La mayor parte de la población experimentará este miércoles uno de los momentos de mayor ilusión del año. La celebración del Sorteo de Navidad de la Lotería de volverá a tener enganchados en radios y televisiones a la mayor parte de los ciudadanos de Guadalajara y de todo el territorio nacional, escuchando a los niños de San Idelfonso cantar los números extraídos de los bombos.
A pesar de que la estadística no está de parte de ninguno de los jugadores, la participación en el Sorteo Extraordinario de Navidad es siempre bastante alta. // Foto: Pepe Zamora (EFE)
PorBorjaMontero
El día 22 de diciembre debería ser un día triste, más o menos gris, en el que los condicionantes externos tendrían, en condiciones normales, un efecto negativo en nuestro estado de humor. Se trata de la primera jornada totalmente invernal, después de que la estación fría se haya instalado entre nosotros el día anterior; venimos de la noche más larga del año; el mercurio del termómetro hace días que viene marcando cada vez registros más bajos… Sin embargo, hemos sido capaces de revertir todas estas señales negativas a través de festividades, fiestas y liturgias de todo tipo que convierten los días finales del año, los primeros del periodo invernal, en una sucesión de emociones que sirven para mantener nuestras depresiones ocupadas hasta bien volteada la hoja del calendario. La celebración de la Navidad, con todo lo que ello conlleva de reuniones familiares y sociales desde mediados de diciembre hasta el Día de Reyes, que ya será en terreno de 2017, amén de las ansiadas vacaciones para quien puede disfrutarlas, se une al cierto furor que nos produce la caducidad del año en curso en unos días en los que parece que tenemos que apretar nuestras agendas para dejar cerrados ciertos asuntos y besadas ciertas personas. Y todo ello comienza, en muchas ocasiones, con el Sorteo Extraordinario de Navidad de la Lotería Nacional, más conocido como «El Gordo», más conocido como «el día de la salud». Sigue leyendo →
Fotograma del último anuncio de la Lotería de Navidad
Por Óscar Cuevas Moral
Si el bar de Antonio estuviera en Guadalajara a lo mejor también nevaba un 22 de diciembre. Pero seguramente no. Lo que sí que es bastante probable es que si eso fuera así, el Manolo alcarreño estaría también en paro, como el Manolo del anuncio de la Lotería de Navidad de este año. No es difícil que ocurriera en una provincia donde entre un 20 y un 25 por ciento de quienes deberíamos estar trabajando no lo estamos porque no podemos. Uno de cada cinco, casi uno de cada cuatro. Un drama para caldear la Navidad y ponernos blanditos con un «spot». Qué les voy a decir, si ustedes ya lo han visto porque no se habla de otra cosa.
Claro que si el bar de Antonio estuviera en Guadalajara es muy probable que nuestro Manolo, como el del anuncio, tampoco le hubiera comprado Lotería a su amigo. Y no sólo por el dichoso desempleo, sino porque la nuestra es una de las provincias españoles donde menos jugamos en el Sorteo de Navidad, según dice la estadística oficial. Un dato: apenas 42 euros por habitante en la última ocasión, cuando el 62.246 no nos tocó ni con un palo largo.
Tanto es así, que si el bar del anuncio estuviera en nuestra provincia, la ilusión que defiende el hostelero televisivo ante la desesperación laboral de su amigo tendría muy poco fundamento. No sólo porque las malditas leyes de la probabilidad dicen que, como cantara Pepín Tre, «lo más importante es tener salud»; sino porque, por estos lares -por aquello de que somos pocos y jugamos menos- los premios golosos no se asoman ni por invocación divina. Hay que remontarse a 1970, 44 años, para encontrar la última vez que el Gordo se vendió en nuestra tierra. Dicen que hubo otra ocasión, a mediados del siglo XIX, cuando cayó en Molina en un frío día de 1852. Pero de eso no se acuerdan ni los muertos del cementerio, claro.
