Ni las máquinas se quedan

Por David Sierra

Ni las máquinas. Ni tan siquiera las máquinas sobreviven al proceso de la despoblación. Al cierre de oficinas que, – sobre todo tras la caída de las cajas de ahorro, se ha venido produciendo en los últimos años con el propósito de ganar rentabilidad a costa de marginar aquellos lugares exentos de proporcionar rentabilidad -, se ha unido la clausura de los cajeros automáticos, el último recurso para que la población rural pudiese realizar aquellas operaciones bancarias más habituales como la obtención de dinero en efectivo.

La Diputación de Guadalajara propone financiar la instalación de cajeros. / Foto: Cadena Ser.
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Por desgracia

Por David Sierra

Por desgracia, ha tenido que ser la presencia de un virus de proporciones mortales y altamente contagioso el responsable de que se agilicen muchos de esos cambios necesarios para contribuir a mejorar el futuro. La pandemia, con esas largas semanas de confinamiento incluidas, ha puesto de manifiesto que es imprescindible y urgente afrontar los retos en materias diversas como la económica, laboral, social, energética y medioambiental no sólo a nivel global, sino también con aportaciones en el ámbito local de igual importancia.

El Covid-19 ha mostrado las miserias y debilidades de la condición humana en todo su esplendor, si bien los comportamientos más deshonestos, los menos, han estado en muchos casos amplificados por el fenómeno de las redes sociales ofreciendo una imagen muy alejada de la realidad. La mayor parte de los ciudadanos han cumplido y cumplen con las directrices y, del mismo modo, los responsables políticos de pueblos y ciudades han trabajado duro a lo largo de estos meses para amortiguar e impedir ser portada de los noticiarios.

El coronavirus ha alentado iniciativas municipales, provinciales, regionales y estatales dirigidas a los más necesitados con líneas específicas dotadas económicamente de manera importante. Las coberturas a los más desprotegidos y vulnerables se han reforzado para garantizar manutenciones y necesidades básicas. Y con el inicio del curso escolar, el esfuerzo inversor ha alcanzado también al ámbito educativo, uno de los más castigados por la suspensión de las clases presenciales el pasado curso generando desigualdades a consecuencia, principalmente, de la brecha digital. El virus ha puesto sobre la mesa la necesidad de reducir esas desigualdades acelerando los procesos para introducir en el sistema educativo los elementos tecnológicos necesarios para ello. No se trata de dotar a los escolares con tablets, que también, sino de fomentar las interacciones con las nuevas tecnologías que se abren paso.

Por otro lado, podría ser pura coincidencia que justamente los tres meses en los que la raza humana ha estado confinada, se hayan producido mejoras medioambientales más que evidentes. En nuestro entorno más cercano, fue llamativa la desaparición de la famosa ‘boina’ de contaminación sobre la capital de España. Pero no ha sido éste el único acontecimiento pues en el entorno rural y agrícola las cosechas han obtenido producciones que ni se recuerdan, favorecidas por una climatología más consecuente con sus periodos de precipitaciones. Y las ciudades han comprobado que la necesidad del transporte privado no lo es tanto si se refuerzan los medios de movilidad públicos y las zonas peatonalizadas, favoreciendo una mayor integración en comunidad. A pesar de la experiencia, son pocas las urbes que han decidido modificar sus comportamientos de movilidad retomando el caos circulatorio anterior a la ‘nueva normalidad’.

En el plano laboral, la introducción a la fuerza del teletrabajo, cuya regulación está ahora en fase de acuerdo, ha llegado para quedarse. Su implantación, junto con el reto escolar, tiene visos de ofrecer el empujón que hacía falta para alcanzar un grado notable en la conciliación laboral y familiar. Y aunque esta herramienta aparezca como un parche ante la pandemia, su afianzamiento en muchos de los ámbitos de trabajo puede ofrecer nuevas oportunidades en un entorno cambiante y un acicate más para apostar por iniciar etapas de vida en el medio rural.

Con la vacuna cada vez más cerca como solución a la pandemia, las dudas asaltan en estos tiempos de rebrote cuando esa ‘nueva normalidad’ ha sido lo más parecido a la vieja, con el tropezón en la misma piedra. Quizá ahora que las administraciones van a tener dinero a espuertas sea la última oportunidad para hacer las cosas bien y forjar las bases para que las generaciones venideras puedan disfrutar de un planeta y de un entorno más conciliador con quienes y con lo que les rodea.

