Ridícula tolerancia

Por Gustavo García

Protagonistas del debate electoral del pasado jueves en RTVE.

Al margen de los resultados electorales de las Europeas recién celebradas, que eso es harina de otro costal y da para otro análisis, la campaña nos dejó aspectos llamativos. Cierto es que, quizás la gente sigue menos de cerca este tipo de comicios, pese a cómo lo han introducido y relacionado en esta ocasión las formaciones españolas con la política nacional, y algo se habrá notado ese interés en general. Sin embargo, a poco que hayamos visto en estos días pasados a los partidos pidiendo el voto, habremos notado ciertas sensaciones y se nos habrá quedado algo en la retina. A veces, las mismas insensateces que cuando las votaciones son para alcaldes, presidencias regionales o para elegir a los parlamentarios del Congreso y del Senado.

He de confesar que en esta ocasión se han echado encima las fechas y no he visto grandes diferencias a la política del día a día. Y es que, parece que cada vez estamos en campaña electoral permanente, a no ser que veamos unos carteles o pancartas alusivos por las calles y plazas de nuestras ciudades o poblaciones más o menos importantes por su volumen de habitantes, o escuchemos y observemos anuncios electorales pidiendo el voto en los medios de comunicación, y ahora también en las redes sociales.
Pese a todo, tuve la oportunidad de prestar atención durante un buen rato a un debate electoral con varios candidatos en la televisión pública. Ya conocemos, más o menos a estas alturas de la película, de qué va cada uno y lo que, en líneas generales, proponen las diferentes formaciones, incluso para aplicar a la gestión europea por parte de nuestras señorías. Llamaba la atención esa amalgama de candidatos para hablar, se supone, entre ellos y llegar al ciudadano con sus ideas. Se ha argumentado algunas veces que más de dos interlocutores es complicado que lleguen al público en condiciones, tanto para medios audiovisuales, como para solamente radiofónicos. Pero, si ya los que componen el plantel son media docena o, incluso, hasta ocho y nueve–como es el caso–, eso ya no hay muy bien por dónde cogerlo. Ya puede haberse pactado con los partidos protagonistas en tiempos, temas y formas; ya puede haberse organizado estrictamente el turno de palabra y dejar tiempo para las interrupciones y que interactúen los intervinientes con el fin de hacer más ameno el debate; o ya puede haber un moderador con tablas y destreza suficiente como para llevar al mejor puerto para los espectadores u oyentes el programa. Sí, todo lo que queramos, pero, no.
Un formato con tanta gente no llega al receptor. Se trata de una norma básica de comunicación y de primero de Ciencias de la Información. Aunque los mensajes sean claros y concretos, es difícil prestar atención a todos. Solamente por una peculiaridad singular: Que son muchos para hablar. Y el tiempo es limitado porque si se sobrepasan las dos horas no hay Dios que lo aguante.
En definitiva, que ya empezamos mal en el formato. Claro, la explicación es para contentar a todos los representados en el Parlamento Europeo según los anteriores comicios de hace cinco años, tal y como marca la legislación electoral para los medios públicos. Sí, lo dirá así la ley, pero es contraproducente con las normas básicas de comunicación en los medios. De eso sabemos más los profesionales de la información que los legisladores, juntas electorales y demás.
No obstante, en fin, si eso es muy complicado de solucionar en los entes públicos, lo que ya no hay por dónde pillarlo es otra concesión que las actuales leyes preconizan. Hablamos del idioma en que expresarse por parte de cada interlocutor en los debates. El tiempo que estuve viendo el de RTVE me quedé ojiplático. No daba crédito a lo que estaba contemplando. Y, aunque sólo sea por mi profesión, le eché ganas de entender y saber lo que proponía cada uno desde su atril.
Pues, fue imposible. Sin tener en cuenta de qué parte de España era cada uno, había candidatos de diferentes lugares, bien representando a partidos de ámbito nacional, o bien, a otros ceñidos más a ámbitos autonómicos como el País Vasco o Cataluña. A los del Norte no les escuché apenas alguna expresión en euskera –quizás porque también representaban a formaciones en conjunto, incluso canarias, y de que se trataba de comicios europeos–. Sin embargo, a los del Este se les podía “oír”,  que no escuchar, hablar en catalán; unos para rebatir puntualmente a otros que sólo utilizaban esa lengua; aunque, el resto de sus exposiciones las realizaban en castellano, siendo también catalanes.
El representante de Junt’s+ –que no era el cabeza de lista, como el resto, sino el tercero, por estar huído de la justicia fuera del país–, haciendo gala y uso de su reciente derecho a expresarse también en los medios de comunicación y en el parlamento español en su idioma propio de su  autonomía si así lo consideran oportuno, realizó todas sus intervenciones en catalán. El resultado para un espectador neutral y que se sentaba, como yo, a ver un debate por casualidad, pero que podría tener cierto interés para conocer a las principales fuerzas políticas que se presentaban para buscar el voto en las urnas el pasado domingo, fue de lo más estrambótico, por no decir ridículo.
Y es que, para alguien que se pone delante del televisor sin ningún tipo de prejuicio o idea preconcebida de lo que está dispuesto a contemplar, no hay manera de entender lo que en la lengua original expresa el interviniente porque el traductor tapa su tono, y a éste tampoco acaba de escuchársele bien, pues tiene un tanto por debajo al propio protagonista. Pero, ya el colmo del esperpento es que en un debate de nueve personas haya uno que habla en un idioma diferente al resto. ¿Qué debate es ese? Y, menos mal que coincidía que alguno de los otros candidatos de partidos nacionales eran catalanes y le entendían. Lo que pasa es que, a quienes iba dirigido el contenido de las propuestas, que no no son otros que los ciudadanos, poco o nada les llegaría.
Está muy bien que preservemos la riqueza de las distintas lenguas que conforman los diferentes rincones de España y que se puedan expresar con libertad, respeto y educación dónde y cuándo quieran si así lo prefieren. Sin embargo, llevar esto al Congreso y al Senado ya chirría porque hay que traducir a la mayor parte lo que dicen en esas lenguas, con lo que supone de gasto y de ridiculez extrema dentro del Parlamento español, cuando todos entienden el castellano. Eso, nada menos que “Parlamento”. Parece mentira. No es necesario tanto guiño a estas comunidades si hay buena voluntad por parte de todos. Los extremismos al final acaban siendo nocivos y en este aspecto se está exagerando. Mal por aquí, pero, si ya lo llevamos a los debates en los medios de comunicación, la chirigota es digna de los carnavales de Cádiz. En este programa de Televisión Española el propio representante de Junts+ se perjudicó al emplear un idioma que ni la mayoría de los demás debatientes entendían ni una gran parte de los espectadores. Pero, ¿cómo se va a poder debatir así? Es la tontería suprema que nos invade en estos tiempos tan “tolerantes”, “respetuosos” e “integradores”.
Por favor, que alguien ponga algo de sensatez en todo esto.

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