
Camilo José Cela, retratado por Gonzalo Lacruz para ABC.
Por Rubén Madrid
Escribió Fransico Umbral que Camilo José Cela se dedicó después de ganar el Nobel a poner placas por toda la Alcarria para dejar rastro de su gloria. Lo escribió así, con el desparpajo que ambos compartían, como si todo el reguero de homenajes que salpica las márgenes de este itinerario literario no hubiese tenido nada que ver con las propuestas de las autoridades y la muestra de cariño de las gentes. El caso es que los que hemos venido tiempo después a recorrer estos caminos nos hemos encontrado que Guadalajara y sus pueblos rebosan placas sobre el Viaje, calles con el nombre del escritor, hasta un museo sobre su libro en Torija, además de alguna medalla y algún muy merecido ‘hijo de’.
A pesar de todo esto, hoy se cumplen 25 años de la entrega del Premio Nobel de Literatura, el máximo galardón de las letras en todo el mundo, sin que casi nadie en Guadalajara se acuerde de que la última vez que la Academia señaló a España lo hizo a Cela y lo hizo, por tanto, mirando hacia Guadalajara, donde vivía. Quisiera pensar que el descuido es síntoma de un provincianismo superado, de que ya no necesitamos de la memoria de don nadie para ser nosotros mismos, de que tenemos nuestros grupos de Facebook y el empuje de nuestras promesas contemporáneas.
Pero sospecho más bien que están las autoridades alcarreñas más pendientes de otras ocurrencias, o tal vez relajadas ante la mirada autocomplaciente de sus palmeros, o diseñando ya las fotos folclóricas para las elecciones de mayo, que para esto también sirve la cultura ‘elemental’. O simplemente es que se les ha ido la pinza y nadie ha caído ni leído la prensa de octubre. Porque ninguna institución recuerda este Nobel como si fuese algo propio. Ni tampoco ninguna asociación ha salido esta vez al rescate, como hacen tantas veces, para reparar los daños, convocar una conferencia de rigor –tantas como tenemos ahora– o un programa básico como el que sí que recuerda estos días en Galicia la concesión del galardón a su paisano afincado en la Alcarria.
No seré yo quien venga aquí a ensalzar la figura de un hombre al que era habitual escuchar y leer frases como que “a las españolas se las toca poco el culo” o que “para divertirse hay que irse de putas, porque acostarse con la mujer de uno, que es de la familia, da mucho reparo”. Pero tampoco creo que sea la memoria de estos ‘ingenios’ lo que impida ahora el homenaje, porque tengo la impresión de que en Guadalajara a Cela siempre se le han reído las gracias, las anécdotas y hasta las frases machistas mucho más que leído sus libros, incluido el Viaje a la Alcarria.
Lo que cabe celebrar, es obvio, es el Nobel –y con él, tantos otros premios– que recibió en Guadalajara como culminación a una trayectoria literaria cuajada de títulos imprescindibles como ‘La familia de Pascual Duarte’, ‘La Colmena’ y –sobre todo aquí– el propio ‘Viaje a la Alcarria’. Lo que venimos a decir es simplemente que este aniversario habría merecido un mero apunte a pie de actualidad en el panorama cultural. Entre otras cosas porque muchos no sabemos en qué condiciones estaremos para celebrar como se merece el medio siglo del Nobel, en el año 2039.
Lo que conmemoramos y lo que no. E insisto que puede ser que todo se deba a un descuido en cadena –también aquí se triplican las competencias entre administraciones–, pero no es la primera vez que alertamos de esa manera tan poco meticulosa que tenemos en Guadalajara de olvidarnos de lo que merecería tener centrada nuestra memoria. Que celebramos los nueve siglos de Alvar Fáñez con batalla incluida en los exteriores del Infantado y nos olvidamos de honrar a los abuelos en los 75 años del final de la Guerra Civil. Que resulta contradictorio el derroche de actos sobre El Greco, no sólo justificados por su figura sino también porque la Junta paga, mientras compensamos con una austeridad desaforada el recuerdo de nuestros escritores más próximos.
Ya resultó imperdonable el año en blanco que le dedicamos en 2013 al centenario de nuestro último clásico de la poesía, el humanense Ramón de Garciasol. Alguno pudo sospechar entonces que los olvidos intencionados tenían mucho que ver con la militancia política de los escritores. Ahora, con Cela, las razones deben de ser otras.
Aun habrá quien vea que por pedir homenajes a Cela somos de Podemos, así que dejémoslo estar. Pero, en cualquier caso, ya avisamos: en menos de un año tenemos a la vista un triple centenario, el de los nacimientos del propio Cela, de Buero Vallejo y de José Luis Sampedro. Los tres, por razones que todavía hoy no hace falta explicar, se merecen un monumento. [Apunte para Nogueroles: quien dice monumento dice un reconocimiento formal].
Ojalá con motivo de estos triples centenarios de 2016 y 2017 no haya que lamentarse de más olvidos, tengamos unas lecturas públicas, una programación de conferencias, exposiciones y actos de homenaje o, puestos a dar forma a algo tangible, impulsar de una vez por todas una casa museo, un centro de interpretación de la palabra, una biblioteca municipal que honre sus memorias…
Don Camilo -lean y relean a nuestros paisanos García Marquina y Pedro Aguilar- tenía también algunas frases afortunadas. Y dijo, entre otras cosas, que lo difícil no era ganar el Nobel, sino mantenerse.
PD – Tenía razón La Sexta. Mucho se ha debatido en las últimas semanas a propósito de la aparición forzada del alcalde Antonio Román en el programa El Objetivo de La Sexta. Lo hizo como ejemplo de diputado que compatibiliza la “dedicación exclusiva” del cargo –eso lo dice el congreso, no La Sexta– con la Alcaldía de Guadalajara y unas horas de consulta médica en una clínica privada. Ya tratamos el asunto. Hoy sólo lo volvemos a traer aquí para recomendar al lector que eche un vistazo a esta información interactiva del digital El Confidencial y que compare la estadística de la actividad de nuestros diputados populares (también Encarnación Jiménez) con la de la diputada socialista Magdalena Valerio en número de intervenciones en comisión, propuestas, preguntas escritas y orales, etc… La diferencia es demoledora. Tenía razón la Sexta: no porque Román sea un alcalde parcial, sino porque es -y de eso iba el programa- todo lo contrario que un diputado volcado en el cargo nacional por el que cobra.