Por Concha Balenzategui
Pertenezco a una profesión castigada con especial dureza por la situación económica. En estos últimos años hemos comprobado cómo desaparecían medios de comunicación, uno tras otro, dejando en la cola del paro durante meses -o años- a grandes profesionales. He visto a buenos compañeros reconvertirse en camareros, vendedores y autónomos por falta de contrato, que no por vocación emprendedora. Nada que ustedes no sepan. Nada que no haya alcanzado a los demás oficios, aunque me atrevo a asegurar que a pocos con la crudeza que ha azotado a los periodistas.
Quizá por eso, porque sé lo que ha pasado mi gremio, y lo que sigue sufriendo, me haya escocido más conocer cómo vivía, durante estos últimos años, uno de sus más encumbrados miembros: Ignacio Villa, director de la televisión autonómica entre agosto de 2011 y agosto de 2015. Esta semana hemos sabido que el periodista nombrado por María Dolores de Cospedal para llevar las riendas del canal castellano-manchego gastó con la tarjeta de crédito del ente público casi 134.000 euros. 34.000 euros de media en cada uno de los cuatro años que ocupó el cargo, y que se unen a un sueldo bruto anual de 120.000 euros, dietas aparte. Hemos conocido al detalle que Villa “se pulió” el 92 por ciento del montante de la Visa Oro en el sector de la hostelería, en una lista en la que figuran paradores, hoteles de lujo y restaurantes de postín. El directivo del ente también retiraba efectivo en cajeros automáticos y pagaba en supermercados, centros comerciales y tiendas de distinto tipo. No se trata de que el hombre siguiera con el caviar cuando sus colegas de profesión estaban “a dos velas”, no. Es que esta dolce vita era a cuenta del erario público, la pagábamos usted y yo, precisamente en el cuatrienio de la austeridad.