Por Marta Perruca
La imagen me resultó realmente sobrecogedora. Apenas fueron unos instantes de vídeo, pero de tal intensidad que me encogieron el corazón. Me sentí como una impostora en aquella escena de dolor a la que nadie me había invitado y en la que una mujer, con la mirada extraviada en un extraño infinito, abrazaba a una joven. Probablemente fuera una madre que está atravesando un auténtico infierno y no se consiente flaquear o derramar una lágrima, porque en medio de ese sinsentido no puede hacer otra cosa que consolar a su hija y aparentar fortaleza, mientras siente que sus propios cimientos se desmoronan. Esos segundos, que ya son eternos en mis retinas, se utilizaban para ilustrar la espera sin esperanza de esas otras víctimas del accidente del avión, que se estrelló el pasado martes contra los Alpes franceses.