El final de las verbenas en Guadalajara

Orquesta Tetrix en Fuentelviejo

Orquesta Tetrix en Fuentelviejo // Foto: Orquesta Tetrix

Por Isra Poudereux (*)

Las fiestas y verbenas populares de nuestros pueblos están viviendo una de las mayores crisis desde su existencia, la cancelación masiva por parte de los ayuntamientos está haciendo peligrar la existencia de los grupos y orquestas dedicados exclusivamente a las verbenas.

Con 18 años tuve la suerte de ingresar en un pequeño grupo de verbena, donde me abrí paso en este mundillo en medio de la crisis económica. A lo largo de estos 10 años trabajando en todo tipo de verbenas he visto de todo, pero esto es algo completamente impensable.

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Fiestas sin retorno

Por David Sierra

¿Quién no ha fantaseado alguna vez con la posibilidad de que un año no hubiese fiestas patronales en ningún sitio? Sí, celebraciones de esas en las que hay verbenas nocturnas hasta altas horas de la madrugada, con grupos musicales que lo dan todo en el escenario a precio de gira; con sueltas de reses que van desde el barbecho hasta la mismísima puerta del bar al compás de los cites y las llamadas a la embestida; con procesiones multitudinarias, o no tanto, entre los feligreses devotos y los ocultos tras las Rayban de la resaca. Sí, celebraciones de esas en las que los Consistorios emplean buena parte de sus superávits para darle al pueblo el circo que reclaman cuando el pan ya está satisfecho.

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En cuarentena

Por David Sierra

En la ciudades como Madrid, algunos, los más espabilados intuían lo que podría pasar. Y cuando el temporal apenas se divisaba, ya habían previsto que estarían en paro una larga temporada. Empleos privilegiados y sueldos acomodados permitían el resto. Lanzarse a la carretera en plena alerta. Para acabar en aquel apartamento de playa, en esa casita en la sierra o en la vivienda heredada en esa pequeña aldea cuyos habitantes, tan sólo unas semanas antes, imploraban a las administraciones para sobrevivir al fenómeno de la despoblación.

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Cabanillas del Campo: buscando nuestra identidad

Vista de Cabanillas del Campo. // Foto: Ayuntamiento de Cabanillas del Campo

Vista de Cabanillas del Campo. // Foto: Nando Rivero

Por Rafael Villaseca Lozano*

Mirando desde la cristalera de la concurrida estación de Blackfriars, en la City londinense, me encuentro ensimismado viendo fluir el río Támesis. Corre a gran velocidad, tanto en dirección a su final en el Mar del Norte, como cuando sube la marea y discurre en sentido contrario.

Apurando mis últimos días en esta Inglaterra cambiante, con una fuerte identidad nacional, mirando fijamente el río escapar del agotamiento capitalino, no puedo dejar de pensar en mi tierra. Cabanillas del Campo es, y siempre será, mi hogar. Sin ningún género de dudas es ese rincón del mundo el que me hace sentir a salvo, pero también orgulloso. Nosotros, los cabanilleros, también tenemos identidad y es mi obligación como historiador tratar de luchar por ella.

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El Ojo te ve, o te verá

Por David Sierra

Conchi iba todas las mañanas a ver a su vecina, que vivía dos números más arriba. Encontraba siempre abierta la parte superior de la puerta, una de esas dividida por la mitad. Entraba decidida sin hacer uso del aldabón de bronce. Se colaba hasta la cocina y se acomodaba en alguna de las sillas de enea que rodeaban la mesa redonda de conglomerado y con brasero, que había al lado de la chimenea, donde la lumbre daba sus primeros lametazos a los troncos. Allí esperaba paciente, hasta que alguien entraba a darle conversación. A esas horas era también habitual que el cartero apareciese. Tampoco le hacía falta llamar la atención cuando no portaba cartas certificadas. Dejaba la correspondencia en la mesita de mármol del vestíbulo y marchaba sin avisar, como una presencia fantasmagórica.

Cámara de videovigilancia_detail

En la calle se respiraba confianza. Siempre encontrabas a alguien. Las vecinas merodeaban de una casa a otra mientras ponían en orden sus moradas. Los cerrojos apenas se usaban. Los chismes corrían como la pólvora. En las ventanas, tras los visillos, era corriente descubrir ojos y siluetas que vigilaban cualquier movimiento o ruido que resultara fuera de lo habitual. No había secretos, y los que surgían se guardaban en comunidad.

