
Por Álvaro Nuño.
No hay verano que no realice al menos una visita de inspección al Poblado de Villaflores. Confieso mi atracción por ese lugar tan fantasmagórico y mi desesperación al ver que año tras año, su ruinoso estado de abandono absoluto va de mal en peor. Cambiar, lo que se dice cambiar, ha cambiado poco desde que en 2016 se cayó la espadaña de la casona principal y la propiedad -la empresa Hercesa, por un lado, y el Ayuntamiento de Guadalajara, por el otro- tomaron alguna medida de seguridad, no fuera a ser que el siguiente derribo tuviera consecuencias fatales para las personas que, como servidor, siguen subiendo allí de vez en cuando para echar un vistazo. Así, se vallaron todos los edificios y se pusieron algunos contrafuertes de madera en aquellos inmuebles con amenaza inminente de derrumbe.