
El diseñador y fotógrafo Fernando Toquero, autor de este relato // Foto: Raquel Triguero
Por Fernando Toquero*
«Sábado, 16 de agosto de 2014. Salgo desde Guadalajara hacia Brihuega a la una de la tarde. La autopista serpentea por el fondo de un valle de laderas tupidas de pinos. Tras una pendiente aparece majestuoso el Castillo de Torija. Por aquí pasó Cela. Allí tomo el desvío. El sol está en lo alto y el calor es seco. Por una carretera comarcal que baraja rectas y curvas, y rodeada de campos de cereal ya segados, llego a mi destino. Siguiendo las instrucciones de Fernando, al llegar y antes de empezar a bajar al pueblo, cojo un camino asfaltado que sale a la derecha y que me lleva al pie de unas murallas, donde aparco cómodamente el coche. Mientras bajaba he disfrutado de una maravillosa vista de Brihuega, sospecho que en este mismo camino, Camilo José Cela se echó una siesta bajo un espino en su Viaje a la Alcarria”.
Philippe ha apuntado unas breves notas en su libreta de viaje de tapas negras con cierre de goma. Coge su cámara Pentax con objetivo 28/80 y la guarda en su pequeña mochila, junto con otro 80/200, antes de callejear en busca del parque María Cristina. En el trayecto se ve obligado a sacar la cámara de la mochila para plasmar distintos ángulos de una fuente con doce caños que, generosos, vierten un agua limpia y fresca en un alargado pilón. Decide no guardar la cámara y acierta, ya que al poco avista un arco que da paso al buscado parque.
Son cerca de las dos de la tarde, y el ambiente promete bullicio, aunque todavía está lejos de los miles de personas que aseguran las crónicas.
Philippe es alto y espigado, rozando los dos metros. Recoge su pelo rubio en una coleta. Viste camiseta sin mangas verde oscura, pantalones vaqueros cortos desilachados y zapatillas de trecking color pardo. Su rostro afilado, con ojos azul intenso, todavía luce el aspecto aniñado de la pubertad. Philippe es vasco-francés, de la provincia de Aquitania, estudia Periodismo, habla un castellano bastante fluido y rico en expresiones. Su madre, Nathalie, fue la protagonista de un artículo titulado “Una francesa en el encierro de Brihuega”, escrito por un tal Salvador Toquero. Dicho artículo ganó un prestigioso premio periodístico a nivel provincial. Gracias a que esta guardaba el teléfono de Toquero, Philippe, que sintió el fallecimiento del autor del artículo, pudo contactar con su hijo Fernando, que aunque está de viaje y no ha podido acompañarle, le ha dado una serie de valiosas recomendaciones para disfrutar y fotografiar el encierro más antiguo y con más solera de la provincia de Guadalajara.
Sentado en la terraza de un bar, a la sombra y frescor de los álamos del parque, pide una jarra de cerveza muy fría que le sirven con una tapa de patatas ali-oli. Muy ricas. Cruza las piernas una sobre la otra, y disfruta del panorama que le ofrece su estratégica posición. Saca su libreta y apunta.
«Callejeando por Brihuega, y por casualidad, he encontrado la fuente de los doce caños, que fotografiara mi madre hace años, también lo que debe ser la Puerta de la Cadena. En el parque de María Cristina se agradece la sombra de los árboles, ya que hace mucho calor. Saboreando una cerveza fría estoy excitado por la proximidad del encierro. Me gusta viajar solo, ya que eso me obliga a conocer gente, pero ahora añoro la compañía de algún amigo con el que compartir esta maravillosa experiencia. Aunque he estado con mi madre en dos ocasiones en la feria de Bilbao y el pasado mes de julio estuve en los Sanfermines, esto de Brihuega es distinto. Aparte del lado sentimental que me une a este encierro, ya que desde pequeño se lo he oído comentar a mi madre, está el lado periodístico. El poder contar y fotografiar la suelta de cuatro toros de lidia a campo abierto, guiados por jinetes a caballo con la intención de volver a encerrarlos otra vez, con la dificultad que eso implica, y en presencia de miles de personas, se me antoja como poco, excitante. Siguiendo las instrucciones de Fernando sé que voy a poder captar buenas y numerosas imágenes del encierro, pero siempre puede fallar algo. Y en esto del momento fotográfico raras veces hay dos oportunidades.”

