Por Sonia Jodra

Si algo hemos echado especialmente de menos en el último año sin duda han sido los abrazos. Juan Genovés inmortalizó el abrazo en la escultura convertida ya en icono de la Transición. Klimt elevó el abrazo a la categoría de obra de arte y Picasso no se resistió a pintar un abrazo entre su prolífica obra. Pero ha sido el abrazo de Luna el que nos ha conmovido hasta la extenuación. En medio del ruido informativo y político, el abrazo de la voluntaria de Cruz Roja en la playa de Ceuta consiguió destrozar los discursos del odio, expulsar el miedo de nuestros corazones y hacer que volvamos a creer en Galeano, en que la gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo. El mejor remedio contra aquellos que quieren utilizar a los más desfavorecidos para favorecerse son los “abrazos de Luna”.