Lo poco que tenemos seguro cuando escribimos este artículo es que Rusia, con su presidente a la cabeza, ha invadido Ucrania, provocando que muchas personas se hayan visto obligadas a salir de su país. Otra cosa también tenemos clara es que una persona refugiada está viviendo, en el momento en el que huye, el peor momento de su vida.
Gema Solanas es orientadora de adultos en Azuqueca
Por Mª Gema Solanas Jiménez *
Estos días he repetido una pregunta: ¿por qué los judíos son tan poco críticos con la política de Israel frente a Palestina? Sobre todo la he repetido a una persona muy especial para mí, porque es judía y sé de sobra que es justa, posee un gran sentido ético y su confianza en la humanidad, más allá de credos y colores, es evidente.
Se la he repetido pasmada ante el derramamiento de sangre en Gaza, por ese motivo, pero también por otros que ni yo misma comprendía en ese momento. Se la he repetido con mirada de incomprensión precisamente en el momento que más comenzaba yo a comprender.
Durante estas semanas de agudización del conflicto de Israel y Palestina en las que las cabeceras de los diarios se llenaban de muertos palestinos, he escuchado a judíos recordando lo que reclama Hamás en su acta fundacional (la desaparición de Israel), señalando la tensión de la vida cotidiana bajo cohetes, las carreras a los refugios tras los avisos, la teoría de los escudos humanos, el derecho a defenderse del enemigo, a estar allí… todos los fundamentalismos ajenos. Y algunos nos preguntábamos cómo ponían el acento en estas cosas mientras el contador de niños y demás civiles muertos subía vertiginosamente, sin oponerse, como hacíamos otros, contra los disparadores de armas sobre la población gazatí.
He aquí que quien escribe es una roja y sentimental que, obviamente, siempre ha apoyado a los palestinos y se ha sentido completamente espeluznada por ese festival de sangre y dolor. Tan obvio me parecía todo, que esperaba que mis judíos cercanos pensaran como yo, o como ya lo hacían algunos pequeños grupos de judíos inconformistas, rojos y sentimentales ellos también, que, incluso allá en Israel, protestaban contra el ejército de su país, y presionaban para que su gobierno buscase la paz sin más excusas. Y leía en prensa y redes sociales los rastros que ellos, pero también otros, dejaban a su paso.
Y qué difícil ser sosegado. Qué escupidera gigante esa de las redes sociales. Cierto que son pocos los judíos criticando el bombardeo u ocupación. Parece que es aún más fácil encontrar nostálgicos de Hitler. No son mayoría, pero están. Estos días, defensores a ultranza de Israel han compartido espacio con atacantes a ultranza, no ya de Israel, sino de todo el pueblo judío. En el año 2014 todavía puede leerse en cualquier foro: «Hitler no hizo bien su trabajo», «Hitler tenía razón». Frases fáciles de escribir desde la distancia y el anonimato como armas que carga el diablo . Otra vez pasmada, extrañada, sin evitar pensar en la conexión de todo esto.
Es curioso que una de las cosas que provocó mi reflexión vino de las antípodas de mi pensamiento y sentimiento. En el servicio de la BBC en español había un artículo sobre jóvenes judíos que vivían a kilómetros de Israel, algunos de ellos ni siquiera habían estado allí antes, pero que eran capaces de dejarlo todo y arriesgar sus vidas para ir a lanzar esas bombas que acaban matando niños lejanos. Uno de ellos se explicaba. Ese chico era heredero de una lejana cadena de abuelos y abuelas que habían huido de sus hogares escapando a una muerte segura que, sin duda, se cebó en otros familiares, amigos y conocidos. La última vez, fue esa tan recordada estos días en las menciones a Hitler, pero había habido otras anteriores, huidas y expulsiones de otros países, otros hogares, de mi propio país, ciudadanos convertidos de la noche a la mañana en extranjeros de toda tierra. El chico quería poner su parte para que, si alguna vez volvía a pasar, si alguna vez un judío tenía que dejarlo todo solo por ser judío y llevar en sí nada más, salvo la historia de sus abuelos, al menos quedase una tierra, aunque fuese lejos de su América natal, que siempre fuera a recibirle. Pues sentía que era esta la primera vez en la historia en la que había una tierra de la que un judío nunca tendrá que irse por el hecho de ser judío, donde siempre será bien recibido, un “hogar seguro” -decía él- al que recurrir si todo falla.
