
Una imagen de la exitosa serie The Walking Dead.// Foto: Internet
Por Ana María Ruiz
Con motivo de la víspera de Todos los Santos, a lo largo y ancho de toda la provincia fueron muchos los que ayer celebraron la denominada “noche de Halloween”. Esta Noche de Brujas importada de la cultura anglosajona se convierte en la excusa perfecta para que los aficionados al disfraz y al maquillaje sangriento desplieguen toda su imaginación. En toda buena fiesta de Halloween no pueden faltar los zombis, esos muertos vivientes que vagan por las calles sin rumbo fijo, desorientados, que regresan al mundo de los vivos reanimados por arte de brujería y que tienen su voluntad totalmente dominada. Si se celebrase un Concurso Nacional de Zombis, Guadalajara se llevaría a buen seguro el primer premio, con reconocimiento “cum laude” incluido. Y por qué, se preguntarán ustedes. Pues la respuesta es sencilla. Con todos mis respetos a mis conciudadanos, los habitantes de esta ciudad y de su provincia andamos siempre como zombis, atontados, sin capacidad de reacción ante cualquier abuso que nuestras administraciones cometan contra nuestra cultura, nuestra sociedad, nuestro patrimonio, nuestros pueblos o nuestro bolsillo. Somos incapaces de movilizarnos, de unirnos y salir a la calle a protestar aunque nos estén pisoteando los derechos más básicos y elementales.
En todos mis años como periodista y testigo directo de las movilizaciones que se han llevado a cabo en Guadalajara, son contadas las ocasiones en las que la ciudadanía ha respondido de forma masiva a una protesta colectiva. Recuerdo como algunas de las más numerosas la multitudinaria la manifestación convocada en 1997 con motivo del asesinato del concejal de Partido Popular de Ermua, Miguel Ángel Blanco, en la que más de 15.000 personas abarrotaron el centro de la capital para condenar la barbarie de la banda terrorista ETA. Otras de las más numerosas fueron las que se produjeron por los cierres de Carrier, Magnetti Marelli y Avicu, en 1999 y 2008 respectivamente, en las que la ciudad se volcó con los miles de trabajadores que estas empresas dejaron de patitas en la calle. Y más recientemente, en 2010, la celebrada contra la instalación del ATC de residuos nucleares en la localidad de Yebra, que fue un éxito rotundo.
Calladitos. Que nos modifican las líneas de autobuses en la capital con un servicio pésimo y lleno de carencias, los guadalajareños recogemos cuatro firmas y nos quedamos calladitos. Que se nos llevan el agua a Murcia y aprueban un Plan Hidrológico que seca nuestros pantanos, los guadalajareños agachamos la cabeza. Que nos cierran las urgencias en la provincia o las camas del Hospital y nos obligan a aparcar en auténticos barrizales o a pagar un aparcamiento privado, los guadalajareños nos conformamos. Que nos recortan profesores en la enseñanza pública y nos obligan a pagar por los libros de texto, los guadalajareños no nos quejamos. Que nos quieren cobrar por entrar al Palacio del Infantado mientras otros lo usan cual cortijo de señoritos andaluces, los guadalajareños a tragar. Que nos cierran el Teatro Moderno, los guadalajareños a morderse la lengua. Que nos suben el IBI más de un 20 por ciento o que el Gobierno regional tiene que cumplir una sentencia millonaria por readmitir a unos interinos que despidió hace dos años, los guadalajareños chitón. Que se nos quema la provincia en verano por los recortes en el Servicio de Prevención de Incendios, los guadalajareños guardan silencio.
Y no hablemos ya de las protestas laborales. Hace años Guadalajara encabezaba la lista regional de manifestaciones, concentraciones, encierros de delegados, etc. Hoy en día, los sindicatos han perdido totalmente su capacidad de convocatoria y ni siquiera el 1 de Mayo, la fiesta de los trabajadores por excelencia, logran congregar a algunas decenas de personas –la mayor parte afiliados “obligados” a acudir a esta cita- en un acto que en estos tiempos de crisis y abusos empresariales debería sacar a la calle a miles de personas.
Crear conciencia. Ante este panorama tan desilusionante son un soplo de aire fresco y de esperanza algunos movimientos ciudadanos que no se resignan a formar parte de esa horda de zombis que pululan por Guadalajara. Se trata de colectivos contestatarios, reivindicativos y luchadores que, a cambio de nada, crean plataformas o asociaciones que aglutinan a los descontentos y que toman las calles de forma pacífica para crear conciencia, demostrando además un gran poder de convocatoria. Pero, lamentablemente, también se cuentan con los dedos de la mano. Ahí están asociaciones como los Amigos del Moderno, con su original ciclo “En la puñetera calle” para protestar por el cierre del Teatro Moderno; el movimiento La Otra Guadalajara, una iniciativa ciudadana para el desarrollo y la defensa de la comarca de Molina de Aragón; o la Asociación Castillo de Galve que reivindica la rehabilitación del castillo de la localidad de Galve de Sorbe.
Es realmente desolador que los guadalajareños no seamos capaces de unirnos para casi nada si exceptuamos, eso sí, las citas festivas. Me gustaría ver la Plaza Mayor y las calles llenas de gente no sólo en el Chupinazo de Ferias, la Cabalgata de Reyes, las verbenas o las actividades gratuitas, sino también en aquellas ocasiones en las que es necesario reclamar y defender lo que es de todos: sanidad, cultura, educación, empleo,… No nos podemos conformar. No debemos callarnos. Tenemos que dejarnos ver y hacernos oír. Y ojo, que no estoy llamando a la desobediencia civil ni pretendo que Guadalajara se convierta en la capital de la pancarta,el megáfono y la cacerola. Estoy hablando de crear conciencia de ciudad, de provincia, de territorio, de población cohesionada. De otra forma se lo estamos poniendo muy fácil a quienes nos gobiernan. Un rebaño manso es muy fácil de manejar. Como los zombis.

La manifestación por el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997, congregó a más de 15.000 personas en las calles de la ciudad. //Foto: Archivo NOTICIAS DE GUADALAJARA