, con una mezcla de identidades, filosofías de vida y orígenes sociales que sólo refleja la propia diversidad que tiene la calle, que es el lugar donde se desenvuelven ambas actividades.
Se equivoca quien, desde uno u otro lado, sugiera una elección entre el Maratón y el Tenorio, como se han equivocado en esta ciudad durante muchos años quienes han levantado una disyuntiva absurda entre Buero y Cela. La cultura, y más la que hacemos entre tantos, debe ser superadora de barreras e integradora, no exclusiva y obstaculizadora.
Políticas y políticos. Aquí la única lectura política, y de nuevo es compartida por el Maratón y el Tenorio, radica en la actitud de un consejero de Cultura, Marcial Marín, que ha ignorado o despreciado ambos eventos durante los cuatro años en que ha tenido oportunidad de disfrutar de ellos y respaldarlos con su presencia. Creo que los gestos están dotados de significados, aunque no sean lo más importante, y que la ausencia del titular regional de Cultura es reseñable y reprochable.
Pero es que, además, la Consejería de Cultura ha incumplido tanto en el fondo como en las formas: no hay ninguna partida regional para respaldar ninguno de estos dos eventos, a pesar de arrastrar más participación y más público que ningún otro al cabo del año y de que cumplen una triple función cultural, turística y social. Hemos advertido muchas veces de que no es de recibo que la narración oral no sea en nuestra región bien de interés cultural inmaterial (como sí lo son ya los toros o la cetrería) o que el Maratón aún no sea Fiesta de Interés Regional, como tampoco se entiende que el Tenorio de Gentes de Guadalajara, que sí goza de esta declaración, no reciba ni un duro desde Toledo.
Estos absurdos inexplicables resultan, por acción u omisión, decisión de nuestros políticos. A la Junta de los castellanos y los manchegos, a la que tan bien le sentaría hacer región con estos recelosos guadalajareños, le importan un bledo sus dos principales eventos culturales, que tanto tendrían que decir en esa tarea. ¿Cuál es la única aportación en ellos? Nos dirán que dejarnos entrar gratis al Infantado.
Entrar al Infantado. Todos los pasos conducen últimamente a este palacio. El mismo que el propio dirigente Marín nos cerró a los ciudadanos y mantendría cerrado de no ser por la airada reacción colectiva. Una vez me dijo un muy importante intelectual de la ciudad, nada sospechoso por cierto de bolchevismo, que no hay que buscar indicios de maldad, sino de ignorancia, en estas políticas de Marín. No hay más tonto que el que no reconoce su tontería. Lo del consejero habría tenido cura si hubiese asistido alguna vez a una edición del Tenorio o del Maratón de los Cuentos en el Infantado. Comprendemos así que ande perdido en un bucle de estupidez infinita.
El respaldo a las actividades culturales es también una cuestión política, que no es lo mismo que tener que supeditar los apoyos a las afinidades partidistas. Uno de los principales retos que tiene cualquier nueva candidatura en el ámbito municipal pasa por recuperar precisamente estos espacios públicos donde entre todos hacemos ciudad, ante el retroceso que sobre todo las políticas de instituciones como la Junta o el Patronato de Cultura han impulsado en esta legislatura. En esta tarea tan noble, el Infantado es un estandarte. No ha sido, por tanto, mal comienzo lograr que la Junta dé un paso atrás en el pago por acceder al Patio de los Leones. Pero este pequeño rescate debe ser sólo el principio: démonos el gustazo de seguir abriendo las puertas de los palacios.