Pintada pro nazi en un festival taurino en Pinto // Foto: Diario Público
Todavía se pintan esvásticas. Todavía hay una fiesta en España en la gente sale a beber limonada y lo llaman “salir a matar judíos”. Todavía puede leerse, hoy mismo, en los comentarios de cualquier medio, que Hitler no lo hizo tan mal o que debió hacerlo mejor. Todavía la palabra judío representa un extraño conglomerado del otro que no es uno. Todavía un adolescente piensa que hay que dibujar un lugar para escapar de todo eso. Todavía cualquier judío piensa que podría haber sido israelí, que parientes o amigos podrían haberlo sido, igual que podrían haber sido quemados vivos en algún crematorio europeo. Que podría serlo ahora o que podría serlo en un futuro.
Y entonces comprendo ese deseo desesperado de conjurar el horror del adolescente equivocado, ese adolescente que abandona una vida cómoda de estudiante para disparar contra los hogares de otros. Lo comprendo, porque yo también tengo horrores que conjurar. Porque quizá mi «yo» adolescente también iría a la guerra para salvarse, para construir un hogar donde el miedo no le alcance. Él, tan distinto a mí, lleva grabadas en la sangre historias de desarraigo, de persecución, de supervivencia, como yo llevo todos los miedos de mis ancestros, las noches dormidas por mi padre en un banco en la calle, los ojos de mi madre desconsolados, las historias de hambre de mi abuela, la falta de un hogar donde cobijarse. Y, sin ser adolescente, fantaseo con el momento en el que pudiera decir “esta casa es mi casa” y conjurar el miedo a no tener un hogar seguro, como ese chico, pensando que jamás podrán expulsarme de una casa mía que lleva mi nombre.
Todos queremos salvarnos del horror, todos queremos escapar al dolor heredado. Hay personas valientes que saben que la búsqueda de la seguridad perfecta es una quimera que a veces solo genera otras inseguridades. Saben que la inscripción del nombre de uno en la casa es una garantía demasiado pequeña. Por eso hay jóvenes sin miedo que ahora mismo protestan en Israel contra la invasión de Gaza, como los objetores de conciencia de Shministim, los exsoldados de Breaking the Silence, B’Tselem, Jewish Voice for Peace… Por eso hay gente que no teme al futuro y se convierten en pequeños héroes cotidianos.
Pero no es tan fácil deshacerse del terror que viaja dentro, del terror de este chico judío, o de ese otro que ahora mismo contempla su casa destruida, sus padres y hermanos muertos, al que se le está llenando también el corazón de terror, allí en Gaza, o en cualquier otro lugar del mundo. Ese terror que enseña el sufrir.
Recuerdo de nuevo a esa persona judía que amo tanto. Ahora que creo que he encontrado la respuesta que le pedía, pienso que quizá soy más libre para entender los miedos de todos. Ojalá también los míos.
* María Gema Solanas Jiménez, aunque nacida en Madrid, vive en Guadalajara. Es psicóloga orientadora, profesora de español, y actriz ocasional. Desde 2010 trabaja en la Escuela de Adultos de Azuqueca de Henares. Se interesa en Educación, temas sociales, Ecología, Teatro, Literatura, lenguas…
El vídeo que les pongo sobre estas líneas ya está circulando por todo el mundo, y con seguridad lo seguirá haciendo en los próximos días. Se trata de un ejemplo palmario de odio racial y religioso. Y si lo traigo hoy hasta este nuestro Hexágono es porque, por desgracia, resulta que el asunto nos toca de cerca. Lo que ven aquí es un sermón (no sé si en estos casos se llaman así, pero nos entendemos) ofrecido por un imán musulmán, el pasado viernes, ¡ni más ni menos que en Azuqueca de Henares! O sea, a la puerta de nuestras casas.