«Grupos de personas van y vienen desde el parque, algunos se saludan con abrazos y besos»
Acostumbrado a comer antes de la una del mediodía, Philippe siente un apetito voraz. Decide dar una vuelta y buscar algún sitio para comer algo sencillo y rápido, un bocadillo será la mejor opción. Decide buscar algún bar por la calle que tiene talanqueras y por la que horas más tarde subirá el encierro. Al llegar a la altura de San Felipe se acerca a las barreras y trepa con facilidad a una de ellas. Desde allí tira una par de fotos del ambiente, luego alguna más de la iglesia. Grupos de personas van y vienen desde el parque, algunos se saludan con abrazos y besos.
Sigue bajando la calle y a su izquierda encuentra el asador “El Tolmo”. Antes de entrar, en la puerta de otro bar que hay más abajo, ve como un hombre sale con varios bocadillos seguido de otros dos con las manos repletas de bebidas. Aunque ya tiene decidido dónde comer, entra en “El Tolmo” para conocerlo porque su madre comió allí con Salvador. Sabe que precisamente hoy, sin una reserva previa, es complicado tener mesa. Asoma la cabeza al comedor que tiene todas sus mesas llenas. La barra está abarrotada y hay doble fila para pedir. Sale a la calle y sigue bajando. Todavía no está cortada al tráfico y un todoterreno intenta hacerse paso lentamente entre la muchedumbre.
«Los Guerrilleros», lee Philippe en un pequeño rótulo de fondo blanco y letras azules que hay sobre el dintel de la puerta, aunque en los toldos pone «Bar Avenida». Es casi imposible andar entre el bullicio. Su aspecto y estatura captan numerosas miradas. Al entrar al bar consigue a duras penas llegar hasta la atestada barra. En su interior se mueven rápido y eficientemente las camareras. Una de ellas le pregunta qué quiere tomar y se sorprende gratamente de la rapidez del servicio.
– Por favor, quería un bocadillo de lomo con pimientos y dos cervezas.
– ¿Botellines?
– Sí, como esos, dice señalando unos que hay sobre la barra.
– ¡Cocina, uno de lomo con pimientos!
A los pocos minutos le sirven el bocadillo sobre un plato de plástico y las dos cervezas, paga y sale fuera. La luz del sol es brillante y su vista tarda unos segundos en acostumbrarse. Decide cruzar al otro lado de la calle, dónde hay gente sentada en la acera, apoyada en la pared. Encuentra un sitio en los escalones de una pequeña puerta. Allí sentado, rodeado de tanta gente en ambiente festivo, en mitad de ese bullicio alegre y desenfadado, se siente afortunado de estar en este lugar y en este momento. A sus pies ve rodar uno de sus botellines mientras la cerveza se derrama en cada giro.
– Perdona, ¿era tuyo?
El que lo pregunta es un hombre de mediana edad, con el pelo peinado hacia atrás, largas patillas y tez morena. Viste vaqueros y polo azul oscuro, en el cuello y las mangas luce los colores de la bandera de España y en el pecho un logotipo bordado en blanco, de aspecto taurino.
– Sí, tranquilo, no pasa nada.
– ¿Cómo que no?, espera; dice antes de cruzar la calle y entrar en el bar.
Al poco se acerca hasta Philippe con dos botellines y una media sonrisa.
– Toma y perdona, con gesto amistoso.
– No hacía falta, de verdad. Gracias.
– Tú no eres de aquí, ¿no?
– ¿De Brihuega?, pregunta Philippe, con una pícara sonrisa.
– No, coño, de España, dice el otro encajando la broma.
– No, soy francés.
– Pues hablas muy bien el castellano. ¿Qué haces por aquí?
– Bueno, aprendí español en el colegio y luego lo he practicado cuando voy a San Sebastián y Bilbao, ya que vivo cerca de allí. Soy estudiante de Periodismo, estoy de viaje por España y quiero hacer un reportaje sobre encierros en el campo.
– Sí señor. Buen sitio el País Vasco para aprender el castellano, dice socarronamente.