Quizá lo más cruel de nuestra historia transportada es que si Antonio viviera en Guadalajara muy probablemente hace meses, años, que habría bajado las persianas del bar. Como tantos hosteleros lo han hecho en nuestra ciudad desde que la crisis asomó sus garras por la puerta que abrió «Lehman Brothers». No lo digo por decir. He leído en estos días una información sacada del último Anuario Económico de España que edita La Caixa, donde se dice que Guadalajara es, fíjate, la provincia de España que tiene menos bares. Y no en términos absolutos, sino relativos. No llegan ni al millar las instalaciones hosteleras que se reparten por nuestra provincia. En concreto son 985, lo que hace que tengamos 1 bar por cada 260 habitantes. Que viene a ser la mitad de negocios hosteleros que la media española (uno por cada 132 personas).
Dice este mismo estudio que son más de 50.000 los bares españoles cerrados entre 2008 y 2012, periodo en el que se registró una caída de ventas del 22% a nivel nacional. Y estoy seguro que los datos de Guadalajara son incluso peores. Y lo son, porque aquí nada ayuda. Porque esta es, lo saben, una de las provincias donde con más virulencia se ha cebado la recesión económica, multiplicando por 7 y por momentos hasta por 8 esa tasa del 3’7% de paro que llegamos a tener en los días de vino y rosas, allá por el tercer trimestre de 2007.
Reciente derribo de una casona típica en plena cuesta del Reloj // Foto: CulturaEnGuada
Pero, si a pesar de todo, el bar de Antonio estuviera en Guadalajara capital y hubiera logrado seguir abierto, es probable que estuviera en un casco histórico asolado por la tristeza, vacío de vida, plagado de solares, dejado de la mano de Dios, en el que las autoridades miran para otro lado, cuando no facilitan, cuando no directamente fomentan la desaparición de nuestros mejores edificios. No podría ser «El Boquerón» el bar de Antonio, por ejemplo.
Obras en la calle Miguel Fluiters // Foto: Guadaqué
Y digo que en el hipotético caso de que el bar de Antonio estuviera en Guadalajara, siguiera abierto, y se ubicara en el centro de la capital, probablemente llevaría meses padeciendo zanjas, maquinaria pesada, cascotes, polvo y pasarelas de fortuna, para culminar unas obras que están mejorando ciertamente el aspecto de las calles, pero que a nuestro casco le llegan con décadas de retraso. Porque es tarde. Porque al muerto no lo revive un masaje cardíaco en corazón necrosado. Y poco importa que ahora corran un poco más para salvar «la campaña de Navidad». Lo perdido no tiene remedio.
Cartel de la enésima Ruta de la Tapa, que empieza este fin de semana // Imagen: CEOE
Si el bar de Antonio estuviera en Guadalajara, en fin, a lo mejor se había apuntado a la enésima edición de una Ruta de la Tapa impulsada por la patronal y las administraciones. Una ruta que ya se antoja cansina y repetitiva, y que ha perdido cualquier impacto de novedad, por cuanto lleva años siendo lo mismo. Como si la gente quisiera tapas en los bares un par de fines de semana al año. Y es que, lamentablemente, si el bar de Antonio estuviera en Guadalajara posiblemente no habría querido apostar por la combinación gastronómica de calidad. Y siempre, de continuo, no a empujones ruteros. Pero no seamos derrotistas, porque a lo mejor nuestro Antonio alcarreño es alguna de esas honrosas excepciones que sí están ofreciendo en nuestra provincia pinchos creativos a diario, de gratis o de pago, pero con oferta apetecible. Ejemplos hay varios, pero como no quiero dejarme a nadie fuera, me van a disculpar que no cite a mis favoritos. Ellos saben quiénes son.
Afirmo, y concluyo, que si el bar de Antonio estuviera en Guadalajara las cosas serían diferentes a las del anuncio, pero hay algo que sería igual; calcado a esas historias paralelas que han surgido alrededor del spot navideño. Porque en el hipotético caso de que cayera el Gordo en nuestro bar alcarreño imaginario, en esta tierra nuestra no iba a faltar el especulador fastidiado por no haber logrado echar a Antonio del local, ni el banquero avariento que buscara ávido los clientes recién premiados para venderles un plazo fijo, dos preferentes, un producto financiero buenísimo o a su madre si hiciera falta. Que es que esa gente sí que está muy repartida, coño.