Aunque el vídeo está subtitulado al inglés, y seguro que muchos de ustedes lo entienden sin más ayuda, creo conveniente transcribirles algunas partes del discurso que lanzó a los fieles Saleheoldine El Moussaoui, que así es como se llama el tipo que protagoniza la perorata. El hombre enmarcaba el sermón en la trágica situación que atraviesa el pueblo palestino de Gaza, lo que era aprovechado para buscar explicación a los bombardeos israelíes sobre la población en una suerte de maldad intrínseca del pueblo judío en su plenitud. «Lo qué están haciendo a los musulmanes en Gaza y en otros países sorprendería si lo hiciera cualquier otro que no sea judío. Pero esta es la naturaleza de los judíos: Son traicioneros y belicistas y no puede haber paz con ellos», dice El Moussaoui.
Les invito a leer más perlas de las que suelta el imán: «Judíos y sionistas tienen como forma de vida la traición y el asesinato. Son un pueblo de enemistad y celos, son los maestros de la traición y el engaño. Tal como Alá los describió en el Corán, quieren esparcir la corrupción en la tierra. No se sienten vivos si no la propagan. No pueden vivir sin corrupción, sin traición y sin engaños». Y añade: «Los judíos son asesinos. Asesinaron a los profetas, a los mejores hombres a ojos de Alá. Pero Alá ya les dijo a los judíos: ‘Probaréis el castigo del fuego ardiente’. Y eso es lo que les espera: el fuego ardiente». Finaliza el imán implorando a su Dios que apoye al Islam y a los musulmanes, que destruya el politeísmo, la herejía, y a los infieles (supongo que me incluyo en este grupo); y que destruya sobre todo al pueblo judío, hasta el exterminio: «Cuéntalos uno a uno y no perdones a ninguno», le pide El Moussaoui a Alá.
Viñeta de Ricardo en El Mundo de este 28 de agosto
Personalmente no me cuesta entender la rabia que sienten los musulmanes del mundo entero ante lo que el sionismo está haciendo con la población Palestina, no sólo en las últimas semanas, sino desde la misma creación del Estado de Israel. Es una rabia y una indignación que compartimos hombres y mujeres de toda condición. Y no me extenderé en hablarles del conflicto de Oriente Medio, porque todos ustedes lo conocen sobradamente, y seguro que tienen su opinión formada. La mía no la escondo: La de una cerrada solidaridad con la población civil palestina y con sus autoridades, y la de un profundo desprecio y condena para con los métodos del Gobierno israelí.
Pero dicho lo anterior, hay cosas que no caben en un país laico y democrático como el nuestro, y que no pueden ampararse ni en la libertad de expresión, ni en la libertad religiosa. Y lo expresado por el citado imán en Azuqueca el pasado viernes debiera conllevar reacciones inmediatas. De las autoridades locales y regionales, para cortar cualquier tipo de relación con el citado «Centro Cultural Islámico»; y también de las Fuerzas de Seguridad del Estado, para detener al predicador por sus ostensibles delitos de apología del terrorismo, el racismo y la xenofobia.
No hace falta ser un sesudo analista para ver que el imán de Azuqueca no está en sus cabales. Pero es que, además, su incendiario discurso no hace sino entorpecer aquello por lo que debería luchar la comunidad islámica en España: Su reconocimiento civil, y el respeto a sus costumbres y modos de vida. Por otro lado, las palabras de este musulmán en Azuqueca tampoco ayudan nada a los musulmanes de Gaza. Al revés. Sirven para dar alas a quienes justifican las barbaridades que comete el estado hebreo. Y además, logran un efecto perverso, pues levantan recelo y justa indignación entre sus convecinos. Vamos, que el imán no sabe el flaco favor que le ha hecho a la comunidad musulmana de Azuqueca de Henares con este discurso.