– Sí, quizás mejor que Andalucía, contesta Philippe entre risas.
– Ahí llevas razón. Y Brihuega, el mejor sitio para un reportaje sobre encierros de campo.
– ¿Cómo te llamas?
– Philippe.
– Coño, como el Príncipe; ¡digo, como el Rey!
– Sí, y como la iglesia de ahí arriba.
– Encantado, yo soy Alfredo. Veo que conoces el pueblo.
– Bueno, he leído algo sobre él y su encierro.
Mientras, el grupo de Alfredo, compuesto de una decena entre hombres y mujeres, se ha acercado a la conversación y rápidamente se hacen las presentaciones.
– Qué guapo, dice una de ellas, que lleva una camiseta ajustada blanca sin mangas, de generoso escote.
La tarde va pasando en animada conversación con unos y otros, y con más gente que le van presentando. Ángela, la simpática chica del escote generoso, le ha acompañado a dar una vuelta por Brihuega y ha podido fotografiar y conocer los obligados rincones más bellos de la localidad. Son las cinco y media de la tarde cuando están en un parque que hay frente a un bar llamado «Carlos III», con la puerta abarrotada de gente. Por la calle baja una algarabía de colores y bastones en alto al son de una canción que su madre tarareaba algunas veces. A su paso, Philippe tira varias fotografías, y algún grupo de señoras se para ante la cámara para posar entre risas y buen humor. Al terminar el desfile y despejarse un poco la calle, empiezan a llegar jóvenes con pantalón de chándal, zapatillas deportivas y vistosas camisetas con motivos taurinos, algunos llevan el logotipo de su peña o su nombre escrito como si de jugadores de fútbol se tratase. Unos hacen ejercicios de estiramiento en las piernas, otros tensan el rostro en conversaciones llenas de gestos que cuentan lances pasados ante el toro.
Philippe, decide buscar un sitio dónde le dijo Fernando, a la altura de lo que llaman la gasolinera.
– Alfredo, me voy ya a buscar un sitio para hacer fotografías del encierro.
– ¿Te vas ya?; bueno -dice Alfredo- Nosotros estaremos por aquí, quizás luego subamos al llano, ten cuidado y suerte. Ha sido un placer conocerte.
– Igualmente, muchas gracias, sois gente estupenda.
Philippe, encuentra un hueco en la talanquera que hay frente a la gasolinera. Un señor mayor de aspecto sonrosado y agradable, que está apostado detrás de la barrera, le dice que este es un buen sitio porque se ven subir los toros muy bien por la calle.
– Muchas gracias, a ver qué tal se da.
– Sí hombre, sí, ya verás que bien. Además has tenido suerte en coger sitio porque aquí no es fácil, una señora que había se acaba de ir, no sé que le pasaría. Alguna urgencia, digo yo.
Philippe, no sabe qué contestar y esboza una tímida sonrisa mientras saca su libreta de la mochila.
«Los españoles, en general, son gente afable, festiva y generosa. Pero aquí en Brihuega, además, son especialmente hospitalarios, con un sentimiento taurino muy arraigado. Al poco de conocerlos me he sentido como uno más, completamente integrado en esta maravillosa fiesta que estoy viviendo. Gracias a Ángela, una guapísima y simpática chica que me ha acompañado por las calles de Brihuega, he podido visitar el arco de Cozagón; la plaza de toros “La Muralla”; Santa María; el castillo de la Piedra Bermeja, y su peculiar cementerio en el interior; los bellos Jardines de la Real Fábrica de Paños; la calle de las Armas con los escudos y blasones de sus casones, y la fachada de las Cuevas Árabes de Marión. Me encanta Brihuega y empiezo a entender que Manu Leguineche, el gran periodista vasco, decidiera pasar sus últimos años en este pequeño paraíso de la Alcarria».
