Por Ana María Ruiz
La Federación de Enseñanza de UGT, con la colaboración del Departamento de Migraciones del Sindicado y la financiación del Fondo Europeo para la Integración Social de los Inmigrantes, ha puesto en marcha la campaña “Stop Racismo: educar para encontrarnos, educar sin exclusión”, que se va a desarrollar en los centros de Primaria y Secundaria de Guadalajara a lo largo de los próximos meses. El objetivo es promover la educación intercultural sensibilizando a los alumnos para la construcción de escuelas inclusivas y evitar el rechazo a los que vienen de fuera en busca de una vida mejor.
Ésta no es la única actividad que se lleva cabo en la provincia para fomentar el respeto mutuo entre ciudadanos de distintas nacionalidades, ya que existen numerosos programas de integración desarrollados por otras organizaciones sociales, pero me sirve como excusa para abordar un tema delicado, políticamente incómodo, en el que suele primar la hipocresía y del que se ha hablado hasta la saciedad: el racismo.

Imagen de uno de los programas de atención lleva a cabo Cáritas en la provincia. //Foto: Cáritas
En los últimos meses, me ha llamado la atención que cada vez nos da menos miedo decir lo que realmente pensamos del fenómeno de la inmigración. No sé ustedes, pero yo cada vez oigo a más personas que en conversaciones de colegio, barra de bar o de calle afirman: “Cada vez me estoy haciendo más racista”. Comentarios como “nos están quitando el trabajo”, “se quedan con todas las ayudas”, “se las saben todas para pedir” y “que se vayan”, van tomando mayor fuerza conforme avanza la crisis y este país y esta provincia no ven salida al grave problema económico que padecen cientos de familias.
Desde las organizaciones que tratan directamente con los inmigrantes se viene llamando la atención sobre el creciente rechazo que la sociedad española tiene hacia este colectivo. Incluso la ONU, en las conclusiones del décimo aniversario de la Declaración de Durban (Conferencia Mundial contra el Racismo celebrada en septiembre de 2011 en Nueva York) reconoce que “la xenofobia en sus diferentes manifestaciones es una de las principales fuentes y formas contemporáneas de discriminación y conflicto y para combatirla los estados y la comunidad internacional tienen que prestarle urgente atención y adoptar rápidamente medidas”.
Por ello, cobran más importancia campañas como la que está llevando a cabo FETE-UGT, aunque soy de la opinión de que son precisamente los niños los menos excluyentes, fundamentalmente porque conviven a diario con compañeros extranjeros en las aulas con toda normalidad, juegan con ellos en el recreo o en el parque y no dan más importancia a su lugar de procedencia, a sus creencias o al color de su piel porque su trato con ellos viene desde las edades más tempranas, por lo que todavía no están “contaminados” de los prejuicios de los adultos.
Rechazo. Personalmente no creo que todos los que se consideran cada vez más xenófobos o racistas lo sean en el sentido estricto de la palabra. Me inclino a pensar que lo que sienten es rechazo, miedo e incertidumbre ante las nuevas realidades que se imponen en un mundo cada vez más globalizado en el que la interculturalidad es un hecho. Por ello es necesario cambiar el chip y abordar esta nueva realidad desde otra perspectiva diferente a la de considerarnos los dueños del cortijo, porque nosotros también nos estamos convirtiendo en inmigrantes, especialmente nuestros jóvenes, obligados a marcharse de un país que no les ofrece ninguna posibilidad de futuro. Y nos gustaría que estos jóvenes fuesen tratados como iguales en los países que los acogen.
El proceso de adaptación debe ser mutuo. Los autóctonos debemos dejar de creer que este país nos pertenece en exclusiva y los inmigrantes no pueden pensar que llegan a España únicamente para beneficiarse de los múltiples recursos sociales a los que tienen acceso, sino que deben saber que esta nación además de proporcionar derechos, también está dotada de normas y leyes de obligado cumplimiento para todos, vengan de donde vengan y sean cuales sean sus circunstancias personales.
Sé que lo que voy a decir me va a granjear no pocas críticas, pero trataré de ser sincera. Para mí existen dos tipos de inmigración. La primera es la que aglutina a los extranjeros que vienen a trabajar y a convivir pacíficamente con nosotros. Estudian, trabajan, participan de la vida de la comunidad, se integran, son emprendedores, se forman, se interesan por conocer mínimamente el idioma, respetan las normas y contribuyen con sus impuestos al desarrollo de este país y de esta provincia. Bienvenidos sean. Pero también está la “otra inmigración”, la que no se integra, la que vive a costa de ayudas oficiales o parroquiales sin ninguna motivación ni ganas de trabajar, la que encuentra en la delincuencia su modo de vida, la que no tiene ningún interés ni ninguna intención de convivir con los autóctonos, la que crea sus propios guetos en los barrios, la que no se preocupa por conocer las costumbres ni el idioma, la que no participa en acciones formativas, la que no paga alquileres ni créditos y tan sólo consume recursos que hoy en día son escasos para todos. Esta inmigración es la que no queremos. Al menos yo no.
