
Antonio Román volverá a ser alcalde con dedicación casi exclusiva a partir del próximo lunes, tras la votación en el Pleno de su liberación al 80 por ciento. // Foto: pp.es
Por Borja Montero
Dejó escrito Plutarco que Divino Cayo Julio César sentenció que “la mujer del César no solamente debe ser honrada, sino también parecerlo”. Como otras tantas frases de la antigüedad clásica, este juicio moral más o menos afortunado, pero con una gran significación en el terreno de la esfera pública, ha quedado como una de esas coletillas de fácil recurso para debatientes y tertulianos que quieren recordar a quienes tienen ciertas responsabilidades políticas que deben mantener sus actuaciones y actitudes dentro de la legalidad, por supuesto, así como dentro de unos ciertos márgenes de ejemplaridad y honorabilidad que hagan que ninguno de sus actos o declaraciones tenga mácula alguna. La misión es más bien complicada, ya que la lupa de electores y rivales políticos puede ser especialmente exhaustiva, si bien hay algunos cargos públicos que, lejos de intentar pasar lo más desapercibido posible en estos exámenes, campean a sus anchas por las instituciones y son poco amigos de dar explicaciones acerca de sus decisiones, por muy legales que éstas sean. El alcalde de Guadalajara, Antonio Román, es uno de estos políticos que hacen de su capa un sayo, con una cierta alergia a los debates o la pedagogía sobre determinadas acciones (o inacciones) controvertidas, un defecto que ha ido haciendo callo según pasaban sus años al frente del Ayuntamiento de la capital y que se ha convertido en una constante desde que, en mayo de 2015, perdió la mayoría absoluta en el Pleno municipal. Analizamos a continuación un par de sus últimas decisiones para evaluar si cumplen o no con la prerrogativa del emperador romano. Sigue leyendo →