Cuando levanta la vista y cierra la libreta, por la calle suben unos jinetes a caballo, en el centro del grupo le llama la atención una mujer sobre un caballo tordo. Viste pantalón vaquero azul desteñido por el uso y camisa blanca, recoge su pelo castaño en una coleta. Lleva una pica en el brazo y monta elegantemente, como si el caballo y ella formasen un mismo ser. Tira varias fotografías a los jinetes, que posan sus picas en el suelo, cuando se paran delante de dónde está él. El hombre que está a su lado, al ver el interés del rubio alto de la cámara, le dice:
– Es la ganadera que trae el encierro. Hoy es un día muy especial para ella porque su padre, Pedro Sopeña, ha decidido después de traer el encierro durante 50 años cerrar un ciclo, dicen que ha sido una decisión meditada, compartida y aceptada por la familia. Hoy es el último año que Sopeña saca sus toros al campo de Brihuega, una pena, porque han sido años de auténtica profesionalidad, nadie como Pedro para manejar un encierro tan complicado como este. Su hija Sandra cogió el testigo hace unos años y se ve que su padre la enseñó bien, porque no hay diferencia entre uno y otro. Siempre bien, y en Brihuega se les quiere y respeta mucho. Mañana, 17 de agosto, le hacen un merecido homenaje a Pedro Sopeña en la plaza de toros a las siete de la tarde, supongo que estará a rebosar.

«Los astados, que han salido ya desde la plaza de toros ‘La Muralla’, han pasado a gran velocidad por una estrecha calle con recorrido en zig-zag hasta la Plaza del Ayuntamiento»
Suena un cohete, un griterío se alza mientras los caballos se posicionan nerviosos en lo alto de la calle, en la curva de la gasolinera. Segundo cohete, algunas personas pasan apresuradamente buscando quizás un mejor acomodo del que tenían. Tercer cohete, ya es una marea de gente en tensión la que sortea los caballos que esperan al encierro. Philippe, con la cámara preparada en 350/16 y disparo automático, espera nervioso mirando con su ojo izquierdo a través del objetivo 28/80, y con el derecho observando el movimiento general de la masa. Los astados, que han salido ya desde la plaza de toros “La Muralla”, han pasado a gran velocidad por una estrecha calle con recorrido en zig-zag hasta la Plaza del Ayuntamiento, que en su salida tiene dos fuentes de caños gordos y generosos a ambos lados, después, por una cuesta de suelo empedrado el encierro es guiado por numerosos corredores que ya demuestran su buen hacer en la primeras carreras que da el encierro. Ahora, los toros han llegado al final de esta cuesta y se dirigen por una estrecha calle sin ningún tipo de barreras ni sitio dónde subirse ante la acometida del astado, al finalizar gira en un ángulo de 90 grados hacia la calle principal. Dónde antes había gente en ambiente desenfadado ahora hay rostros tensos y expectantes ante la llegada inminente del encierro. Cuatro bueyes acompañan a un toro jabonero, otro negro y dos colorados. La imagen de estos subiendo la calle a gran velocidad, con los corredores delante, muy cerca de las astas, abriéndose paso entre el griterío y colorido de cientos de personas, es espectacular.

«Cuatro bueyes acompañan a un toro jabonero, otro negro y dos colorados. La imagen es espectacular»
Los caballos patalean con sus cascos el asfalto a la esperan de los toros que suben raudos por la calle rodeados del gentío. El corazón de Philippe galopa en el pecho, mientras su dedo índice sobre el disparador espera a entrar en acción. En el encuadre, ambos lados de la calle, con edificios de dos alturas, en el centro, los caballos y sus jinetes con las garrochas en alto y mirando hacia atrás, esperando la venida del encierro, detrás de estos, cientos de personas abarrotando la calle. Tres fotos.

«La velocidad de los corredores va en aumento, mientras el griterío de las personas apostadas en las talanqueras y balcones se va acelerando»
La velocidad de los corredores va en aumento, mientras el griterío de las personas apostadas en las talanqueras y balcones se va acelerando. A una treintena de metros, al lado izquierdo de la calle, en la acera de la iglesia de San Felipe, aparecen los toros, detrás de estos, los bueyes. El disparo automático funciona perfectamente y capta una docena de fotografías que Philippe supone serán buenas. El grupo de jinetes, con Sandra a la cabeza, con las garrochas rozando en suelo, inicia un trote hacia delante que rápidamente se ajusta a la velocidad de los astados. Ya jinetes y toros están juntos, a pocos metros unos de otros, y enfilan a gran velocidad la carretera que los llevará a campo abierto, mientras la cámara del francés no deja de disparar hasta que el grupo del encierro se pierde por su izquierda.