La situación ha cambiado. Las calles ya no tienen números. Apenas unas cuantas están habitadas. Solitarias permanecen casi todo el año. Un vecino por allí, una vecina por allá. Y algún dominguero que se ha dejado caer fuera de su rutina. En el día a día, son pocos los momentos en los que unos cuantos coinciden. Quizá cuando suena el claxon del panadero. A lo mejor el día de visita del médico. Los calaminos ruedan y ruedan con el viento sin que nadie haga nada por detenerlos. Y ante ese panorama, surgen los temores y acechan los miedos.

Hace ya casi una década que varios municipios de la provincia decidieron hacerse cargo de su seguridad, apostando por la videovigilancia. Poner cámaras en las calles que sustituyesen las miradas expiatorias de los ventanales. Y ganar la confianza perdida por la disminución de la población. Pero se dieron de bruces con una normativa demasiado complicada para ser acatada por ayuntamientos con recursos limitados. Querían contrarrestar así el hecho de que un buen número de cuarteles fueran cerrando y sus integrantes desplazados o reducidos a la más mínima expresión. El medio rural quedaba así dejado a la suerte de los vándalos. Significativos fueron los casos de Heras de Ayuso y Mantiel, con reproches políticos, denuncias públicas de atentado a la intimidad y amenazas veladas de sanciones inasumibles.

Ahora el fenómeno ha cambiado y está de moda salir en las fotos de los salvadores de lo despoblado. Por eso, cuando en la Sierra Norte sus alcaldes levantan la voz y plantean como solución grabar en vídeo las calles, obtienen buenas palabras. Y los vetos de antaño se convierten en manos tendidas y un concienzudo asesoramiento sin inconvenientes. El complemento ideal a ese plan de seguridad que incluye mayor presencia y esfuerzo policial del cuerpo más maltratado en sus condiciones laborales. La policía local de los pueblos, transformada también en custodio de unas imágenes que bien podrían facilitar su trabajo o directamente sepultarlos.

Ante tal tesitura, la apuesta para garantizar la seguridad y convivencia en nuestros pueblos es tirar por el camino de en medio. En el cajón de las administraciones ha quedado el interés de varios municipios de la provincia, partidarios de crear un cuerpo policial mancomunado que pueda resolver las carencias en materia de protección que existen en el medio rural. Una vez más los impedimentos, superaron a las voluntades. Y quizá esté en la garantía de esa seguridad, y no en el ‘Ojo te ve’, una de las vías para que nuestros pueblos vuelvan a repoblarse.

 

Ni las migajas

Por David Sierra

En diciembre del pasado año se reunía en Sigüenza un amplio conjunto de representantes de la sociedad civil, política e institucional de la provincia de Guadalajara con el objetivo de abordar de una vez por todas el asunto de la despoblación en el medio rural. La reunión estaba  encaminado a la búsqueda de soluciones que permitan darle la vuelta a la situación. El foro, al que acudieron también políticos de todos los ámbitos de la administración, culminó con un decálogo de actuaciones recogidas en lo que se llamaría el ‘Manifiesto de Sigüenza’ y cuyo propósito era conseguir el apoyo y el compromiso de administraciones, empresas de servicio, asociaciones y colectivos para poder llevar a la práctica lo acordado.

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Comiendo con tu enemigo

Por David Sierra

urnasRechascaban las ascuas al mediodía a las puertas del Consistorio. Sinónimo de cita electoral. Medio bidón de aceite, tajado por la mitad, cumplía la función de barbacoa. Un antiguo somier de metal adaptado con cuatro brazos en hierro para poder ser volteado a modo de parrilla acogía en su seno varias filas de chuletillas de cordero colocadas con sumo cuidado. Con anterioridad habían servido para el asado de unos suculentos espárragos verdes. De esos de la tierra, que ahora salen a miles y por los que sus productores luchan para obtener una certificación geográfica que acredite su calidad y procedencia.

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La bibliotecaria

Por David Sierra

Nunca supo que sería su vocación. Cayó en el puesto por una de esas casualidades que tiene la vida. De estar en el lugar y a la hora adecuada. Y cuando decidieron que era demasiado tarde para retroceder, la eligieron. A ella, que no tenía ni puta idea. Que su único vínculo con ese cargo era que le encantaba leer. De todo. Y a todas horas. Hasta que caía rendida por las noches. En el tren, cuando el paisaje se ocultaba entre paredes de naves industriales y no había mirada con la que ganar la lejanía. Le entusiasmaban las letras que ahora la condenaban.

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