El futuro para la resolución del conflicto palestino no pasa por el fuego de Alá, ni por las promesas de Yahveh. No. El futuro en paz sólo pasa por tender puentes de respeto entre musulmanes y judíos. Y, cada vez estoy más convencido de ello, pasa por alejar a la religión, a las religiones, de aquello que son problemas estrictamente civiles que tienen que ver con la autodeterminación de los pueblos, el derecho a una nación, la propiedad de la tierra o el respeto a los derechos humanos. La laicidad de los estados es, cada vez lo tengo más claro, el único camino sensato en el futuro de una humanidad desarrollada. En el mundo islámico, en Europa, y también en Israel, donde hay chalados similares, pero que se hacen llamar rabinos.
El yihadismo más criminal tiene creciente implantación. En la imagen, instantes previos a la decapitación del periodista americano James Foley a cargo de un grupo yihadista sirio-irakí // Foto: Reuters
Me dirán algunos que no todo el islamismo mantiene estos discursos. Y seguramente es verdad. Pero los últimos acontecimientos nos están mostrando cómo gana terreno el yihadismo sobre la moderación. Cada vez se aleja más en el horizonte la posibilidad de una verdadera revolución social de corte laico que tumbe el fanatismo en decenas de países árabes. Las «primaveras» que vivimos hace pocos años han acabado de modo totalmente contrario a lo deseable. Y lejos de derribar tiranías para dar alas a la libertad, vemos cada día cómo han servido para derrocar dictaduras, ciertamente, pero de corte panarabista y tintes laicistas, dando vía libre a lo peor del yihadismo. En Egipto, en Libia, en Siria, en Túnez, en Irak… El terrible suceso conocido hace unos días con el asesinato con decapitación de un periodista secuestrado es un buen ejemplo del rumbo del problema.
Finalmente quiero hacer esta defensa de la aconfesionalidad frente al fanatismo, también, a la luz de la última carta pastoral que ha escrito el obispo de Sigüenza-Guadalajara, el amigo Atilano Rodríguez, quien precisamente nos culpa a quienes así pensamos de conformar una suerte de «laicismo agresivo que ve a la Iglesia como un enemigo a derribar puesto que es un obstáculo para implantar en la sociedad sus teorías ideológicas».
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara // Foto: David Utrilla (El Decano)
Obviamente que no pretendo comparar las palabras de un clérigo y el otro, porque afortunadamente están a años luz. Con uno discutiría y con el otro ni me lo plantearía. Con uno me tomaría -y me he tomado- una amigable cerveza y con el otro no iría ni a la esquina a por tabaco. Quede claro y que nadie se confunda. Pero aun así, me prevengo ante el discurso de Atilano Rodríguez cuando dice, y me siento aludido, que lo que pretendemos los laicistas es que «todo aquel que se atreva a defender la verdad, al margen de los postulados relativistas de quienes pretenden implantar en la sociedad un pensamiento único, debe ser eliminado».
Servidor no pretende implantar ningún pensamiento único. Pero relativizar, pues mire, siempre me ha parecido un camino de sensatez. Me gustan los grises.
PD.- Este 30 de agosto, unos días después de escribir el artículo, Youtube ha retirado el vídeo del imán de Azuqueca por incitación al odio. Me parece que es un error, porque el vídeo, al menos la versión resumida, estaba colgada a modo de denuncia. Afortunadamente me lo descargué por si ocurría. Lo he colgado en en mi muro de Facebook, aunque no sé si FB también lo machacará por el mismo motivo o por cuestiones de autor. Espero que no. Conste que mi interés es de denuncia. Y difícilmente podemos denunciar algo si no vemos la prueba. Por si lo quieren ver, este es el enlace.