También creo que existen varios perfiles de ciudadanos autóctonos según su respuesta al fenómeno migratorio. Están los tolerantes: los que acogen al extranjero, le ayudan, le consideran como igual, se relacionan con total normalidad y conviven pacíficamente con ellos en pueblos y ciudades. Y están los intolerantes: los de “los españoles primero”, los que no soportan la presencia de los inmigrantes, les desprecian, no quieren que sus hijos acudan a los mismos colegios que “los de fuera”, fomentan la economía sumergida dándoles trabajo sin ningún tipo de relación contractual, los que les explotan en el ámbito laboral y, en definitiva, quisieran verles de vuelta a sus países de origen.

Propaganda electoral de la formación España 2000, que cuenta con un concejal en la vecina localidad de Alcalá de Henares
Yo, sinceramente, no sé en qué bando me encuentro. Porque a veces soy tolerante, pero reconozco que otras muchas, dependiendo de las circunstancias, me vuelvo muy intolerante.
Los datos. Según los datos de la Secretaría General de Inmigración y Emigración del Ministerio de Empleo y Seguridad Social, a 31 de diciembre de 2013 el número de extranjeros residentes en España con certificado de registro o tarjeta de residencia en vigor, es decir, con papeles, ascendía a más de 4,9 millones de personas, el 11,7% de la población total. De ellos, 206.748 viven en Castilla-La Mancha y 35.181 en Guadalajara. La provincia se sitúa por encima de la media regional en porcentaje de población inmigrante, que representa un 15,5% del total, con especial presencia en la capital, Sigüenza, la zona de Molina y en municipios del Corredor del Henares, situándose Azuqueca a la cabeza con un 22,7% de extranjeros. Por nacionalidades, la mayor parte son rumanos, seguidos de los marroquíes, colombianos, ecuatorianos y peruanos. Como curiosidad, en los últimos dos años se ha producido un incremento de llegadas de ciudadanos procedentes de Asia, especialmente de China, Pakistán y Bangladesh.
A estos números hay sumar el dato de los inmigrantes irregulares. La cifra no está contabilizada pero las ONG estiman que existen entre 15.000 y 20.000 personas sin papeles en la provincia.
En cuanto a su situación socioeconómica, tomo como referencia el último estudio del Observatorio Permanente de la Inmigración de Guadalajara (OPEGU) referentes al año 2012, a lo largo del cual se atendió a más de 3.000 personas, en su mayoría de entre 25 y 34 años, con hijos a su cargo, procedentes de Iberoamérica (35%), Asia (22%) y Marruecos (21%). Cabe destacar que el 73% entró en España de forma irregular. Sólo el 50% de los atendidos tenía regularizada su situación. En prácticamente la mitad de los inmigrantes atendidos, los únicos recursos de que disponía su unidad familiar provenían de prestaciones o subsidios o no tenían recursos. Según los datos del INE existen en la provincia 6.286 demandantes de empleo extranjeros y 2.881 perciben algún tipo de subsidio por desempleo o cobran la Renta Activa de Inserción. El 53% vivía en situación precaria de alquiler o realquiler en habitaciones o pisos en los llegan a hacinarse hasta tres y cuatro familias, detectándose una importante rotación de vivienda. Casi la mitad estaba en situación de desempleo o inactivos y el resto con ingresos derivados de alguna actividad relacionada con la economía sumergida en los sectores del servicio doméstico, la hostelería y el turismo. Dos de cada diez no tenía tarjeta sanitaria y habían perdido el derecho a tenerla por no poder renovar el permiso de trabajo, por lo que la mayoría acude a los servicios de Urgencias cuando padece algún problema de salud. Y destaca que un 88% de la totalidad de extranjeros objeto del estudio afirma no participar en el tejido asociativo de la ciudad o municipio donde reside pero sí toma parte en actividades religiosas o deportivas de su comunidad de pertenencia.
Condenados a entendernos. Lo cierto y verdad es que esa Guadalajara que hace años acogía con los brazos abiertos a los extranjeros se está volviendo poco a poco más intolerante. Los propios inmigrantes no contribuyen a su propia integración ya que apenas participan en la vida comunitaria de su lugar de acogida. Así, cada día es más notoria la división y la falta de espacios comunes de relación social. Existen zonas de “acceso único” y “reservadas” para los españoles, hay parques de Guadalajara literalmente tomados por latinoamericanos, colegios que se han convertido en reductos de musulmanes y calles comerciales plagadas de negocios asiáticos. Y esta división puede llegar a ser muy peligrosa porque fomenta el rechazo mutuo. Nos guste o no estamos condenados a entendernos. Si no ponemos todos de nuestra parte estaremos desandando un camino que hace años parecía muy prometedor por los enormes beneficios y en enriquecimiento cultural, social y económico que se generan en una sociedad multicultural, plural y globalizada.