#BibliodestruccionCLM

Imagen reivindicativa del grupo de bibliotecarios convocantes de la protesta del sábado.

Imagen reivindicativa del grupo de bibliotecarios convocantes de la protesta del sábado.

Por Rubén Madrid

‘La lluvia amarilla’ de Llamazares. ‘Las guerras de nuestros antepasados’ de Delibes. ‘El tragaluz’ de Buero. ‘El nombre de la rosa’ de Umberto Eco. ‘Casi un objeto’, de Saramago. ‘El guitarrista’ de Landero. ‘El camino más corto’ de Leguineche. Y también ese clásico excelente que es ‘Robinson Crusoe’ de Defoe o este anecdotario de una disparatada peripecia por la península que es el libro de viajes ‘La biblia en España’ de George Borrow, Jorgito el Inglés.

Permítanme que encabece el artículo de hoy con la recomendación de todos estos títulos. No lo hago porque mañana arranque en la Plaza Mayor la Feria del Libro, aunque mantengo el consejo y, si encuentran alguno de estos ejemplares, no duden en echarlo al morral de los cazadores de sueños. Lo hago, en realidad, porque todos ellos tienen algo en común: los leí por vez primera tras tomarlos prestados en una biblioteca.

Muchos de estos préstamos supusieron el inicio de una bonita amistad y esos mismos libros, a veces en otras ediciones, u otros escritos por los mismos autores, han acabado echando raíces para siempre en los estantes de mi propia librería.

Se habla mucho de la espiral de la violencia, pero muy poco o nada de la espiral de la cultura, que podría tener una lógica muy similar: un libro llama a otro libro, cada primera página desata una tormenta de palabras que siempre sigue, tras un respiro, en un punto y seguido, porque la literatura es un permanente «to be continued» de historias y un carrusel infinito de personajes.

En estos tiempos de apropiación indebida de lo ajeno a golpe de descarga digital, las bibliotecas siguen pagando derechos de autor a cambio de seguir alimentando la enorme llamarada del acceso gratuito y universal a la literatura, romántico ideal donde los haya. Y esos libros prestados pueden ser la semilla, mañana, de tantos otros comprados.

Defender a estas alturas los muchos beneficios de las bibliotecas resulta una auténtica paparrucha. No sólo democratiza la lectura y permite al pobre viajar en primera clase con todo incluido, sino que pone a disposición de toda una ciudad o un pueblo un fondo bibliográfico imposible de atesorar en una colección doméstica. Ayuda al estudiante y estimula al curioso. Es un punto de encuentro en muchas localidades pequeñas y, como los parques, un lugar saludable para el ocio de los pequeños. Incluso el calor que desprenden sus paredes mullidas de páginas sirve igual para calentarse del frío de diciembre que para dar cobijo a los fríos inviernos que todos, unos más que otros, atravesamos a lo largo de nuestras vidas.

Por eso la apertura de una biblioteca es siempre tan buena nueva. Y, dicho en negativo, su cierre es también una mala noticia.

El desmantelamiento de la red de bibliotecas. El gremio está revuelto y ha convocado una doble protesta, de cuerpo presente en Toledo, y de espíritu en Twitter, ambas el sábado entre las doce y las dos de la tarde. Denuncian, literalmente, «tres años de presupuesto cero», y reclaman la inversión que ha desaparecido desde que el PP se hizo cargo de la Consejería y que cifran en una partida de dos millones de euros anuales para las 500 bibliotecas municipales de las cinco provincias.

Busco más información y pregunto entre algunos bibliotecarios. Me dicen que la Junta ha eliminado las ayudas para personal de apoyo que a menudo resultaban fundamentales para reforzar estas mínimas plantillas. La misma Consejería de Marcial Marín lleva tres años sin convocar o haciendo convocatorias enrevesadas para las ayudas de compra de materiales (la consecuencia es casi la misma: en pueblos pequeños no se renuevan los fondos). No hay tampoco asomo de partidas para llevar a cabo actividades. La modélica infraestructura arriacense de Dávalos resiste mal que bien, pero sus hermanas pequeñas incluso echan el cerrojo. Esta suerte han corrido 42 bibliotecas de la región, cinco de ellas en la provincia: Armuña de Tajuña, Renera, Checa, Orea y Hueva.

La red de bibliotecas de Castilla-La Mancha había experimentado un despliegue soberbio en las últimas décadas, poniendo en marcha una maquinaria conjunta de actividades y combinando fondos bibliográficos, potenciando los grandes centros como Dávalos pero extendiendo a su vez los tentáculos hasta el último pueblo a través de los bibliobuses y llevando los libros a otros espacios públicos como piscinas, hospitales o centros de salud. Por encima de los signos políticos estaba una realidad indiscutible y más allá de colgar medallas a unas siglas concretas nos quedaba cierta satisfacción de que este salto hubiese sido tutelado en la última década por la saga de consejeras alcarreñas Blanca Calvo, Araceli Muñoz, Soledad Herrero y Ángeles García.

En lo que va de legislatura, en cambio, el repliegue está siendo significativo y no es de extrañar que hasta el mejor pensado vea en esta planificación cierta ojeriza con estos centros públicos. Basta un paseo por la biblioteca de Guadalajara para observar que la hemeroteca ha quedado reducida a cuatro títulos justo cuando más usuarios (muchos parados tienen más tiempo pero menos dinero) buscan allí ejemplares de periódicos y revistas. El goteo de bibliotecarios despedidos ha sido tremendo: una técnico y ocho interinos de un plumazo en Dávalos en 2012, otro más en Azuqueca, otros muchos en los pueblos, donde se han quedado sin una ayuda para personal de apoyo que facilitaba un segundo profesional, aunque a veces fuese sólo con jornada reducida.

El desprecio que demuestran por esta infraestructura en Guadalajara ciertos dirigentes en la materia sirve de ejemplo. La desidia que está acompañando a todo el proceso de sustitución en la dirección es una buena muestra de ello… mientras desde Toledo se ejerce un control cada vez mayor sobre la vida de la biblioteca, con episodios bochornosos como el de la famosa censura de la exposición de Amigos del Moderno.

También está por llegar el día en que el consejero Marín o la concejala Nogueroles sean retratados en el principal monumento cultural alcarreño (que no es ni la plaza de toros ni el Buero), por no hablar de su estridente ausencia en el Maratón de los Cuentos, cuando más bien su estancia debería ser permanente durante estas emocionantes 46 horas que convocan a narradores profesionales y espontáneos, ilustradores, fotógrafos, músicos, titiriteros…

Ante tal desidia, queda la apelación que hacen los bibliotecarios a la propia ciudadanía para que se movilice en favor de unos centros que siguen siendo propiedad de toda la comunidad. Como dice su manifiesto: «Denunciamos el desmantelamiento paulatino de la Red de Bibliotecas Públicas de Castilla-La Mancha, tras muchos años de enorme esfuerzo colectivo, y pedimos a los ciudadanos que luchen por las bibliotecas públicas de sus localidades, que son las que pueden garantizarles el acceso libre, plural y democrático al conocimiento, a la información, a la educación a lo largo de la vida y al ocio creativo. Que no duden que las bibliotecas públicas son firmes aliadas de los ciudadanos para el bienestar social y la convivencia».

Hay muchas formas de quemar libros y cerrar bibliotecas es una de ellas.

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