
La cabra de la Legión. / Foto: El Mundo Today.
Por Rubén Madrid
“Ese discurso político es el discurso de la caspa, porque es antiguo y rancio”.
Cuando ayer escuché estas palabras en boca del ministro del Interior español, Jorge Fernández Díaz, pensé de pronto que estaba poniendo letra a la música marcial que me venía rondando desde que el lunes presencié atónito el anuncio de nuestras autoridades locales, provinciales y militares convocando a una jura de bandera a todos los guadalajareños de bien.
Jurar bandera. Asimilen: será en octubre y en La Carrera –tal vez en homenaje al capitán golpista que da nombre a esta plaza, Boixareu Rivera–, con una parada militar: para que a nadie se le olvide de qué lado están las armas en este país, pero con un amor democratizado a la patria, porque cualquier civil podrá rendir homenaje a la Constitución que algunos de ustedes votaron… hace ya casi cuarenta años, cuando el coronado Felipe VI tenía sólo diez años y cuando Chani, fíjense si ha llovido, corría delante de los grises y no detrás, como ahora.
Jurar bandera… ¿Puede haber algo más casposo que una jura de bandera abierta al público? Esa era, insisto, mi pregunta. Y esta otra, como digo, la respuesta que me escupía el televisor: “Ese discurso político es el discurso de la caspa, porque es antiguo y rancio”. Lo curioso es que el ministro, en cambio, escupía sus palabras contra Podemos, que todos menos sus votantes saben que es ETA. Miren si será verdad que lo ha confirmado Esteban González Pons.
La contrarreforma. El resurgimiento de la izquierda real con un 20% de los votos en las europeas y la oleada republicana en las calles en vísperas de la proclamación de Felipe VI como rey han desatado una reacción casi comparable a la contrarreforma en tiempos de Lutero. Los defensores del desorden establecido tenían dos opciones ante el descontento social expresado primero con el 15-M, más tarde con las mareas ciudadanas y ahora también por cauces políticos: podían haber aceptado el debate abierto con quienes exigen cambios en aquellos puntos donde realizan propuestas; o podían cerrar filas apelando además a la testosterona de nuestros héroes militares de ayer, de hoy y de siempre.
Han elegido lo segundo.
En esta lógica de la contrarreforma la Constitución de 1978 resulta innegociable. Y se pretende presentar a Felipe como símbolo de una modernización en las formas, perdiendo de vista que cada vez más ciudadanos señalan la necesidad de meter el bisturí algo más profundo. No somos pocos quienes no entendemos que en un asunto histórico se nos niegue una consulta (perfectamente constitucional, por cierto) y se nos invite, en cambio, a jurar bandera, tomándonos por palmeros de la democracia en vez de por auténticos protagonistas.
Se niega el referéndum, el plebiscito, la democracia directa o como queramos llamarlo, pero el asunto se lleva a pleno esta misma semana en el Ayuntamiento y en la Diputación, «en defensa de la Constitución Española de 1978 y de la forma política del Estado español en ella establecida, la Monarquía Parlamentaria», reza el enunciado de la moción del PP. Si leen entre líneas descubrirán que la moción reconoce el problema de legitimidad de la Corona, pero este recurso a las votaciones en foros locales resulta todo un contrasentido para solucionarlo cuando se está escatimando la vía más democrática, que no es una votación consistorial sino una consulta popular.
Alvar Fáñez ‘matamoros’. También la celebración del IX Centenario de Alvar Fáñez en la ciudad de Guadalajara ha reforzado el discurso de la caspa. Coincido con la lectura del evento que hacía aquí mismo mi compañero Abraham Sanz. No sólo fallaron detalles como el sonido, el limitado plantel actoral y el guión justito para teatralizar los hechos más allá de arengas militares, sino que fundamentalmente se caía el planteamiento: desde el mensaje (niños: los moros son muy malos) hasta la supuesta misión de dar a conocer mejor nuestro pasado como ciudad.

Recreación del sábado: Alvar Fáñez celebra la toma de la ciudad rodeado de cadáveres musulmanes. // Foto: R.M.
De hecho, apenas disiento con el artículo de ayer en que confío en que esta edición haya sido una cita puntual que no se repita hasta el décimo centenario. Además, andamos saturados de mercados medievales y a la concejala Nogueroles no le gusta la competencia en la oferta cultural: se la haríamos a Hita y Sigüenza, y por menos que esto ella misma justificó el cierre del Teatro Moderno.
Entonces, ¿por qué este despliegue tan espléndido para este ‘sarao sin mucha historia’ en una tierra que se olvida tanto de insignes figuras que representan el poder de la palabra en vez del lenguaje de las armas?
Sólo encuentro una respuesta convincente si acudo de nuevo al discurso de la caspa. Lo que se reivindicó este fin de semana a tenor del mensaje de la recreación histórica fue el canto a una banda de fanáticos religiosos tomando una ciudad musulmana que destacaba por la riqueza de su industria y de sus artes. Unos bárbaros arrebatando las llaves de la ciudad a un pueblo culto. Pero en esta remembranza a capricho vale cualquier cosa, aunque fuese una adaptación libre de la historia, con tal de resucitar el mito del Cid Campeador de las escuelas de ‘El Florido Pensil’ y el Santiago Matamoros a lomos de su blanco caballo derramando sangre infiel. El discurso de la caspa exige volver sobre el eterno enemigo llegado del otro lado del Estrecho y admirar en carne y hueso a los héroes salvapatrias.
La Guadalajara de la Monarquía 2.0 (consigna: un rey moderno para los nuevos tiempos) le pone un poco de caspa a nuestras vidas, una estatua a Juan Pablo II en el Fuerte, el cambio de un festival de títeres magnífico por unos guiñoles y unas matrimoniadas en la Plaza Mayor, una alfombra roja y barra libre a la procesión del Corpus, un capítulo de serie B de moros y cristianos… y una jura de bandera para militares y civiles. ¿Qué será lo próximo? ¿Un ciclo de cine de verano dedicado a los Ozores? ¿Tirar una cabra desde el campanario de Santa María? Ya puesos, que tiren dos, siempre que no sea la cabra de la Legión.