«- Ahora, ya suben al alto por un camino, ¿no?
– Sí. O no. Nunca se sabe»
– ¿Qué?, ¿Se ha dado bien?, pregunta el hombre.
– Sí, creo que sí, contesta Philippe. Ahora, ya suben al alto por un camino, ¿no?
– Sí. O no. Nunca se sabe -dice encogiendo los hombros con un gesto interrogatorio-. Puede quedarse algún toro por aquí. Un año se metió uno por ahí detrás -señalando al parque-, y lió la marimorena. Cogió a una señora que estaba sentada tranquilamente en un banco. Aquí no te puedes hacer planes, es lo bueno que tiene este encierro. Pero sí, lo normal es que lleguen arriba del todo, que hay un llano, y allí los corren entre los coches. En la subida, suele quedarse alguno despistado, y puede dar juego. Pero ya te digo, nunca se sabe. Yo ya hace años que no voy, porque ya las piernas no son las de antes. Si vas para allá ten cuidado, que los toros cogen, sobre todo a los altos, le dice con sorna.
– Sí, tendré cuidado -dice Philippe con una sonrisa abierta-. Gracias. Hasta la vista.
El francés, que ha saltado la talanquera en la que estaba, pone rumbo por la carretera que llaman «de la piscina». Camina a paso ligero, sin llegar a correr, adelantando a muchas personas que también se dirigen al campo abierto. A unos cientos de metros, la carretera se convierte en camino de tierra. Es allí donde Philippe ve que la gente se agolpa en medio de la carretera, mirando hacia el lado izquierdo. Al llegar al lugar se percata de que uno de los toros colorados se ha quedado rezagado en un solar que hay entre dos naves industriales. Cambia el objetivo por el 80/200, que le permite captar alguna instantánea relativamente cerca del toro. Un hombre con una camiseta azul oscura con un «8» a la espalda y el nombre “Caesar”, intenta con una bandera de España a modo de capote que el astado abandone su lugar y se sume al encierro. Al poco, consigue que arranque y vuelva al camino. Con su trotar tranquilo ha provocado que el griterío de la gente y el correr de muchos se haya ido contagiando por la carretera, de unos a otros, y la emoción llegue hasta el mismo centro del pueblo, donde seguro que alguien ha buscado sitio para subirse sin saber que el toro más cercano está a cientos de metros.

«Hace calor, mucho calor, el campo está agostado y los cardos se mezclan con el tomillo, las piedras y las zarzas»
El toro colorado ha puesto rumbo, con la ayuda de un par de mansos y algunos caballos, hacia el llano, donde esperan sus compañeros de encierro. Hace calor, mucho calor, el campo está agostado y los cardos se mezclan con el tomillo, las piedras y las zarzas. El camino, que discurre por el centro de un valle coronado de colinas sin apenas vegetación, está atascado de vehículos que en penosa procesión intentan llegar al llano. Los vehículos van cargados de personas, incluso en el techo. Un tractor tira de un remolque en el que se agolpan decenas de personas. Philippe, que va sorteando como puede al gentío y los coches, piensa que por ahora con lo que debe tener más cuidado es con que no le atropelle alguna moto que también intenta hacerse un hueco en el atasco. Centenares de personas se asoman en lo alto de las colinas como los indios en las viejas películas del Oeste.

«Coches de todos los modelos y colores, furgonetas, camiones, motos, quads, caballos y gente a pie, intentan estar lo más cerca posible de un toro jabonero que a base de arrancadas, de un sitio a otro, levanta la expectación del gentío allí congregado»
Philippe ha llegado a la cima, donde la colina da paso a un llano de grandes rastrojos. El escenario que allí se presenta es espectacular. Coches de todos los modelos y colores, furgonetas, camiones, motos, quads, caballos y gente a pie, intentan estar lo más cerca posible de un toro jabonero que a base de arrancadas, de un sitio a otro, levanta la expectación del gentío allí congregado. Philippe, que ha ido captando todo tipo de imágenes mientras subía por el camino, se da cuenta que de que si viene el toro hacia donde él está, no tendrá mucho tiempo en buscar refugio. Se dirige hacia un remolque buscando acercarse más al toro con una cierta seguridad de cobijo. Desde allí tira varias fotografías, está a escasos 20 metros del astado.
De repente, algo ha llamado la atención del toro, y se dirige al trote justo hacia donde se encuentra Philippe. Este, que en ese momento estaba encuadrando otra fotografía de un grupo de caballos que llevaba a un toro negro a unos cientos de metros, tarda en reaccionar, y cuando quiere darse cuenta el toro está a tan sólo cinco metros. Rápidamente intenta subirse al remolque entre el griterío de los que están arriba, su pie resbala y no lo consigue, casi puede oler al toro que está a la altura del tractor. Philippe corre en dirección contraria, rodeando el remolque, su cámara se bambolea colgada del cuello. El griterío aumenta en cada décima de segundo, mira de reojo hacia atrás y el toro le persigue al trote, con la mirada fija en él. Rodea la parte frontal del tractor con el toro cada vez más cerca, algunos brazos intentan asirle desde lo alto del remolque, pero sabe que no le daría tiempo a subirse. Vuelve a girar alrededor del remolque, y cuando ya se cree perdido, un jinete a caballo aparece en escena, que con la garrocha rozando el suelo y levantando un nubecilla de polvo, cita al toro y se lo lleva tras de él. Philippe, todavía con el miedo en la cara, se sube a las escaleras que dan acceso a la cabina del tractor. Philippe, ve alejarse el jinete que le ha salvado en el último instante con el toro detrás.
– ¿Estás bien?, le preguntan desde el tractor.
– Sí, de milagro. Menudo susto, no lo he visto venir y cuando he querido darme cuenta ya lo tenía encima. Menos mal que ha aparecido el caballo.
– Has tenido mucha suerte.
– Lo sé, creo que por hoy ya he gastado toda, dice con una tímida sonrisa, todavía con el susto en la cara.
El sol empieza a perder fuerza en su búsqueda del horizonte y la luz es cálida y anaranjada. Philippe pone rumbo al pueblo. En la bajada, por el camino, alguien dice su nombre. Es Alfredo, que desde un todoterreno le saluda con franca sonrisa.
– ¿Quieres que te baje?
– No, déjalo, que ya vais muchos, gracias.
– Bueno, como quieras. Ya no te queda mucho. Si quieres, al llegar pásate por un bar que hay enfrente de la gasolinera, no tiene pérdida, habrá mucha gente de fiesta en la puerta. Estaremos allí.
Philippe, que ha visto a Ángela sonriéndole en la parte trasera del coche, dice:
– Ok, gracias. Ahora nos vemos.

«El sol empieza a perder fuerza en su búsqueda del horizonte y la luz es cálida y anaranjada. Philippe pone rumbo al pueblo»
Las primeras luces se han encendido en las calles del pueblo, huele a churros y la temperatura ahora es perfecta. En la puerta del bar hay varios grupos de personas que hablan en ambiente distendido, contando los lances del encierro. Philippe, que se ha integrado en el grupo de Alfredo, cuenta su experiencia personal con el jabonero. Entre cervezas va cayendo la noche y la mano de Ángela entrelaza la suya hace rato.
Brihuega espera el retorno de los toros al corralillo de san Felipe, en la famosa “subida”. Philippe espera que la noche no acabe nunca. Está seguro de una cosa, este no será su último encierro en Brihuega. En su agenda de viaje y su cámara han quedado reflejados momentos inolvidables de esta bellísima localidad, su encierro y sus gentes, que enamoraron a su madre y a él le han robado el corazón.
*Fernando Toquero es diseñador gráfico, productor editorial, fotógrafo, y escritor eventual. Durante décadas trabajó al frente del diseño y la imagen del desaparecido semanario «El Decano de Guadalajara». Es un reconocido aficionado a los toros, aspecto al que ha dedicado buena parte de su trabajo tras la cámara, y el pasado año fue el encargado de ofrecer el pregón de la Feria Taurina de Guadalajara. En la actualidad se define como un «empresario asalariado, autónomo independiente y obrero empresarial»